Introducción (Por Portal Empresa)
Más que un empresario, Don Julio fue un impulsor de comunidad. Su acción dio origen a las villas Flandria Norte y Sur, a escuelas, templos y centros sociales donde el trabajo y la fe se unían en un mismo propósito.
En el artículo completo, compartimos cómo el padre Schrijver reconstruye la trayectoria de una persona que evitó el reconocimiento público y orientó su vida a la tarea diaria. Este texto invita a conocer a Don Julio desde su obra y su ejemplo, como alguien que vinculó la producción con la responsabilidad moral y buscó que su trabajo tuviera sentido para los demás.
Material adicional: Reseña sobre Don Julio Steverlynck, por su amigo y confesor Padre Silvio Schrijver (Publicada en la revista El Telar en 1976) Versión español/inglés
Artículo Completo
Don Julio
Por Silvio de Schrijver, o. f. m.
Reseña sobre don Julio Steverlynck por su amigo y confesor padre Silvio Schrijver
Cuando el Señor Jiménez me pidió “unas palabras”, como “una semblanza”, “algo sobre la persona” de “Don Julio”, tenía ya delante mío un respetable número de artículos publicados en el país y en el extranjero y una larga lista de grandes y muy importantes revistas industriales y culturales europeas que pedían mayores informes “sobre este hombre de acción, excepcionalmente honesto y fundamentalmente bueno” como lo califica el Dr. P. Staner, profesor de la Universidad de Lovaina y Secretario permanente de la Academia Real de Ciencias de Ultramar. Sin embargo, a pesar de una amistad de 40 años, jamás interrumpida y transformada en un trato como de verdaderos hermanos; a pesar de la palabra de San Agustín que “sólo gracias a la amistad se puede conocer a alguien”, no me resulta fácil decir quién era de Don Julio. Hombre difícil de enmarcar en nuestra sociedad moderna, vida de dinero, de lujos y de exhibicionismos; figura en nuestro mundo actual un tanto “legendaria”. Hombre difícil de enmarcar en nuestra sociedad oderna, ávida de dinero, de lujos y de exhibicionismos; figura en nuestro mundo actual un tanto “legendaria”. No me cabe duda que mucho de lo que era Don Julio hay que buscarlo en el ambiente familiar que lo vio nacer y en que se formó su recia e inconmovible personalidad, ambiente de sana austeridad, de gran espíritu de trabajo y de estudio, de excepcional formación del espíritu, de responsabilidad personal y social. Hombre realizador como pocos, purificado en la escuela del sufrimiento y miseria que fue la guerra de 1914-1918 en la cual participó como voluntario, cumplidos apenas los 18 años y que lo marcó para toda la vida, recordaba con amor, respeto y ternura a su padre y su madre y con profunda gratitud a sus maestros, los Hermanos de las Escuelas Cristianas, en cuyo colegio quedó consolidada la educación recibida en su hogar.
“Mucho he sentido no haber podido acompañarlos en el entierro de su padre por haberme enterado al día siguiente del mismo. Quisiera haberos dado un abrazo uno por uno y deciros en silencio cuánto admiraba a vuestro padre.
¡Que recuerdo deja! ¡Qué hombre en el más cabal sentido de la palabra!
¿Que os puedo decir que no sea un pálido reflejo o que no os parezca ingenuo o poca cosa? Pero no importa, mi admiración fue siempre enorme por ese hombre sencillo y humano, y siempre que tuve oportunidad la he manifestado. Considero que Dios lo dotó de unas cualidades y virtudes extraordinarias y que habiendo recibido tantos de estos talentos, fue el siervo fiel que todos anhelan y desean ser. Así vi a Don Julio, fiel vasallo, leal caballero del Rey de Reyes y del Señor de los Señores. En él no era difícil ver esto, pues la gracia y la naturaleza rebalsaron en generosidad. Parecía que todos los logros no redundaban en su gloria, pues no se vanagloriaba de nada. Con ser un gran industrial, era un gran enamorado de la naturaleza, No era menor su afición al arte y la historia, y siempre que hablaba, lo hacía con autoridad y convencimiento.
“Todo esto, a mi entender, era pálido reflejo de su sentido sobrenatural de la vida y por consiguiente de su celo por el bien de las almas procurando para ello ser el primero en la aplicación de la doctrina de la Iglesia en el trato con los obreros, simbolizando todo esto en el monumento a la encíclica Rerum Novarum y Quadragésimo Anno y realizando lo que a la vista está: Villa Flandria Sur, Villa Flandria Norte, las fundaciones de religiosos y religiosas, clubs, etc. “No quiero pasar más adelante ni explayarme más y recordaros lo que tuvo que sufrir cuando murió vuestra madre, el sacrificio que Dios le pidió al llevársela en acto de caridad al prójimo. Parece que el Señor hubiera querido dejar en claro cómo y cuándo se quiso llevar a vuestra madre, demostrando que sus preferencias eran atender a los humildes y pobres. Con esto quiero recordaros lo que me pareció siempre de idealidad el matrimonio de vuestros padres, fiel trasunto de aquél que reflejaba la mujer fuerte del Evangelio. En lo interior estaba la razón de la vida de vuestros padres: colmados de dones por el Señor, y fieles a sí mismos, cuán lejos estaban de lo frívolo y lo mundano. La razón en la fe, en la vida interior, en el reclinatorio de su habitación, en la capilla de la Estancia. No quiero cansaros, pero por mí seguiría escribiendo lo que me fuera dictando mi admiración y los recuerdos que de él guardo. Tantas cosas llenas de vida y poesía que él gobernaba con su señorío innato, tantas cosas que desconozco, muchísimas más que quedaran en vuestro recuerdo por lo que habréis llegado a comprender en toda su hondura aquello que dice la Escritura: “La gloria de los hijos: sus padres”.
Su sueño era levantar una iglesia parroquial central entre Flandria Sur y Flandria Norte; mantener la actual iglesia parroquial al lado de la Estación como anexo al Colegio San Luis; todo ello atendido por religiosos salesianos; construir una escuela en el terreno donde está actualmente la capilla de Flandria Norte con su respectiva iglesia, atendido por las Hermanas de María Auxiliadora, que también deseaba llevar a Cortines.
Motivos, enteramente ajenos a su voluntad, no le permitieron la realización de ese proyecto por él soñado. Consiguió después que vinieran los Hermanos de las Escuelas Cristianas, sus antiguos maestros; vinieron también las Hermanas Azules, a cuya Congregación pertenece una de sus hijas; más tarde doné el terreno y edificio donde actualmente habitan las Hermanas Franciscanas Hijas de la Misericordia para su casa de Noviciado y con la esperanza que ahí surgiera después un centro de formación para el Pueblo de Cortines. Siempre me dijo: “hice lo que pude, pero no pude hacer lo que quise”. Hace pocos años – yo era capellán de las Hermanas de Cortines – me preguntó si no sería una a idea donar el terreno donde funcionaba la quinta Vermeulen a unas religiosas contemplativas para que con su oración y penitencia obtuvieron lo que él no había podido conseguir con la acción. Don Julio se fue. Sus obras quedan. Don Julio fue un hombre recto. Recto en su vida privada y pública. No admitía en este punto ninguna claudicación. Su mujer dejó un día sobre el velador de su pieza un papelito en el cual decía: “No sabrás nunca cuanto te amo y cuanto te admiro. Y si me pusiera a analizar a que se debe todo este montón de sentimientos que han llevado a formar parte de mi ser y de mi vida, diría que es por tu rectitud. Nunca hubiera podido amar y convivir con un hombre que no fuese recto. Que Dios te ayude a seguir siendo siempre así”. El hombre que se afincó en esta tierra y, provocando la sonrisa y alguna vez la broma burlesca de más de un empresario connacional, se radicó aquí junto al Rio Luján, dando vida nueva y transformando la fisonomía de toda una región; el hombre que hubiera podido amasar una fortuna personal respetable y asegurarla fuera del país, no tenía un solo peso ni un solo dólar colocado en el extranjero.
Todo lo que entraba salía en ampliaciones de la fábrica existente o enconstrucciones de nuevos establecimientos. Y recuerdo, como si fuera ayer, que un día Don Julio me refería que alguien le había querido obligar a entrar en negocios que él estimaba turbios y que su respuesta fue breve: “Yo no soy solamente un industrial, tengo también una misión moral y si me obliga a esto, ahí está la fábrica a su disposición y me marcho a otro país a recomenzar”.
Era un hombre modesto
Cuando no estaba muy obligado viajaba dos veces por semana en tren a Buenos Aires y solamente cuando este medio de locomoción comenzaba a perder regularidad en el horario, se vio obligado a adquirirse un auto para hacer estos viajes, porque iba con las horas contadas. El clásico “Jeep” de Don Julio con el cual se manejaba de un lado a otro de sus fábricas, no era precisamente un auto que llamaba la atención si no por lo viejo y gastado, hasta que el punto que un día una viejita que iba caminando bajo la lluvia de Flandria Norte a Cortines para haber perdido el colectivo, ésta al bajarse, le dio el importe del boleto y negándose él a recibirlo le dijo ella: “No, no, Señor, acéptelo, porque por lo visto a Ud. tampoco le sobran las cosas”.
Huía de toda ostentación
No creo que, exceptuando la visita de los Reyes de Bélgica, que permanecieron todo el día en Santa Elena, su nombre haya ocupado mucho lugar en la crónica, llamada “Vida social”. Aunque era Doctor Honoris Causa de Ciencias Económicas de la Universidad de Laval, más de una vez el Embajador de su país tuvo que hacer el viaje a Villa Flandria para entregarle alguna condecoración que, en caso contrario, hubiera permanecido sepultada para siempre en los Archivos de la Embajada. Tenía la convicción que no había hecho más que cumplir con su deber: Trabajar y crear, y que el trabajo honesto y tesonero daba de por sí lo que debe dar y que todo lo demás no lo merecía. Era un hombre, más que modesto, realmente humilde en el sentido cristiano de la palabra.
Era un hombre de profunda fe cristiana
En los primeros días de la guerra mundial escribía a su madre: “Madre, la he visto muy preocupada cuando partimos para la guerra, no se preocupe, yo volveré igual, sin cambio, cristiano, como Ud. me ha enseñado.”. Y su diario de los 4 años de la guerra, apunta todos los domingos la iglesia y capilla o campamento donde asistió a la celebración eucarística. “Fui a misa en … y me acerqué a la sagrada mesa”. En su casa se rezaba siempre antes y después de las comidas, estuvieran de visita quienes fueran; jamás salía de casa sin pedir la bendición de su mujer y dar la misma a ella, y de noche se reunían en el living, después de la comida para hacer la oración. Quince días antes de morir, cuando le pedí que me hiciera unos banquitos chicos para los ayudantes de misa de Cortines, me dijo: “¨Tienes tu un reclinatorio en tu pieza?”. Al contestarle que no, me dijo: “Te lo voy a mandar hacer, es lindo tenerlo y arrodillarse en él ante de acostarse”. Así veo a Don Julio, sano de cuerdo y alma, trabajador, creador, singularmente capaz y perspicaz, sencillo, recto, bondadoso y caritativo. Y siempre – de rodillas ante Dios. A sus hijos dejó el consejo: “Nunca se arrepientan de ser generosos”.

