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Gasto público: el imperativo de estos tiempos

Escrito por Enrique del Carril
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No tengo nada que ofrecer, sino sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor».

Winston Churchill, Discurso en la Cámara de los Comunes al asumir como Primer ministro en mayo de 1940

Winston ChurchillGobierno, oposición y la misma sociedad no puede seguir intentando mirar para el costado o entretenerse en chicanas políticas, insultos mutuos, atribución de responsabilidades a terceros o búsquedas de chivos expiatorios.

Llegó el momento de enfrentar la realidad; asumir que cualquiera fuese el devenir de los hechos nos esperan momentos difíciles. Se acabo el tiempo de los atajos, de las recetas mágicas que pretenden encontrar las soluciones en artilugios monetarios, planes parciales de desarrollos sectoriales o basados en los subsidios, la limosna y el reparto de recursos, que no existen, en manos de grupos que solo buscan ganar votos con el hambre de la gente.

Y la realidad es patente, no se necesita ser un experto en economía. Es más, todos tenemos los conocimientos básicos de este arte consistente en administrar recursos escasos para aplicarlos a las necesidades más imperantes. Especialmente en un país como el nuestro; que siempre tuvimos por rico, pero supimos empobrecerlo con nuestro egoísmo, nuestro silencio o nuestra indiferencia.

Estamos, nuevamente al borde del default motivado por un exceso de endeudamiento, situación que es responsabilidad de todos los gobiernos porque fue la solución fácil para eludir el verdadero problema: el déficit fiscal. Gastamos más de lo que producimos y, en lugar de orientar nuestro esfuerzo a bajar el gasto público sistemáticamente recurrimos a las tres soluciones simples y perniciosas: aumentamos los impuestos que recaen sobre la actividad privada desalentando la inversión; emitimos sin respaldo substituyendo la moneda por “papelitos” que nos sirven para dar la ilusión de riqueza que se diluye rápidamente ante la inflación galopante; recurrimos al crédito -interno y externo- para cubrir gastos comunes e innecesarios o pagar vencimientos de deudas anteriores.

Frente a esta gravísima situación, el gobierno insiste en políticas económicas que hace mas de setenta años han demostrado su fracaso y desembocaron en crisis cíclicas cuyas consecuencias se han agravado y la ilusión de la recuperación fue cada vez más corta, por una simple razón: el mundo, cualquiera sea la ideología de los gobiernos, ya no confía en nosotros porque nuestra sociedad tampoco confía y busca resguardad sus ahorros fuera del sistema en un “sálvese quien pueda” generalizado.

Por su parte la oposición se entretiene en conflictos internos intrascendentes y no atina a plantear con claridad cuál es el plan que aplicarían si fueran gobierno. Es insuficiente decir que no crearan más impuestos o fomentaran la inversión si no explican cómo. El “cómo” es bien claro: eliminar el déficit, disminuir el gasto público, suprimir ministerios, oficinas públicas y concentrar el esfuerzo del Estado en sus fines esenciales: Justicia independiente, Seguridad para la gente, educación como base de la igualdad y salud de calidad accesible a todos, pero es duro decirlo porque las consecuencias inmediatas de encarar estás políticas serán más dolorosas y se agravarán con la demora en asumirlas.

Nadie está dispuesto a emular a Churchill y decir claramente que solo pueden prometer “sudor y lágrimas” pues exige sacrificios y una política clara para promover a quienes hoy están bajo la línea de pobreza, asistiéndolos en lo inmediato, pero, fundamentalmente, incorporándolos al mundo del trabajo.

Las palabras del gran estadista inglés fueron pronunciadas en mayo de 1940, cuando el nazismo, en pocas semanas, sometió Bélgica y se dirigía a derrotar a los ejércitos francés e inglés. Pero no olvidemos que Churchill, contra viento y marea, abucheado por muchos que lo consideraban “belicista”, venía insistiendo que no debía transarse ante políticas equivocadas que pretendían calmar a Hitler entregándole países para evitar el sufrimiento de una guerra temida por todos pero que era inevitable y a medida que se demoraba la solución, sería mas sangrienta y con efectos más dolorosos.

Podremos decir que no estamos en una situación tan grave…que es una exageración y, quizás ciertamente lo es. Pero frente a la claridad de la causa de nuestras actuales tribulaciones: el desmedido gasto público, no podemos continuar con eufemismos como denominar “ajuste” a políticas necesarias que siempre terminan por imponerse de la peor manera por eludir anunciarlas claramente ante el temor a perder votos o a que se nos acusen de “neoliberales”,” desalmados” y otras calificaciones por el estilo.

Ciertamente, la herramienta básica es el diálogo y el consenso. Pero un diálogo real, no basado en reuniones destinadas a “sacarse fotos” para la tribuna o elegir los interlocutores para evitar desacuerdos utilizando el insulto o la descalificación de propios y extraños. Sabemos que hay personas que no quieren dialogar; no perdamos tiempo con ellos y unámonos con aquellos que están dispuestos a respetar las opiniones diferentes y con las que nos unen objetivos comunes.

 

Sobre el autor

Enrique del Carril

Abogado. Ex director de la revista EMPRESA. Fue presidente del Colegio de Abogados de la CABA entre el 2006 y el 2010. Socio fundador del Foro de Estudios sobre Administración de Justicia (FORES).

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