Icono del sitio EMPRESA

Tu trabajo te puede hacer feliz: consejos de la Psicología Positiva

Escuchar artículo

¿Se puede ser feliz sin trabajar? Para la Psicología Positiva, no. Es indudable que el trabajo no es la dimensión más importante de la vida, pero todo parece indicar que trabajar bien nos pone a la altura de los grandes ideales de la existencia humana.

Para la Psicología Positiva la felicidad está asociada a la idea del funcionamiento óptimo de la persona y tiene que ver con la experiencia de quien se siente dando lo mejor de sí [1]. La felicidad acontece cuando podemos poner en juego todo lo bueno de lo que somos capaces. La infelicidad es sinónimo de potencialidades malogradas, de una riqueza personal desaprovechada. Detrás de la infelicidad se encuentra la frustración de quien no ha podido conocer y desplegar toda su valía.

Ahora bien, nuestra mejor versión no sale a la luz cuando a nosotros nos place, no es pura espontaneidad. Para dar lo mejor de sí, nadie puede motivarse aislada y arbitrariamente. Nos lucimos y nos crecemos cuando nos ponemos a tiro de las circunstancias que mejor desafían nuestras potencialidades [2]. Para ser feliz hay saber ponerse a la altura de los desafíos más atractivos e ineludibles que la vida pueda presentarnos, y el trabajo es una actividad desafiante por definición. Uno puede elegir practicar un deporte sencillo, abandonarlo cuando quiera y competir con quien más le guste. A diferencia del deporte, en el trabajo, no hay walk over, nadie puede eludir la contienda ni elegir su desafiante. Los verdaderos retos son los ineludibles, aquellos que nos obligan y de algún modo nos imponen sus condiciones. Por aquí pasa la experiencia motivadora de sentirnos verdaderamente desafiados por las circunstancias y a la vez en nuestra salsa, como quien ha encontrado la oportunidad de dar lo mejor. El primer elemento de la experiencia psicológica que supone el trabajo es este sentirse desafiado de modo exigente e ineludible. Quien por este dinamismo del trabajo cotidiano no se siente forzado a superarse continuamente, no sabrá nunca hasta dónde pueden llegar sus talentos. En síntesis, quien no trabaja no se conoce ni se aprovecha y no hay felicidad donde hay capacidades ociosas.

Detrás de la exigencia

El trabajo nos pone a las puertas de la felicidad porque por su mismo dinamismo reclama siempre lo mejor de nosotros. Los trabajos que más se disfrutan son siempre los más exigentes. El trabajo que nos hace feliz es aquel en el que la perfección se hace tan exigente como accesible, aquella tarea en la que los detalles cuentan y lo pequeño es importante. En definitiva, detrás de un trabajador feliz, hay alguien que trabaja como un artista.

Contrariamente a lo que a primera vista pueda parecernos, no es la facilidad de la tarea lo que la hace atractiva y gratificante, sino la dificultad que desafía nuestras capacidades y nos obliga a superarnos. Pasar por la ansiedad de quien no sabe si estará a la altura de las circunstancias es un requisito ineludible para hacer del trabajo una experiencia verdaderamente enriquecedora. Sentirse desafiado al límite de las propias capacidades nos pone a las puertas de dar lo mejor de nosotros, que en eso consiste, valga la insistencia, la experiencia psicológica de la felicidad.

Las exigencias de la vida profesional suelen ser vistas como una amenaza para la salud del trabajador y la causa principal del desgaste psíquico de las personas. Pero también es verdad que un trabajo carente de desafíos, un ritmo laboral relajado y aburrido podrá librarnos del estrés pero nunca nos hará felices y, parece necesario insistir, no hay felicidad que no se apalanque en el trabajo.

Pero el trabajo no responde exclusivamente a la motivación de superarnos y actuar cada vez con más solvencia. El trabajo que nos hace feliz tiene que ver con aquella tarea que podemos hacer bien y resulta útil para los demás, que comporta un servicio concreto y eficaz. Nadie disfruta de un trabajo que a nadie sirve. Ya se ve que en el trabajo, los demás son fundamentales. En el trabajo lo excelente se define por la contribución que supone, por la satisfacción que genera en los demás. Como ya hemos dicho, el hombre experimenta continuamente la necesidad psicológica de actuar con acierto, por lo que solo puede disfrutar de una actividad cuando ésta le ofrece referencias claras para elegir la acción adecuada y un retorno inmediato para optimizar progresivamente sus elecciones. Pues bien, en el trabajo la referencia y el feedback nos lo dan fundamentalmente los demás. Aprender a trabajar es aprender a responder a las legítimas expectativas de quienes nos rodean.

El otro: un estímulo para obrar

La presencia del otro, también cuando se trata de un competidor, es una referencia que nos empuja a ser mejores, no a vencerlo sino a vencernos, a dar lo mejor de nosotros. Tener alguien enfrente nos recuerda que no podemos conformarnos con menos de lo que podemos dar. Competimos no para ganar sino para acertar [3]. De algún modo, el competidor, al igual que el cliente y el colega, son las referencias que orientan y enriquecen nuestro trabajo. Para un trabajo asumido como servicio, los demás son siempre una referencia y un estímulo para el obrar, entre otras cosas, porque si no les prestáramos atención no podríamos conocer lo que debemos hacer. Por eso la competencia que caracteriza en gran medida la dinámica del trabajo moderno, no nos incorpora necesariamente a un juego de victoria-derrota. Competir no consiste en derrotar sino en mirarse en el otro para aprender y acertar. El trabajo así entendido, nos coloca, como bien señala Martín Seligman, en el dinamismo win‑win que caracteriza una vida feliz [4].

Para finalizar podemos preguntarnos ¿Cuál es el desafío específico del trabajo? ¿En qué consiste su reto? Digamos que la fuerza provocadora que supone el trabajo para el hombre tiene que ver con la oportunidad de demostrar que tenemos algo valioso que ofrecer a los demás. No se trata solo de comprobar hasta dónde pueden llegar nuestras capacidades, sino qué estamos dispuestos a hacer con ellas a la hora de lograr que nuestra vida suponga una contribución significativa para los demás. En el trabajo, condiciones y disposiciones se entrelazan y enriquecen de un modo muy singular. Nuestras destrezas profesionales no pueden configurarse al margen del sentido último que para nosotros tiene trabajar.

La Revista Forbes publicó hace un par de años los resultados de una encuesta realizada por la Universidad de Chicago sobre las profesiones más felices [5]. Los dos primeros lugares de este ranking los ocupan los sacerdotes y los bomberos. Parece claro que el trabajo nos predispone a la felicidad en la medida en que explicita y configura mejor nuestra vocación de servicio. En definitiva, el vínculo entre felicidad y trabajo, no es otro que el que existe entre felicidad y servicio.

Notas al pie

[1] Ryff, Carol y Keyes, Corey (1995), The Structure of Psychological Well-Being Revisited, Journal of Personality and Social Psychology, Vol. 69, nº 4, 719-727.

[2] Csikszentmihalyi, Mihaly (1998), Aprender a fluir, Ed. Kairós, pg. 87 y ss.

[3] Csikszentmihalyi, Mihaly (1996), Fluir, una psicología de la felicidad, Ed. Kairós., p. 117.

[4] Seligman, Martin (2001), Why Lawers Are Unhappy, Cardozo Law Review (vol. 23, num. 1).

[5] http://www.forbes.com/sites/stevedenning/2011/09/12/the-ten-happiest-jobs/ (consultado el 9/12/2011).

 

Salir de la versión móvil