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Corazones valientes

Escrito por Raúl Alas
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Lo que hacemos en el presente tiene su eco en la eternidad».

Maximus (Gladiador)

 

Tener el corazón valiente es propio de personas singulares, que tienen el ánimo grande y firme determinación.  Personas dispuestas y generosas, lanzadas y de armas tomar, que están prestas a entrar en acción cuando la ocasión lo requiere. Hombres y mujeres, de carne y hueso, que han forjado su carácter a golpe de cincel, en la prueba y en el dolor, en la amistad y el honor, con sus notables virtudes y sus respectivos defectos. Seres humanos de gran valía, que no han caído del cielo, sino que están en medio de nosotros.  ¡Cuánto bien hacen a los suyos las personas de corazón valiente en tiempos de adversidad! Son como faros luminosos que iluminan el camino en medio de la tempestad. Su ejemplo de fortaleza, claridad y decisión son fundamentales para superar las crisis.

Las crisis: desafío y oportunidad

Las crisis, por lo general, son sinónimo de prueba, incertidumbre y contradicción, porque cada vez que se presentan nos ofrecen una doble cara de desafío y oportunidad. Dos caras de una misma moneda que siempre se dan la espalda, en la medida que cada uno de sus lados nos muestra su cara o cruz en nuestra vida. Lo cierto es que superar una crisis tiene un sabor agridulce, porque la victoria se paga cara y no deja margen para el gozo completo. Siempre quedan vestigios del esfuerzo, cansancio y sacrificio que conllevó llegar a la meta, y del precio que hubo que pagar. Pero a pesar de todo, ese dolor es redentor y de un gran valor para quien lo vive en carne propia. Porque al final de una etapa dura o de una gran tribulación, se impone el espíritu de lucha y de entrega a la causa, por encima de los riesgos y las posibles derrotas. Y todo ello es fruto de habernos enfrentado cada día a las pequeñas o grandes batallas que se nos presentan en la vida.

Por eso decía que una crisis es a la vez desafío y oportunidad. Desafío porque pone a prueba el carácter y los principios de sus protagonistas. Pero también es oportunidad, porque siempre hay un resquicio que se puede encontrar para salir airoso de ella y encontrar el sentido correcto a la adversidad.  En todo caso, es un momento decisivo para quien la está viviendo. Tiempo de transición y oportunidad de cambio. Y, ante todo, proceso de gran fortaleza, que implica una actitud valiente y decidida para salir avante tras el desenlace.  Y ante cualquier inesperada batalla que nos toque enfrentar, debemos hacer acopio de mucha fuerza interior, así como de un gran sentido del optimismo para salir vencedores. Porque no sabemos el alcance ni los efectos que una crisis generará en nuestra vida. Pero lo que está claro, es que toda adversidad, tiene un impacto en el corto plazo, que nos obliga a modificar nuestras rutinas y, en muchas ocasiones, también pone entre paréntesis los diversos planes, proyectos y actividades que teníamos en mente o en marcha.

Creo acertar si digo que la crisis del COVID-19 nos cambió la vida y, tristemente para muchos, sus efectos seguirán impactando por los próximos años en su realidad personal y familiar.  Posiblemente no volveremos a enfrentar una prueba como esta en nuestra vida o quizás sí, lo cierto es que hemos ganado una experiencia muy valiosa que marcará un antes y un después para miles de personas. Porque ahora regresaremos al mundo con un enfoque diferente de ver las cosas, con muchas ganas de estar cerca de las personas que forman parte de nuestra vida y con nuevos aprendizajes que jamás imaginábamos tener.  Enfrentarnos con el miedo de perder la propia vida y la de nuestros seres queridos, renunciar a nuestras comodidades y a esos pequeños placeres que uno da por descontando en condiciones normales, son algunos de los desafíos que implicó vivir este obligado encierro.

Y, sin embargo, hubo muchos que aún en medio de la prueba, encontraron la actitud adecuada para enfrentar a este enemigo, y lograron hacerle frente con sus recursos limitados y su escasa preparación, pero con una disposición valiente cuya intensidad hizo la diferencia en el fragor de la batalla.  Por eso, una de las escenas que más me gusta de la película Corazón Valiente (Braveheart, 1995), es el improvisado discurso que dirige William Wallace al ejército de aldeanos escoceses que se aprestaban a retirarse a sus casas al ver el tamaño y la magnitud del ejército inglés en el frente. La escena está enmarcada en el contexto de un enfrentamiento desigual y con limitadas opciones de victoria, pero retrata de cuerpo entero el liderazgo que William Wallace ejerce entre sus amigos y seguidores, así como la poderosa influencia que provoca su nombre y presencia en el campo de batalla.  En medio del ambiente dubitativo y pesimista de los aldeanos, Wallace se presenta con la cara pintada y montado a caballo, seguido por el grupo de sus incondicionales.

El núcleo de su discurso tiene una fuerza que nos puede alentar a enfrentar sin dilación nuestras mayores amenazas: «yo soy William Wallace, y veo todo un ejército de compatriotas, dispuestos a desafiar la tiranía. ¡Han venido a pelear como hombres libres! ¡Son hombres libres!  ¿Qué harían sin libertad? ¿Pelearán. Y algunos contestan: «¡No! ¡No vamos a luchar! ¡Contra eso no! ¡Huiremos y viviremos!». Wallace les replica: «Si, ¡peleen y tal vez morirán! ¡Huyan y vivirán! Aunque sea un tiempo. Y al morir en sus camas, pasados muchos años, ¿no desearán cambiar todos los días a partir de hoy por una oportunidad? ¡Solo una oportunidad! De volver aquí y decir al enemigo: que pueden tomar nuestra vida, ¡pero jamás nuestra libertad!» (Ibídem).  No sé si el héroe nacional escocés del siglo XIII tenía tal magnetismo y convicción en sus palabras que las del personaje de William Wallace, interpretado por Mel Gibson, pero lo cierto es que su arenga es magnífica e inspiradora. Un aplauso al guionista de esta aclamada película, que pone en los labios del personaje principal esta idea que hemos apuntado a lo largo de estas primeras páginas del libro: la crisis se presenta con el rostro descubierto de un desafío, con todas sus amenazas y riesgos, pero en la medida que la enfrentamos con nuestro mejor empeño, surge la oportunidad de darle vuelta, y vencer o salir derrotado en el intento. Pero esto solo se puede comprobar en la medida que nos atrevemos a luchar. ¡Así de simple!

Pienso que además de esa idea de fondo, el argumento central de esta película nos puede aportar varios aprendizajes para la vida, que pueden ser aprovechados en cualquier coyuntura que se nos presente en la vida. Lo primero es considerar que en una crisis sobresalen el liderazgo genuino y las virtudes humanas. Por ejemplo, la virtud de la humildad, que nos permite reconocer nuestros verdaderos límites, pero también las grandes potencialidades y talentos que cada uno dispone para multiplicar y sacar partido. Y, por añadidura, la virtud de la magnanimidad, ese ánimo grande y generoso, que nos hace capaces de grandes empresas y nos dota con la llama luminosa de la entrega a los demás. Porque como bien dice Havard, «solo se puede hacer el bien con un corazón puro, una inteligencia iluminada y una voluntad fuerte» (Havard, 2019). Lo segundo es estar convencido de los propósitos por los que luchamos. Es decir, cuáles son los para qué y porqué de nuestra motivación como personas. Sí, propósitos, no intereses, porque los propósitos son anclas firmes en donde se asientan los valores, las ideas claras y el sentido de futuro, mientras que los intereses son fugaces y finitos, cuyo cálculo nos hace solo pensar en la conveniencia propia y cerrada en mí mismo. En efecto, los propósitos sintetizan el pasado, presente y futuro de una persona con rectitud de intención y buena voluntad. Sabe de dónde viene, dónde está parado y hacia dónde quiere llegar.  Lo tercero es contar con gente comprometida que esté a nuestro lado, para sumar apoyos contra cualquier enemigo que amenace nuestra fortaleza.

Un equipo con la pasión y el talento necesario para multiplicar las defensas y generar sinergia suficiente para acometer el ataque por encima de cualquier esfuerzo individual o solitario. En esta o cualquier crisis no conviene estar solos, resulta clave contar con los mejores aliados posibles y con las armas más poderosas que existen en el mundo: las relaciones humanas. Y lo último es forjar amistades sólidas en el camino, que nos retroalimenten en la vida con ideas, consejos y aportes constructivos, para enriquecer la visión limitada de nuestra realidad inmediata y dar respuestas nuevas a problemas que no atinamos a resolver por falta de contexto, información o recursos disponibles. Una especie de red o networking, como se dice en inglés, que complemente las competencias propias y de nuestro equipo, y aporte una mirada fresca y objetiva a las cuestiones que no logro dimensionar o comprender por mis propios medios.

Sobre el autor

Raúl Alas

Doctor en Comunicación Pública y máster en Gobierno de Organizaciones, por la Universidad de Navarra. Profesor de Elocuencia y Persuasión, Factor Humano y Gobierno de Instituciones en la UNIS Business School (Guatemala). Trabaja como consultor en comunicación estratégica y coaching de negocios.

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