La sorpresa del descubrimiento y el valor del buen consejo en el Programa Consejeros de ACDE
Dos palabras de origen griego resuenan con una fuerza particular cuando intento resumir mi experiencia en el Programa Consejeros de ACDE: Eureka y Eubolia. A primera vista distantes, ambas encapsulan la dualidad de un viaje que se emprende con la intención de dar y se culmina habiendo recibido en igual o mayor medida.
La primera, Eureka (εὕρηκα), es la famosa exclamación atribuida a Arquímedes. Su etimología es literal: “¡Lo he encontrado!”. Es el grito de la sorpresa, el asombro que sigue a un descubrimiento inesperado, el “momento ¡ah!” que ilumina un problema.
La segunda, Eubolia (Εὐβουλία), es una palabra más profunda y menos explosiva. Proviene de eu- (bueno) y boulē (consejo, deliberación, voluntad). Los filósofos griegos la usaban para describir la virtud de la prudencia, el buen juicio, la excelencia en la deliberación; en resumen, el “buen consejo”.
Cuando uno acepta la invitación para ser consejero en ACDE, lo hace, naturalmente, enfocado en la Eubolia. La premisa es clara: poner la propia experiencia, los años de aciertos y, sobre todo, de errores, al servicio de un socio joven. Uno se prepara para escuchar, para deliberar, para ofrecer ese “buen consejo” que pueda servir de faro.
Este espíritu está en el ADN de ACDE. El propio Enrique Shaw es el ejemplo fundacional de esta dinámica. Fue precisamente un “buen consejo” (Eubolia) el que reorientó su destino. Cuando Enrique discernía su futuro, un sacerdote que lo acompañaba espiritualmente le aconsejó dejar su prometedora carrera en la Marina para desarrollar su vocación como empresario y líder cristiano en el mundo laico. Esa Eubolia recibida provocó en Enrique una Eureka vital, un “¡lo he encontrado!” que redefinió su misión y sentó las bases de la asociación que hoy nos congrega.
Sin embargo, en la práctica del programa, aquí es donde irrumpe la Eureka del consejero.
La primera gran sorpresa, el primer “¡lo he encontrado!”, no es del aconsejado, sino del propio consejero. Creíamos que íbamos a enseñar y descubrimos que estamos aprendiendo. En un mundo empresarial que se transforma a una velocidad inédita, el diálogo con los socios jóvenes se convierte en una clase magistral de mentoría inversa.
Eureka es descubrir que los desafíos de la sostenibilidad, la transformación digital, la agilidad organizacional y la búsqueda de propósito no son problemas ajenos que uno “aconseja” desde la distancia. Son desafíos que el aconsejado vive con una intensidad que nos obliga a reexaminar nuestras propias certezas. Eureka es la sorpresa de ver cómo nuestros marcos mentales, forjados en otro paradigma, son interpelados, cuestionados y, a menudo, enriquecidos por una perspectiva fresca y nativa digital.
Pero este descubrimiento personal no minimiza el rol central de la Eubolia. De hecho, lo potencia. El “buen consejo” en el contexto de ACDE rara vez toma la forma de una instrucción directa. La verdadera Eubolia no es decir “haz esto”, sino preguntar “¿tú qué crees?”. No es transferir un plan de acción, sino ayudar a construir el criterio.
La Eubolia se practica a través de la escucha activa y la pregunta pertinente. Es el arte de crear un espacio de confianza donde el aconsejado pueda verbalizar sus dilemas más profundos, sabiendo que no será juzgado, sino acompañado. Es ayudar a separar el “ruido” de la “señal”, a alinear las decisiones empresariales con los valores personales. El objetivo de la Eubolia no es que el aconsejado siga nuestro camino, sino que encuentre el suyo propio, tal como lo hizo Enrique Shaw.
Aquí es donde los dos conceptos se fusionan. La magia del Programa Consejeros de ACDE reside en que la Eubolia genera Eureka en ambas direcciones.
Al esforzarnos por dar un “buen consejo” (Eubolia), nos vemos forzados a reflexionar, a ordenar nuestras propias ideas y a revisar nuestros propios fracasos, encontrando en ellos nuevas lecciones (Eureka). Y al recibir ese acompañamiento prudente (Eubolia), el aconsejado procesa su realidad, destraba sus propios obstáculos y, finalmente, exclama su propio “¡Eureka!”, habiendo encontrado la solución que ya residía en su interior.
Ser consejero en ACDE es, por tanto, mucho más que un voluntariado. Es un privilegio. Es un ejercicio constante de humildad, donde la sorpresa del descubrimiento (Eureka) es la recompensa inesperada de intentar ofrecer, con la mejor voluntad, la virtud y el don del buen consejo (Eubolia).

