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Coaching y fe: hacia un liderazgo cristiano y empresarial

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Recuerdo con asombro una experiencia no muy lejana. Me llaman de una empresa para hacer coaching en una gerencia. El gerente (llamémosle “Julián”) no estaba teniendo buen vínculo con su equipo, y fui convocado para coachear y capacitar tanto al gerente como al resto de la Gerencia (más de 20 personas). Julián era una persona de fe: incluso frecuentaba grupos de oración, hacía retiros y otras actividades. En medio del entrenamiento surge la conversación sobre si era conveniente que Julián pidiera perdón a su equipo por ciertas actitudes que tensaron el ambiente en su equipo de trabajo. A Julián le parecía inconcebible pedir perdón. Hasta que le cité el pasaje de… un libro de negociación. William Ury, un especialista de la Escuela Negocios de Harvard -en su libro Supere el No– sugiere que en ciertas ocasiones y ante negociadores obstinados es conveniente pedir perdón. Recién cuando mencioné esta cita, Julián empezó a considerar la posibilidad de disculparse.

Me generó asombro la situación: ¿cómo Julián, siendo una persona de fe y que quiere seguir a Jesús, no ve la posibilidad de pedir perdón, pero considera viable unas disculpas cuando William Ury lo recomienda? ¿En qué momento damos más crédito a Ury que a Jesús? ¿Será porque pensamos que lo que Jesús dice no tiene mucho que ver con mi día a día en el trabajo? Dejando de lado matices y eventualidades de cada situación, me pregunto por qué a veces los cristianos pensamos que el Evangelio sirve para ser escuchado en el templo o meditado en nuestra casa, pero en la práctica no le encontramos una relevancia significativa en nuestro desempeño laboral. ¿Acaso Jesús no fue un trabajador? ¿O acaso no nos demuestra la vida de Enrique Shaw que se puede ser santo y un gran empresario?

Es más, me animo a decir que estos dos caminos (el ser santo y empresario) no tienen que ser necesariamente caminos que vayan en paralelo, sino que pueden ser un único y gran camino. Y aquí es donde creo que debemos tener la audacia de formarnos con excelencia como profesionales, y con la misma excelencia (¡y aún más!) buscar la santidad en ese mismo lugar donde pasamos la mayoría de nuestro día.

En este sentido, puedo decir -por experiencia personal- que el Coaching y la vida de fe tienen un terreno fértil de diálogo y complementación para esta búsqueda de la santidad en el ámbito profesional.

El coaching y su impacto transformador

He sido testigo del poder transformador del coaching, tanto formando futuros coaches como en procesos personales y corporativos. Guardo en mi memoria innumerables comentarios, experiencias exitosas y momentos gratificantes.

Ahora bien, más allá de estas experiencias y apreciaciones personales, la cultura actual presenta como desafío el poder dar respuesta en medio de la incertidumbre y la necesaria capacidad de adaptarse a los cambios. Esta dimensión se ha vuelto decisiva desde el 2020, tanto a nivel personal como organizacional, pero requiere de una formación y acompañamiento al cual el Coaching da respuestas más que satisfactorias. Sigue siendo un desafío el cuantificar con precisión y objetividad los beneficios del coaching: aparecen varios estudios sobre el ROI (return on investment) del coaching en las organizaciones, y el impacto que genera en el rendimiento de los líderes corporativos. La desproporción de los resultados de las investigaciones permite sostener un margen de duda del alcance benéfico del coaching.[1] Pero sí podemos afirmar con certeza que el impacto es más que positivo.

En otros términos, sabemos que es efectivo, pero no sabemos cuánto. De todos modos, ¿cómo cuantificamos el que una persona cambie un enfoque, o se convierta? ¿Cómo podríamos cuantificar, por ejemplo, el que Steve Jobs se haya rendido ante la primera dificultad? ¿Cómo cuantificar el impacto de la conversión de San Pablo?

Jesús y el llamado a la conversión

Si el Coaching consiste en un proceso de aprendizaje transformador, que nos abre a ser la mejor versión de nosotros mismos, ¡cuanto más podemos decir de Jesús! ¡Cuánto más puede transformar al otro el encuentro con Cristo! La historia y la vida de los santos son la mayor muestra del gran impacto que genera -en uno y en los demás- cuando una persona le dice que sí a Jesús en su corazón. Ni en mi mejor sesión de coaching podría abrir al otro a las posibilidades que se le abren cuando se convierte a Dios.

Al comparar el poder transformador de una herramienta humana -como el coaching- y la gracia divina, no estoy queriendo contraponerlos. Más bien quiero señalar que el coaching y la vida de fe, siendo ámbitos diferentes entre sí, pueden complementarse y potenciar el mismo camino, porque ambos llevan al hombre a su mejor expresión, pero desde perspectivas diferentes y con una potencia diferente.

Los cristianos tenemos motivos de sobra para ser la mejor versión de nosotros mismos, porque fuimos rescatados por la sangre de Cristo. No hay MBA ni título más valioso que este (sin menoscabar la importancia de la formación profesional). Y esto no se traduce en una cuestión meramente mística o espiritual, sino que tiene resonancias concretas en el liderazgo (y autoliderazgo) que ejercemos en nuestro trabajo. Me animo a decir que es -casi- imposible ser buen líder siendo mala persona. Dicho de otro modo: si queremos ser buenos líderes, sepamos que, siendo buenos cristianos, siguiendo las huellas de Cristo, nos encontramos en la mejor escuela de liderazgo que podamos encontrar.

A veces escucho frases como “si los tratás bien o les mostrás cariño perdés autoridad”. ¿Podemos vivir la caridad y ser buenos líderes? Si entendemos bien la caridad, sin duda que sí. A veces entendemos la caridad como una no-confrontación. Jesús amó hasta el fin a sus discípulos, pero no se privó por eso de señalar sus errores y hacerlos crecer. ¿Por qué creemos que el amor al prójimo sirve en la familia, con los amigos, y al mismo tiempo no tiene que ver con aquellas personas con las que pasamos gran parte de nuestras horas?

Dios es amor, y manifestó plenamente su amor en Jesús; ¿acaso podemos negar la capacidad de liderazgo de Jesús? Ha logrado mantener un emprendimiento (Su Iglesia) durante 2000 años, atravesando todo tipo de crisis, internas y externas. ¿Qué empresa, por más grande que sea, puede poner eso en su informe anual?

¿Quiénes más idóneos que los empresarios para buscar y encontrar respuesta a cómo ser presencia de Cristo en este ámbito? No es un camino fácil. Pero tampoco es una búsqueda en la que debamos claudicar. ¿O cuando un jefe nos pide algo nos limitamos a decir «es difícil» o «no se puede»? ¿No buscamos los caminos posibles para el logro de las metas laborales? Con mayor razón, si esa meta ya no es el objetivo del año, sino la Vida eterna. Con mayor razón, si aprendemos a ver que, en general, no hay una necesaria contraposición entre la santidad y la excelencia profesional.

Una sana integración entre el coaching y la vida de fe

Entonces, ¿son un mismo camino el coaching y la fe?  Sí y no. Y ante todo no. Porque Jesús no era un coach, y porque el coaching no es un mensaje de salvación. Ahora bien, si queremos ser buenos en el ámbito empresarial, sepamos que nuestra fe nos enseña y nos da las herramientas, no solamente para rezar e ir a misa, sino también a desenvolvernos con excelencia dentro del trabajo.

Y para un cristiano que quiera acercarse al mundo del coaching, probablemente piense -porque así lo he escuchado varias veces- que no es fácil conciliar su fe con el coaching. Existen prejuicios respecto al coaching como una cosmovisión individualista y autorreferencial. Y en muchos casos no se equivocan: hay mucho de eso dando vueltas en las innumerables ofertas de coaching.

Pero no necesariamente debe ser así. Si soy cristiano y me formo como coach, puedo encontrar herramientas que me permitan trabajar mi humanidad, para disponerla mejor a la gracia. Siguiendo a Santo Tomás de Aquino, la gracia supone la naturaleza (cfr. Suma Teológica I, 1, 8, ad 2), y cuando pulimos nuestra naturaleza humana -nuestra capacidad de conversar, escuchar, preguntar, impulsar a otros, etc.- dejamos que fluya a través nuestro (y hacia otros) la gracia recibida en el bautismo.

 

[1] https://go.gale.com/ps/anonymous?id=GALE%7CA249796864&sid=googleScholar&v=2.1&it=r&linkaccess=abs&issn=16592549&p=IFME&sw=w

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