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La empresa, factor clave para el desarrollo

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Existe una evidente y comprobada correlación entre el desarrollo de los países y la cantidad y calidad de sus empresas y empresarios.

En los antiguos diccionarios o enciclopedias, cuando se buscaba la palabra empresa, decía muy poco, pero aludía a una tarea ardua. Como la percibimos en la actualidad, es un fenómeno relativamente reciente que, salvo algunas excepciones, no tiene más de 150 años. Un antecedente podrían ser las comunidades franciscanas del siglo XV, los patrones o banqueros, pero no eran verdaderas empresas. Es a fines del siglo XIX con el comienzo de la industrialización masiva y el inicio de un renovado crecimiento económico, al pasar de un patrimonio fundado en la propiedad de la tierra. El crecimiento se vuelve explosivo después de la Segunda Guerra Mundial y no se detuvo. Recuerdo que cuando estudiábamos Administración de Empresas en la UCA, nuestro profesor Jorge Aceiro definía a la empresa como la producción de bienes y servicios combinando trabajo, capital y conocimiento de forma eficiente, que permite generar una ganancia o utilidad que satisfaga al inversor y asegure el crecimiento a través del tiempo.

Para esto se basaba en tres conceptos claves: la libertad, el riesgo, y el liderazgo. El concepto de empresa y emprendedor fue evolucionando y se pasó de la retribución al accionista (shareholder) a una visión más abarcadora como la del stakeholder, en la que la empresa no sólo responde al accionista sino también a los proveedores, los empleados, los clientes, vecinos, al Estado… es decir, ejerciendo una influencia recíproca sobre todo lo que la rodea.

Otra característica es que se fue separando el concepto del “empresario propietario” del “empresario profesional” en la que el dueño del capital no es necesariamente quien lo gestiona. También surgieron muy diferentes formatos de empresas, desde la pequeña con pocos empleados, a enormes corporaciones transnacionales, con una creciente participación de las tecnologías de todo tipo, la globalización de negocios y la creciente participación de los servicios frente a las productoras de bienes físicos (con diferentes tipos, como las SRL, anónimas, públicas, cooperativas, etc.). 

En los últimos tiempos, han surgido empresas como las S.A. simplificadas, las “empresas B” o las “circulares”, que asumen otro tipo de compromisos adicionales que el de generar valor agregado, como el cuidado ambiental, la reinversión total o de la mayor parte de las utilidades. También hacen frente a determinados compromisos sociales libremente asumidos para con empleados o bien hacia la sociedad en general. No podemos dejar de referirnos a una novedad surgida en los últimos años: la irrupción de unicornios, plataformas que son empresas globales basadas en la tecnología con valoraciones superiores a los 1.000 millones de dólares. Remarco además una tendencia que creo positiva: las empresas ya no buscan solo sustentabilidad económica, sino también social y ambiental. 

El mundo creció explosivamente, aunque no de manera pareja. Seis décadas atrás se pensaba que con 4.000 millones de habitantes no alcanzarían los alimentos. En general, las ganancias de las empresas se legitiman siempre y cuando efectivamente se dé el valor agregado, fruto de una disrupción o de un cambio tecnológico que implica un progreso en un marco de competencia interna o externa.  Pensemos, por ejemplo, en algunos emprendimientos de alto impacto recientes, como hubiera sido atravesar la pandemia sin el Zoom, sin la esperanza de las vacunas o sin la organización del trabajo a distancia. A nuestra generación ya le tocó vivir en este período de aceleración de la historia estas pruebas.

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