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Seamos la respuesta del Evangelio a la sociedad

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El Padre Daniel Díaz, nuestro asesor doctrinal, nos invita a reflexionar sobre la guía del Espíritu Santo en cada circunstancia, de manera que nos impulse a lograr un diálogo abierto y así construir una sociedad justa, fraterna y fiel, a la luz del Evangelio.

Queridos amigos de ACDE,

La Doctrina Social de la Iglesia surgió en sus inicios a partir de la necesidad de una palabra autorizada que diera claridad a los cristianos ante los desafíos que se le presentaban en ese momento histórico de la sociedad, de su política, de su economía. En primer lugar, era una respuesta a la pregunta personal de muchos que querían vivir el Evangelio y estaban confundidos frente a la cambiante realidad. Esas personas estaban ante nuevas situaciones y conflictos que no existían en su experiencia previa y que les demandaban un discernimiento de la voluntad de Dios para no apartarse de su fe. 

Al mismo tiempo, la enseñanza Social eclesial, al comenzar a conformarse como un cuerpo, se hizo inmediatamente no sólo algo teórico y propio de católicos, sino verdadero anuncio y profecía destinado a todos los hombres. Sus afirmaciones son una invitación abierta. Además, por añadidura, es también una denuncia no solo de lo que no es compatible con los criterios del Reino de Dios sino con todo lo que atenta contra el mismo bien del ser humano. Desde este lugar es una propuesta que aúna dos llamados del Señor que atraviesan las Sagradas Escrituras: por un lado, el “Conviértanse”, actitud permanente que nos llama a estar atentos y a corregir nuestras faltas, y por el otro, el “No tengan miedo” que nos anima a confiar en que Dios vela siempre con Amor sobre nosotros cuando permanecemos unidos a Él y que la realidad que nos toca no deja nunca de tenerlo como Señor de la historia. 

Existe, entonces, una estrecha conexión entre la propuesta social de la Iglesia, la realidad que la ha demandado con urgencia y su realización como el único camino que puede llevarnos hacia el cumplimiento de las promesas de plenitud de Dios. No es una arbitraria reflexión optativa. En esta doctrina hay algo de absolutamente necesario tanto en el origen con que nació como en su destino de ser actuada. Brota de la conciencia cristiana en la que Dios nos guía con su Espíritu y transformada en obras concretas es la que nos irá conduciendo a nuestro destino final en la Comunión Fraterna y Divina, nos llevará a la eternidad.

Estas enseñanzas, en la medida en que se nutren de la historia y sus acontecimientos, no están cerradas. En tiempo presente, siguen apareciendo cuestiones que se hacen urgentes y plantean la necesidad de nuevas respuestas. Así fue sucediendo últimamente con el impostergable cuidado de la Creación, la necesidad de una fraternidad universal para alcanzar la paz o los avances tecnológicos recientes con sus virtudes y peligros. En estas cuestiones (y en otras que deberán ser abordadas en el futuro) es y será necesario reflexionar la situación a la luz del Evangelio, para actuar y anunciar lo que Dios nos está diciendo.

Pero quiero destacar que, a mi modo de entender, no creo que la enseñanza de la Iglesia esté bajo la única responsabilidad de los Papas u obispos. Ellos son pastores, no doctores. No viven encerrados elucubrando teorías abstractas, sino que han de leer en la vida y búsqueda de quienes siguen a Cristo, las propuestas que el mismo Señor nos está haciendo. Por esto, cada creyente, y particularmente los líderes a quienes su formación les permite y su actividad les requiere una mirada profunda de la realidad, necesitan permanecer en la actitud de sostener las preguntas que darán pie a las afirmaciones que aparecen en los documentos como respuestas ¿Qué debemos hacer ante las circunstancias nuevas? ¿Cómo podemos hacer de esto nuestra práctica habitual? ¿Cómo podemos proponerlo a los demás?

Hoy son pocos los que hablan de la Doctrina Social, aún entre los cristianos, y muchos los que la rechazan o desechan con rapidez sin entender demasiado su valor ni necesidad. Otros terminan identificándola con posturas ideológicas o políticas de tal o cual persona, grupo o sector, y, aún siendo cristianos, renuncian a ella o matizan su importancia y aplicabilidad por experimentar que lo que otros proponen no responde a lo que ellos creen, sin advertir que de eso modo corren el riesgo de renunciar a las preguntas que hacen a la fidelidad al Evangelio y a la obediencia a Dios.

Nuestra fe asume la búsqueda del desarrollo de todo el hombre y todos los hombres, defiende la inviolable dignidad humana de un modo integral. Y lo hace en medio de preguntas y tensiones, sin renunciar a ellas, buscando el lugar donde se encuentren, por ejemplo, la libertad y la propiedad privada con el bien común, la justicia social y la solidaridad. Propone metas muy altas, muy difíciles, pero las únicas donde todos son respetados y viven con el necesario bienestar. Para esto no deja de reconocer que para llegar allí se requieren procesos y acuerdos que hagan posible la construcción de una sociedad con esas nuevas características.

Más que nunca, todo esto requiere hoy la capacidad de un diálogo abierto y crítico, que no se transforme en desencuentro ni se frustre ante las aparentes oposiciones. Muchos que creen en Dios, en Cristo, que buscan el bien de otros, tienen una parte de la verdad. Pero no toda la verdad. Por eso es necesario que los actores sociales, en respeto y paz, puedan encontrarse sinceramente y con apertura de mente y de corazón, tratando de entender las distintas razones que mueven a todos, llegar a las verdades que Dios está revelando y acercarse así a las respuestas que necesitamos. Es muy difícil, pero con Dios todo es posible

Que el Buen Dios, aquel que es Uno en tres, nos ilumine para alcanzar la comunión, armonía y respeto, que sirvan de base para buscar las respuestas que necesitamos, las respuestas a las preguntas que nuestro tiempo nos plantea. Que Dios los bendiga.

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