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Adolescence: el dedo en la llaga

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A solo dos semanas de su estreno, la miniserie británica producida por Netflix se convirtió en tema de conversación global por la manera en que trata el drama de los adolescentes aislados, encerrados en su jaula online. Una muestra más de que el arte y la comunicación tienen un rol clave en la búsqueda de soluciones a los más profundos problemas humanos.

Cuidado“It takes a village to raise a child” dice un viejo proverbio africano, después adoptado por los ingleses: hace falta un pueblo para criar a un chico. Se llega a adultos no sólo con la ayuda de los padres o de los maestros. Juegan un papel clave también los amigos, los abuelos, los primos, los tíos, los vecinos, los compañeros del club, los entrenadores, el kiosquero de la esquina, el florista, el panadero. Un chico es (o, mejor dicho, era) el resultado de todas esas interacciones. Y de los deportes que practica. Y de los libros que lee y de las series que mira.

 Ahora —cada vez más—, somos el resultado de todo eso, pero sobre todo de las horas que pasamos online, interactuando con el algoritmo o con quien esté del otro lado. Eso es lo que alarmó a Stephen Graham, actor y productor de Adolescence, cuando se hicieron públicos algunos crímenes cometidos por adolescentes en el Reino Unido: creemos que nuestros hijos están seguros porque están en el cuarto de al lado, sin saber que su aislamiento puede estar escondiendo un cóctel explosivo de adicciones, depresión y violencia.

 Adolescence, magistral en su factura técnica, está teniendo una repercusión global extraordinaria que presenta algunos ángulos que vale la pena considerar:

Como en tiempos de Shakespeare, el público se conmueve por una historia en la que se entrecruzan el dolor, la violencia, la muerte y el arrepentimiento. Nada nuevo bajo el sol: es la siempre renovada necesidad del ser humano de enmendar sus errores, por grandes que sean.

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