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Lecciones de ilusiones infundadas

Escrito por Carlos Hoevel
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Después de la ley del aborto en la Argentina y la toma del Capitolio en EEUU: ¿la Iglesia (es decir todos los cristianos) no debería dejar de comprometerse tanto con dudosos proyectos políticos y concentrarse más en la educación y formación de las conciencias, especialmente las de los chicos y jóvenes?

La legalización del aborto en la Argentina y la toma del Capitolio en EEUU parecen dos hechos sin relación alguna. Pero en mi opinión tienen algo en común: representan, por razones muy diferentes, la decepción de muchos cristianos -y también de personas de otras religiones o humanistas no creyentes, pero con valores similares- sobre unos aparentemente prometedores proyectos políticos.

Por un lado, en la Argentina muchos cristianos pusieron sus esperanzas primero en el proyecto político del gobierno de Macri, pensando que reivindicaría algunos valores vinculados al humanismo cristiano, avasallados durante la primera época kirchnerista. Años después, otros cristianos, descontentos con la apertura al aborto y la mala política económica de Macri, se ilusionaron, una vez más, con la posibilidad de que el ala del peronismo, aparentemente moderada y bien relacionada con la Iglesia que apoyaba a Alberto Fernández -y que veían diferente al kirchnerismo ideologizado y demasiado corrupto de la actual vicepresidenta- podría ser el vehículo para aplicar por fin los principios del pensamiento social de la Iglesia.

¿Pero qué puede quedar ahora en pie de ambas ilusiones cuando primero Macri – comenzando una terrible crisis cambiaria- y luego Fernández, en medio de la pandemia y una pavorosa crisis económico-social, pusieron ambos personalmente todo su empeño, uno en comenzar y otro en completar los trabajos de demolición final del valor más básico de la doctrina social católica como es el de la dignidad de toda vida humana?

Por otro lado, en EE.UU. fueron muchos los cristianos que se ilusionaron con Trump. Aunque al principio, debido a sus antecedentes escandalosos y estrambótica personalidad, lo observaban con suspicacia, sus decididas acciones para detener la ola reformista radical en materia de aborto e ideología de género que se preparaba con Hillary Clinton, y su apoyo a figuras respetadas como la nueva jueza de la Corte, Amy Coney Barrett, llevaron a muchos católicos conservadores al paroxismo del entusiasmo que los llevó a olvidar o, directamente, negar los otros defectos evidentes del estrafalario mandatario.

Imagen: Reddit

Solo al ver las imágenes impensables de la toma del Capitolio -el edificio que expresa el corazón institucional del país- muchos abrieron los ojos y recordaron con amargura cómo desde el día 1 Robert P. George, tal vez el jurista católico conservador y defensor de las políticas pro-vida más importante del país, se opuso terminantemente a la candidatura de Trump, sosteniendo que era alguien «manifiestamente inadecuado para ser presidente de esta Nación.»

¿Pero la decepción por el supuesto renacimiento del catolicismo conservador que parecía traer Trump vuelve válido el fervoroso apoyo de algunos católicos al mucho más correcto y elegante, pero abiertamente pro-abortista y aliado de los promotores de la ideología de género, Joe Biden? ¿No son conscientes que tal vez lo que venga con Biden represente no solo un episodio pasajero como lo fue Trump sino el inicio de un nuevo estado de cosas que barra por completo cualquier resto de resistencia de la visión cristiana y humana de la vida?

Es entendible y bueno que frente al descalabro político-institucional desatado alrededor de la singular figura de Trump, muchos cristianos intenten bajar los decibeles extremos a los que ha llegado la guerra cultural que indudablemente se vive hoy tanto en los EEUU como el mundo. Pero una cosa es propiciar una vuelta a un centrismo político moderado para calmar las aguas de una presidencia que usó demasiadas veces medios disparatados para defender valores fundamentales y otra cosa muy distinta es reaccionar al populismo de Trump plegándose a ciegas a los proyectos de dudoso respeto por la persona del establishment global. Los Objetivos del Milenio de la ONU, el Great Reset post-covid del Foro de Davos -como en su momento los Foros de San Pablo y de Porto Alegre- podrán tener muchos valores sociales rescatables y destacables pero no creo que puedan ser considerados por los cristianos como vehículos adecuados para la salida del mundo de la actual crisis, que no es solo producto de la pandemia ni del trumpismo, sino también de los propios promotores del globalismo, ahora devenidos benévolos capitalistas inclusivos y ambientalistas.

En la Argentina ni el Frente de Todos ni Juntos por el Cambio y en EE.UU. o Europa ninguno de los partidos más importantes, representan una verdadera garantía en las grandes cuestiones cruciales, en especial, las que tienen que ver con el futuro de la persona y de la naturaleza humana con las que está comprometida la Iglesia, otros cristianos, los creyentes de otras religiones y los no creyentes de convicciones humanistas-trascendentes.

Esto no significa que cada cual no pueda optar por esos u otros partidos en las elecciones u otros momentos de decisiones políticas en que se presenten opciones y proyectos puntuales sobre debates esenciales. Pero creo que la Iglesia, que sigue siendo hoy, a pesar de todos sus problemas, quizás la única institución que defiende la dignidad de la vida humana en su integralidad, necesita mantener frente a ellos una prudente distancia y reservar y utilizar la mayor parte de las propias energías y tiempo en una tarea fundamental hoy muy descuidada: la educación y la formación de las conciencias.

¿Pero en que debería consistir esa educación? Creo que tendría que concentrarse sobre todo en fortalecer al sujeto afectiva, intelectual y espiritualmente para resistir al dominio de lo que algunos han llamado el Nuevo Poder que hoy está surgiendo. Este Poder no consiste tanto en una dictadura estatal explícita (aunque no la excluye) sino más bien en un conjunto de procedimientos codificados en protocolos tecno- científicos y en mecanismos comunicacionales de base algorítmica que una conjunción de intereses público-privados está Gestionando e imponiendo hoy gradualmente con el objetivo de lograr la homogenización y el control de todas las conductas ndividuales con el fin de lograr lo que se entiende como bienestar y progreso pero que en realidad constituye un empobrecimiento y degradación de la vida.

La lucha de los cristianos y humanistas no es hoy ni será probablemente en el futuro una lucha por una gran reforma social o política (¡no estamos ya en los años 70 como siguen pensando muchos!) sino sobre todo una lucha educativa y espiritual cuyo objetivo, quizás aparentemente modesto pero imprescindible, estará centrado sobre todo en mantenerse en pie y elevar la mirada, resistiendo el proceso de deshumanización generalizada que amenaza en el horizonte.

 

Sobre el autor

Carlos Hoevel

Dr. en Filosofía. Profesor Titular Historia del pensamiento político y económico y Filosofía Social, UCA. Miembro de número de la Academia Nacional de Educación.

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