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El calvario y la Pascua de Resurrección

Escrito por Enrique del Carril
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y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Juan 1;14)

La Semana Santa y su final en la Pascua de Resurrección, es una etapa del año litúrgico en el cual culmina el recuerdo del misterio más importante de nuestra Fe cristiana que nos distingue de otras religiones y nos afirma en la Verdad: la encarnación de Dios que se hace hombre para dar sentido a nuestros sufrimientos y alegrías.

No se trata de afirmar que las otras religiones no son verdaderas. Todo lo contrario, podríamos decir que todas ellas lo son porque, por su intermedio, el hombre expresa su convicción de la existencia de un Dios creador y una vida que trasciende nuestra vida en la tierra. Pero la Fe en Cristo como la Palabra de Dios hecha hombre que murió de la peor manera, en forma injusta y resucitó venciendo a la muerte, es la expresión más acabada del Amor de nuestro Padre y nos distingue de otras creencias. Solo nuestra religión se basa en la encarnación y, con la resurrección, nos da la verdadera alegría.

Pero independientemente de la Fe profesada por el cristianismo, el camino de la Cruz nos presenta un escenario donde desfilan personajes, actitudes y conductas muy propias de la condición humana.

Observamos a Jesús hombre en el Huerto de los Olivos. Está solo, separado de sus discípulos más queridos, enfrentado a la dolorosa misión que debía cumplir y pidiéndole a su Padre que le de fuerzas para afrontar el sufrimiento que venía. Su imagen humana nos muestra el miedo al dolor y al sufrimiento propias de nuestra condición; pero también nos enseña la firmeza como se someterse a la voluntad de su Padre. En muchas ocasiones nos proponemos objetivos loables y nos imaginamos alcanzándolos, pero luego desistimos ante las primeras dificultades; no estamos dispuestos a recorrer el doloroso camino para conseguir aquello que nos hemos propuesto como hizo Jesús en el huerto. Preferimos fabricarnos excusas: esto es muy bueno, pero no es posible, el esfuerzo es demasiado grande y otras más. Jesús sabía que le esperaba la condena, la burla, la flagelación y la muerte en la Cruz, pero solo pidió que ese cáliz pasara y se haga la voluntad de su Padre (Mt 26;39) con la firme convicción que el camino era trágico y el esfuerzo necesario para llegar a la pascua.

Se nos presenta a nuestra vista la actitud de sus doce apóstoles que habían seguido a Jesús en su predicación cuando, por los caminos de Galilea y Judea, reunía muchedumbres entusiasmadas con su mensaje. Cristo les anuncia su pasión y les pide que recen con él en el huerto, pero se duermen (Mt26;43) y luego, cuando vienen a prenderlo, lo abandonan (Mt 26; 56). Todos los proyectos personales de los discípulos que esperaban el triunfo definitivo para su pueblo se esfuman ante la mansedumbre de la entrega de Jesús. Incluso Pedro, quien sería la base de nuestra Iglesia y le había prometido fidelidad hasta la muerte, huye con los otros. También a nosotros nos cuesta admitir presuntas y efímeras derrotas. También nosotros, en muchas ocasiones, en nuestras familias, en nuestras empresas, en las organizaciones que integramos dejamos solos a aquellos que sabemos predican la Verdad. Anteponemos una falsa “prudencia” o la comodidad de seguir la corriente adhiriéndonos a lo que consideramos “políticamente correcto”.

Allí está Judas con su traición. Una línea de la tradición afirma que Judas era parte de los Zelotes, aquellos judíos fanáticos que esperaban un Mesías guerrero que acaudille la rebelión contra el invasor romano y sus cómplices. Pudo haber pensado que, vendiendo su entrega, obligaría a Jesús, de una vez por todas, a revelarse seguido de sus partidarios que, pocos días antes, lo había recibido con palmas y aplausos en Jerusalén. No supo entender el mensaje de Paz y la propuesta de transformar el mundo por el Amor. Se aferró al atajo revolucionario como muchos hombres han seguido a través de la historia. Atajo que siempre lleva al fanatismo y a entregar el poder a falsos líderes que, finalmente, solo siembran pobreza y muerte.

La actitud posterior de Judas y Pedro nos enseñan la magnitud del Amor divino. El primero, cuando toma conciencia de su traición, se quita la vida (Mt 27;5). El segundo, que por cobardía o cálculo práctico lo había negado tres veces como Jesús le había anticipado, se arrepiente, llora (Mt. 26;75) y será nuestro primer Papa. Dios conoce las debilidades de Pedro, como las nuestras. No nos pide una perfección soberbia sino la humildad de reconocernos débiles. De nuestra debilidad Jesús, sabrá darnos el triunfo en un mundo donde se ensalza la riqueza y el éxito efímero.

En el camino del calvario, aparece el Cireneo (Mt 27;32) No sabe a qué viene todo eso ni porqué debe cargar la Cruz de un condenado que no conoce. Pero afronta el trabajo. Dicen que le bastó mirar los ojos de Jesús para tener la fuerza de llevar esa cruz que Él no podía cargar por su debilidad producto de la flagelación y la tortura.

Se presentan las mujeres de Jerusalén que nos dan una lección de ternura, de amor y comprensión del mensaje de Jesús.  Ellas lo acompañaron en el calvario, estuvieron al pie de la Cruz y junto al sepulcro cuando todos los varones, menos Juan, se escondían. Ese heroísmo y disposición es el fiel reflejo de la importancia esencial de la mujer en nuestro mundo actual como protagonista infaltable en todas las actividades, asumiendo roles de todo tipo con una visión propia que, por mucho tiempo, los varones despreciamos o no tuvo en cuenta.

El drama culmina con la crucifixión y muerte de Jesús. La soberbia de quienes se burlan, el dolor de su madre, la actitud heroica del único apóstol que lo siguió hasta el final (Mt. 27;43-44), la firmeza y humildad del “buen ladrón” (Lc 23;43), los soldados que reconocen a Jesús como hijo de Dios y, finalmente, el clamor de Jesús hombre que lo exalta como Dios encarnado. Pero el drama anunciaba la alegría de la resurrección.

Todos estos pasos representan la vida misma del hombre en la historia y en sus vivencias particulares. Son una lección completa para enfrentar nuestros problemas y encontrar la verdadera solución. El calvario y la pascua encierran un mensaje para todos los hombres, creyentes o no creyentes.

 

Sobre el autor

Enrique del Carril

Abogado. Ex director de la revista EMPRESA. Fue presidente del Colegio de Abogados de la CABA entre el 2006 y el 2010. Socio fundador del Foro de Estudios sobre Administración de Justicia (FORES).

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