Icono del sitio ACDE Portal Empresa

¿Tolerar al intolerante?

Escuchar este artículo
Descargar MP3

En tiempos de polarización creciente, la sociedad parece vivir en permanente estado de confrontación. Las discusiones se endurecen, las redes se vuelven altavoces del enojo y la desconfianza ha comenzado a reemplazar al diálogo. No está claro si somos más intolerantes que antes, pero sí es evidente que hoy la intolerancia se exhibe con más facilidad y encuentra terreno fértil para multiplicarse.

La fractura no se limita a la política, cruza las conversaciones familiares, los grupos de WhatsApp, las aulas y los espacios públicos. Nos encerramos en burbujas que confirman nuestras certezas y nos alejan del otro. En este clima, la pregunta de Karl Popper vuelve a resonar: ¿es correcto ser tolerantes incluso con quienes no lo son? Es un debate urgente, pero no es nuevo. 

La verdadera prueba de tolerancia empieza en lo cotidiano: en la casa, en la escuela, en el trabajo, en la calle. Cada conversación puede ser una oportunidad para hacer un alto, escuchar y entender. La política del grito hace ruido, sí, pero no construye nada durable. Lo que sostiene a una sociedad es el diálogo, paciente y honesto, capaz de volver a poner a la pluralidad en el centro.

————

¿Creés que es posible mantener el diálogo con quienes piensan radicalmente distinto?

Ver los resultados

 Cargando ...

————

Por su parte la Iglesia lo viene planteando, con otras palabras, desde hace siglos. La Doctrina Social de la Iglesia recuerda que la convivencia solo es posible cuando se reconoce la dignidad innegociable de cada persona. Sin ese fundamento, el diálogo se convierte en una ilusión y la política en un campo de batalla. La encíclica Pacem in terris de Juan XXIII insiste en que la paz no es ausencia de conflicto, sino fruto de la verdad, la justicia y la caridad. Y sin caridad en el debate público, lo que queda es apenas ruido.

San Juan Pablo II advertía que una sociedad que normaliza la descalificación erosiona sus propios cimientos. En su encíclica Centesimus annus, subrayaba que la libertad necesita responsabilidad; sin ella, se transforma en libertinaje verbal e ideológico. No es difícil ver esa tendencia en las campañas electorales, donde los insultos desplazan a las propuestas y el adversario deja de ser un ciudadano para convertirse en un enemigo.

La tradición cristiana enseña que la tolerancia auténtica no es permisividad ni neutralidad moral. Es un acto de justicia: reconocer al otro como hijo de Dios, incluso cuando piensa distinto. Como recuerda el papa Francisco en Fratelli tutti, la fraternidad no se declama, se practica; y empieza por escuchar antes de juzgar, comprender antes de condenar. No significa aprobarlo todo, sino elegir el camino más difícil: aquel donde se puede decir “no” al odio sin cerrar las puertas del diálogo.

Hoy, cuando la sociedad parece dividida en bloques irreconciliables, la fe nos propone una salida más exigente y más humana: volver a mirar el rostro del otro y reconocer en él a un hermano. Esa es la base de cualquier construcción duradera. La política puede seguir gritando; nosotros, en cambio, podemos elegir conversar. Y tal vez ahí, en esa elección cotidiana, empiece la reconciliación que tanto necesitamos.

Salir de la versión móvil