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Homo Argentum: por qué nos peleamos

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La película protagonizada por Guillermo Francella generó un debate encendido sobre la política y la moral. Es, quizá, una prueba de que a buena parte de la sociedad le sigue importando el presente y el futuro de la Argentina.

Como en las relaciones tóxicas, toda ocasión es buena para pelearnos.

Hace una semana salimos a partir lanzas por la exploración del CONICET en el fondo del mar, poco después descubrimos que el uso electoral del “Nunca más” por parte del oficialismo era materia apta para hacernos acusaciones mutuas, y ahora nos entusiasmamos con Homo Argentus, que funciona como pretexto perfecto para acusarnos de zurdos resentidos o de fachos recalcitrantes, según de qué lado de la grieta hayamos decidido cavar nuestras trincheras.

Spoilers aparte, la película protagonizada por Francella bate récords de taquilla con sus 16 micro historias que caricaturizan al argentino —o quizá al porteño— individualista, ventajero e hipócrita. El asunto se vuelve motivo de debate nacional quizá porque a algunos de los personajes los atraviesa una condición común: son progres. Aunque parecen representar todo lo que está bien, en el fondo son todo lo que está mal. Así, muchos compatriotas sienten que su tribu queda en ridículo, y Milei, que está angelado en plena campaña electoral, redobla la apuesta diciendo que vio la película —dos veces— y la recomienda con entusiasmo. Es la batalla cultural en su estado más puro.

El debate, que admite múltiples ángulos, hasta ahora corre por cinco andariveles principales:

Lo decíamos hace una semana: todo es política. Todo es ocasión para opinar sobre lo bueno y lo malo, sobre cómo deberíamos vivir, sobre qué queremos para este país: el nuestro y el de nuestros hijos y nietos. Tanta pasión no está del todo mal: quiere decir que nos importa lo que nos tiene que importar y que la apatía no se adueñó todavía de nuestros corazones.

PD: No hay mejor estrategia de promoción de una película que poner a un grupo de actores y periodistas a criticarla con pasión, y a otros a defenderla con el mismo ahínco. Si no fue deliberado, merecería serlo.

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