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El gran reformador

Escrito por Enrique del Carril
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El gran reformador: Francisco, retrato de un papa, de Austin Evereigh, Ediciones B, 2015

Para los católicos la Iglesia es nuestra madre, instituida por Jesús, quien le aseguró su subsistencia hasta el fin de los tiempos y que “las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt. 16:18).

Su historia está exactamente definida en la imagen de la barca donde, en medio de la tempestad los apóstoles, temerosos, pedían la ayuda al Señor que parecía dormir pero que calmó las aguas y la condujo a la orilla.

En este camino terrenal de veinte siglos, fue conducida por Papas elegidos por los sucesores de los apóstoles con la asistencia del Espíritu Santo pero que, desde Pedro, no fueron ni son seres sobrenaturales o extraordinarios. Son hombres, hijos de su tiempo y con visiones influenciadas por los sucesos del mundo y de los países de donde proceden.

Es que la condición humana, con sus limitaciones producto del pecado, fue la materia con la cual Cristo trabajo para edificar su Iglesia. Ello se ve en la elección de los doce apóstoles. Todos ellos respondían a realidades diferentes; cada uno tenía sus propias visiones, aspiraciones y debilidades según así surge de los evangelios y del libro de los Hechos de los Apóstoles.

Por eso, desde nuestra limitada condición humana, debemos distinguir una mirada temporal sobre la actuación de los Papas, de aquella que nos inspira la Fe y nos permite ver la misión sobre natural de cada uno de ellos al conducir la barca entre los conflictos que surgen en diferentes épocas.

Nada nos impide discrepar de sus posturas en cuestiones temporales ni exponer nuestro particular punto de vista sobre las mismas pues ellos son hombres que responden a una historia de vida personal y a ideas adquiridas con anterioridad a su elección. Lo realmente milagroso es que esas posturas diferentes se han integrado de tal manera que permiten una verdadera unidad en la diversidad.

El libro que comento permite ver la realidad que incidió sobre Francisco, describiendo los diversos ámbitos en donde le tocó desempeñarse y forjar sus ideas: la realidad socio política de su país que es el nuestro, la Argentina; los acontecimientos e ideas que moldearon la orden a la que perteneció, los jesuitas, en los años posteriores al Concilio Vaticano II y las divisiones de opinión existentes en la Iglesia.

En cuanto a la Argentina, luego de una aproximación histórica, a mi juicio cuestionable, centra su análisis en los acontecimientos contemporáneos donde jugaron un papel fundamental el peronismo como movimiento hegemónico y las diferentes tendencias que convivían en el mismo. Jorge Bergoglio, según el libro, adscribía a sus ideas. El autor explica la postura que tenía y que ejerció desde su ministerio signada por una visión eminentemente pastoral. Nuestro actual papa Francisco adscribía entonces, y continúa haciéndolo, en la denominada Teología del Pueblo de Dios, cuyo eje fundamental es el acompañamiento directo a quienes considera los abandonados del sistema, los pobres, los enfermos, quienes sufren discriminación o han sido marginados.

Para el actual Papa la principal ocupación y preocupación de la Iglesia debe ser la pastoral, interpretada esta palabra dentro del principio de opción preferencial por los pobres sostenido por la Iglesia desde siempre porque responde al mensaje evangélico.

Su adhesión explícita al peronismo, según el autor, surge de esa opción. En el campo político nuestro Papa incurrió, a mi juicio, en el común error de pensar que solo el peronismo es la expresión política única del pueblo y que, por ello, merece la adhesión de quienes pretenden expresar su preocupación por una mayor justicia. Pienso que la experiencia vivida en la Argentina desmiente esta postura. Quiero aclarar que no es esa la posición del autor del libro que comento, pero su descripción objetiva -no imparcial- de los acontecimientos que signan nuestra historia contemporánea permiten sostener esta u otras posiciones, lo cual es un mérito indudable de la obra.

El libro destaca dos características sobresalientes en la acción de Bergoglio como rector del Colegio Máximo, Provincial Jesuita y Arzobispo de Buenos Aires. Desde su aproximación espiritual y directa con los más necesitados supo diferenciarse de las posiciones revolucionarias y, a veces violentas, de la línea más extrema de la teología de la liberación como también su absoluta independencia del poder temporal.

En la obra se describen con claridad sus discrepancias con aquellas líneas de su orden que se acercaban al marxismo como método de análisis histórico y ello le valió, según el autor, ser marginado en la orden cuando finalizo su período como provincial. Su constante prédica a favor de una conducta pastoral de acercamiento a los necesitados, unida a una crítica constante -que aún hoy mantiene en su pontificado- respecto al excesivo intelectualismo que lleva a dar primacía a la ideología sobre el deber pastoral, fueron determinantes en su marginación dentro de la orden, previa a su designación como arzobispo de Buenos Aires y presidente de la Conferencia Episcopal.

A su vez ya como Arzobispo de Buenos Aires, supo plantarse ante el poder temporal cuando lo creyó necesario para defender la doctrina y denunciar la situación y las políticas que llevaban al aumento de la pobreza y la marginación. En esto, Francisco no reparó en la filiación política de aquellos gobiernos contemporáneos a su desempeño como obispo auxiliar de Buenos Aires y luego arzobispo titular.

El libro describe con claridad las diversas líneas de pensamiento que actúan en el seno de nuestra Iglesia. Muestra cómo el actual pontífice intenta ubicarse en una postura equidistante, aunque fue firme en algunas convicciones para él irrenunciables como es su adhesión a una estructura colegial de la Iglesia donde el sínodo de los obispos adquiriera un papel fundamental en el gobierno de la Iglesia y en la aplicación de la doctrina en diferentes regiones.

La tensión entre el centralismo de Roma y la aspiración a conservar cierta independencia de las iglesias locales fue una constante en la historia de la Iglesia. El cisma de oriente y la reforma protestante son ejemplo de ello. El Concilio Vaticano II, según el autor del libro que comento, dio pie para el empoderamiento (diríamos hoy), de los obispos. Ciertamente son ellos quienes conocen acabadamente las necesidades de sus iglesias. A su vez, una de las improntas de la orden Jesuita es su sincretismo o asimilación a las culturas locales donde le tocó evangelizar. La historia de nuestras misiones y de la disolución de la orden por el papado en el siglo XVIII, que el autor describe, son muestras claras de esa tensión.

A mi juicio, se trata de una reflexión reafirmada con la lectura del libro que comento, San Juan Pablo II se encontró con manifestaciones riesgosas de un localismo que amenazaba la unidad de la Iglesia, especialmente en Latinoamérica luego de Medellín. Frente a este problema, Juan Pablo II fue firme en afianzar la unidad bajo la sede de Roma y, quizás, esa política llevó a algunos resultados no queridos como fueron un exceso de poder en la curia romana.

Curiosamente Francisco beatificó a Juan Pablo a pesar de representar ideas diferentes a las suyas. Esta actitud se resalta en el libro y muestra la intención de conciliar formas de pensar diferentes en la unidad de nuestra Iglesia que, como rezamos en el Credo es “una, santa, católica y apostólica” (LG 8).

Vale la pena leer este libro para comprender actitudes de Francisco que pueden molestarnos y manifestaciones de su pensamiento político o económico con las cuales disentimos.

Particularmente pienso que Francisco dejará su huella en nuestra Iglesia. Su firmeza destinada a erradicar males de la curia romana como la corrupción o la tolerancia con la pedofilia y su esfuerzo para acentuar la evangelización mediante el acompañamiento directo a los marginados recuerda aquel pedido de Dios al Santo de Asís: “Francisco, repara mi casa”. Pero particularmente siento que las épocas son distintas y hoy, junto a la necesidad de acompañar a los pobres y marginados, debe ponerse el esfuerzo para sacarlos de su actual situación mediante la creación de riqueza. En esto, con toda humildad me atrevo a decir que nuestro Francisco tiene una asignatura pendiente ocasionada, quizás, por una visión sesgada de la economía de libre mercado que lo lleva a exponer crudamente sus vicios sin resaltar las posibilidades que ofrece. Sin embargo, sus palabras al abrir el Encuentro Anual de ACDE llamando a los empresarios a invertir en lugar de “esconder sus ganancias”, nos alientan.

Este libro, cuyo autor no es argentino lo cual es una evidente ventaja, contribuirá a analizar con objetividad el pontificado de Francisco.

Sobre el autor

Enrique del Carril

Abogado. Ex director de la revista EMPRESA. Fue presidente del Colegio de Abogados de la CABA entre el 2006 y el 2010. Socio fundador del Foro de Estudios sobre Administración de Justicia (FORES).

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1 comentario

  • Me tocó vivir los dos períodos de J. D. Perón. En 1945/1955 y el a Dios gracias efímero de 1973/1974 cuando nos dejó una cabaretera de Presidente y un aprendiz de brujo de asesor. También me encontraba en Madrid cuando un juez de EEUU le bloqueó a Perón la mitad de su mal habida fortuna y se le presentó en Puerta de Hierro un ex buhonero judio llamado Gelbard que le propuso liberarle los fondos en USA si Perón lo nombraba Ministro de economía en su próximo gobierno. Fui fiscal de mesa en las elecciones de 1951 y estoy convencido que el resultado «oficial» fue un fraude electoral por parte de Perón, pero a pesar de los informes redactados en cada mesa nadie se atrevió a cuestionar tales resultados porque todos deseaban seguir vivos. Era estudiante de la UBA cuando Perón vació el tesoro y las Cajas acumulando sus 2 billones de dólares. También me encontraba en Bs As cuando Perón le vendió a la comunidad judía por u$s 200 millones varios miles de pasaportes que sirvieron para que emigraran a Argentina muchos judíos criminales buscados por la Interpol. Perón no cumplió ninguna de sus promesas electorales creó un gobierno estilo marxista dictatorial y frenó de forma absoluta el desarrollo nacional. Desgraciadamente los gobiernos que le siguieron no atinaron a deshacer tal monstruo de gobierno y hasta el día de hoy la Argentina sigue con esa piedra al cuello. Siempre me ha costado mucho aceptar a los que se titulaban «peronistas» particularmente cuando en su primer gobierno demostró claramente que no cumpliría con ninguna de sus promesas y que sólo le interesaba robar, por más que lo hiciera, como tantos sinverguenzas desplegando su innata simpatía. Podría seguir explicando los hechos que han destruído a la Argentina, un país que siempre tuvo todo a su favor como lo demostró cuando llegó a convertirse en la 7a potencia económica mundial.
    Atte. Luis A. Merlo Flores