Cada 7 de agosto, los fieles acuden a San Cayetano para pedir pan y trabajo. Este gesto es una manifestación de fe activa en la intercesión del Santo. Su figura inspira, en la devoción popular, la esperanza de que el trabajo, además de ser una fuente de sustento, dignifica y se convierte en una vía para la caridad.
Las virtudes teologales —fe, esperanza y caridad— son el cimiento del obrar cristiano. Se podría afirmar, asimismo, que dichas virtudes son la plataforma para sortear las dificultades que se nos presentan en el transcurso de la vida. Ahora bien, para construir un porvenir superador, el trabajo redentor emerge como una cuarta virtud.
Podemos pensar entonces que para el desarrollo integral de la persona son clave las tres virtudes teologales, como base espiritual, y en el trabajo redentor, como virtud práctica.
Así como Dios infunde las virtudes teologales en el alma para elevarla, también ha regalado el trabajo como camino de maduración espiritual, servicio al prójimo y transformación de la sociedad:
- La fe nos hace creer que nuestro esfuerzo tiene sentido, incluso en la dificultad.
- La esperanza nos anima a seguir construyendo, aunque no veamos resultados inmediatos.
- La caridad nos mueve a trabajar no sólo por nosotros, sino con y para los demás.
Resumiendo, las virtudes teologales son dones infusos: no nacen del esfuerzo humano, son regalados por Dios al alma para orientarla hacia Él. De la misma manera, podemos contemplar el trabajo redentor como un don divino: una vocación elevada, una forma concreta de unirnos al plan creador y redentor de Dios.
En consistencia con lo anterior, en el libro “Y dominad la tierra”, Enrique Shaw toma el mandato del Génesis (Gn 1, 28) como una llamada divina al hombre para colaborar en la obra la creación. Este dominio es un servicio creativo, no un poder autoritario; es una participación responsable en el crecimiento de nuestra Casa Común.
“La acción empresaria así concebida conduce a permitir a la naturaleza, si cabe, rendir gloria a Dios, al ser ennoblecida por las transformaciones que la hacen más útil al hombre” (Y dominad la tierra, p. 26).
Enrique ve el trabajo como una vocación espiritual: un altar donde el empresario, el obrero y todo trabajador pueden ofrecer su vida a Dios.
En sus escritos expresa que el dirigente cristiano ha de tener una espiritualidad que le permita hacer del trabajo una herramienta de santificación y transformación social. Para Enrique el empresario cristiano está llamado a:
- Crear trabajo digno.
- Promover el desarrollo humano integral.
- Ser justo, compasivo y responsable en su rol social.
San Cayetano, Padre de la Providencia y testigo del trabajo redentor, nos vuelve a recordar en su celebración que el trabajo, vivido con fe, esperanza y caridad, es una cooperación en el plan de Dios, y va más allá de ser una simple tarea humana. Es un don que ennoblece, une al prójimo y santifica cuando se ofrece como don y servicio.
La espiga de trigo que San Cayetano sostiene en sus manos no es un adorno: es símbolo del pan, del trabajo, de la entrega. Representa la confianza en un Dios que provee, que bendice lo poco y lo multiplica.
San Cayetano, a ti nos confiamos, porque con portentosos milagros socorres a cuantos te invocan en sus necesidades.