«Si puedes conservar tu cabeza
Cuando alrededor todos la pierden
y te cubren de reproches»
Rudyard Kipling “Si”
El “Si” de Kipling es una lección de vida. En sus estrofas recorremos la conducta que es recomendable asumir frente a los inconvenientes que enfrentamos en la vida privada y social.
Tomamos la primera estrofa para exponer algunas reflexiones frente a la crisis económica que vivimos porque describe la común reacción de la gente frente a situaciones como la que actualmente vive nuestro país. El “perder la cabeza” es una actitud producida, en general por el miedo.
El temor a la amenaza del futuro o, peor aún, a que se repitan experiencias tristes ya vividas nos paraliza y nos lleva a atribuir la culpa a terceros o a quienes, circunstancialmente, nos gobiernan. No advertimos que las cíclicas crisis económicas de nuestro país derivan de una cultura que debe cambiar y, en alguna medida, todos tenemos una cuota de responsabilidad en la actual situación.
Es que una característica propia de nuestra sociedad es la desmesura que nos lleva a propiciar soluciones drásticas, muchas veces basadas en el olvido de anteriores errores o en el afán de aplicar medidas que, si bien son correctas y responden a un ideal al que debemos tender, no es posible instrumentarlas en forma inmediata porque solo tendrán efectos positivos si, previamente restauramos la confianza interna y externa.
La desmesura y el temor al cambio nos impide superar el populismo, con su fruto venenoso de la «cultura del atajo», que siempre estuvo presente en la sociedad argentina y se acentuó con mayor virulencia desde la tercera década del siglo pasado. La cultura “populista”, presente en nuestra sociedad, se alimenta en actitudes individuales y sectoriales, de las cuales los empresarios no somos ajenos. El facilismo, la errónea convicción de que tenemos un país rico que permite exigir todo sin el esfuerzo del trabajo eficiente y la subordinación de la ley a los intereses sectoriales derivó en el ocultamiento, la mentira y, lo más grave, la corrupción ostensible y desembozada sostenida por la impunidad, producto de Jueces que no investigaron aun cuando tenían las pruebas del latrocinio que ahora se exponen sin tapujos.
Debemos ser conscientes que todo lo que ahora nos escandaliza no surgió por generación espontánea o derivado de un hecho extraordinario, sino que es la consecuencia final de conductas y actitudes que fuimos tolerando durante años en nuestra vida individual y social.
El miedo es una reacción natural en el ser humano; puede paralizarnos y llevarnos a la desmesura. Pero también puede ser un espolón que nos anima a enfrentar el desafío que nos impone las circunstancias si ponemos nuestro esfuerzo y confiamos en el Señor. De allí el consejo de Kipling que tan bien nos viene: frente a la crisis, como empresarios cristianos nos corresponde “conservar la cabeza” aunque todos la pierdan y nos cubran de reproches.
De nuestras conductas depende que no volvamos a vivir experiencias recientes como lo ocurrido en el 2001 cuando estalló un sistema que, en una primera etapa permitió frenar la inflación pero que requería el esfuerzo de eliminar el déficit fiscal mediante una drástica disminución del gasto público. Ni el gobierno de entonces, ni la sociedad estuvo dispuesto a encarar esa reforma de fondo y la oposición de entonces, en una actitud suicida, aprovecho las circunstancias para voltear al gobierno, proclamar la cesación de pagos y culminar, ya en el poder, proclamando y festejando la cesación de pagos e imponiendo una negociación donde se presionó a los acreedores del Estado a aceptar una quita del 70% de sus créditos que hoy estamos pagando con la desconfianza de los inversores en nuestro país.
Lamentablemente en el período 2011/2015 en lugar de aprovechar la situación favorable de los mercados internacionales, se acentuaron los problemas de fondo. Se eliminó el incentivo a la inversión, se instauró la mentira, se fomentó el despilfarro, se aumentó en forma desmesurada el gasto público principalmente instaurando subsidios, como en el caso de la energía, con el único objeto de ocultar la realidad. Todo ello tuvo como escena de fondo la corrupción desembozada que quitó recursos a los más necesitados y fue posible por un sistema judicial que aseguraba la impunidad. El actual gobierno, cuando asumió no supo o no quiso explicar la gravedad del problema que hoy se manifiesta en toda su crudeza.
De nosotros depende que no se vuelva atrás. La desmesura, que debemos erradicar, se manifiesta en pretender soluciones definitivas en el corto plazo. Es nuestro deber reconocer los méritos de quienes nos gobiernan en algunos aspectos como la lucha contra las mafias, el esfuerzo constante en reinstaurar la seguridad ciudadana y en comenzar el difícil camino de mejorar nuestra Justicia. Pero también debemos marcar con firmeza los desaciertos y exigir que se continúe con el esfuerzo más importante: erradicar la pobreza que es una vergüenza para todos los argentinos.
No es una exigencia que debemos plantear al Gobierno sino también a la oposición. Estamos ante una emergencia y la oposición debe estar dispuesta a negociar para coincidir en políticas de estado superadoras de diferencias ideológicas o partidarias. A su vez, debemos condenar las actitudes desestabilizadoras que aprovechan la recesión y la situación económica atribuyéndola exclusivamente a los últimos años de gobierno, cuando muchos de quienes hoy las propician son los responsables de la situación actual o, lo que es peor, fueron cómplices por acción u omisión de la corrupción que ahora se conoce en toda su profundidad.
Los dirigentes de empresa podemos dejarnos llevar por el miedo paralizante y adoptar o recomendar medidas enmarcadas en el “sálvese quien pueda” contribuyendo a la profecía autocumplida de una nueva crisis terminal, predicada por quienes pretende hacer un negocio político a costa de la Sociedad. Pero también estamos en condiciones de “conservar la cabeza” y ver el lado positivo de la actual situación, reconocer que este Gobierno no miente ni disimula la situación acertando en su propósito de disminuir el gasto público aun cuando sea doloroso. La calma nos permitirá marcar errores y exigir correcciones.
Somos dirigentes cristianos y, frente a las actuales circunstancias nuestra Madre del Cielo es un ejemplo a seguir. Seguramente también Ella tuvo miedo ante lo que significaba la encarnación anunciada por el Ángel Gabriel quien le pedía una respuesta positiva que, sin duda, la haría enfrentarse a la probable condena pública, al abandono de su prometido y al sufrimiento. Su calma y sencillez frente a los riesgos nos demuestran que el camino correcto frente a la crisis es la prudencia, el recto discernimiento y la confianza en Dios.
Nota de la Redacción: por error, el día 7/11/2018 se publicó ‘Busquemos la paz con las herramientas de la ley‘, el editorial de Primavera correspondiente a 2017. El presente artículo corresponde el editorial de Primavera 2018.