Las heridas rasgan todos los velos de las máscaras que me he
puesto encima y dejan al descubierto mi verdadera realidad”
Anselm Grün
Días pasados estuvo en Buenos Aires el grupo de rock Oasis, integrado por los hermanos Gallagher, para dar dos conciertos en el estadio de River, como parte de la gira mundial que están realizando.
Los Gallagher estuvieron sin tocar juntos durante los últimos 15 años, por sus innumerables confrontaciones personales, las que aún pareciera que persisten.
Esta gira la estarían realizando con el propósito de hacer dinero. Se calcula una ganancia proyectada de unos 400 millones de libras esterlinas, de las cuales cada hermano se llevaría entre 50 y 70 millones de libras.
Llegaron a la Argentina en distintos aviones y se alojaron en diferentes hoteles, como una manera de mantener el menor contacto personal posible y preservar la frágil relación que existe entre ambos.
El éxito histórico de Oasis fue el resultado del encuentro mágico y brillante de creatividad de ambos hermanos. Una chispa de genialidad, apreciada en todo el mundo, los llevó a crear composiciones musicales muy exitosas, cantadas por varias generaciones de jóvenes.
Pero el vínculo entre ellos se fue agravando y terminó llevándolos a distanciarse desde hace 15 años hasta el día de hoy, de una manera que parece poco sana. Probablemente hayan tenido dificultades de relación sin resolver desde la infancia y que con el tiempo se fueron agravando.
¿Qué provocó esta enemistad que impidió que dos hermanos pudieran convivir y comunicarse, aún en el disenso? ¿Cómo llegaron a ser tan creativos y al mismo tiempo destructivos del vínculo?
Siento que la relación de los Gallagher refleja en gran medida la de muchos de nosotros, que vivimos por un lado buscando el éxito, el dinero o el poder y por el otro en paralelo estamos vacíos y sin rumbo, prisioneros de nuestras miserias en un narcisismo egocéntrico.
Algo parecido nos sucede en las relaciones de trabajo, donde los aspectos económicos pareciera que son muchas veces como el centro de nuestra vida, sabiendo que ello nos lleva a establecer relaciones humanas poco orgánicas. Es por eso que la lógica basada sólo en el éxito y el brillo, nos termina aislando. Como dice Krishnamurti “el deseo de éxito es el deseo de dominación. Dominar es poseer y la posesión es el camino del aislamiento.”
Jesús nos ilumina toda esta problemática en el encuentro que tuvo con el ciego camino a Jericó:
“Cuando Jesús se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba mucha gente, preguntó qué sucedía. Le respondieron que pasaba Jesús de Nazaret. El ciego se puso a gritar: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!» Los que iban delante lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!»
Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando lo tuvo a su lado, le preguntó: «¿Qué quieres que haga por ti?» «Señor, que yo vea otra vez».
Y Jesús le dijo: «Recupera la vista, tu fe te ha salvado». En el mismo momento, el ciego recuperó la vista y siguió a Jesús, glorificando a Dios. Al ver esto, todo el pueblo alababa a Dios. Lc 18, 35-43
La ceguera nos lleva a estar al borde del camino, desorientados sin saber a dónde ir, e incapacitados para superar nuestro conflicto interior y descubrir una mirada superadora, que nos oriente en la oscuridad.
Jesús nos ofrece un camino para recuperar la vista: detener nuestro paso, suspender lo planificado frente a quienes se nos cruzan en el camino, derribando los muros de autosatisfacción que hemos construido y bloquean el acceso a nuestro ser más auténtico, abriendo el corazón para escuchar y acercarnos al sufriente que nos interpela, haciendo nuestro su dolor y aceptando las incapacidades y miserias limitantes que nos habitan.
A pesar de haber sufrido la cárcel durante 27 años en condiciones humillantes y haber sufrido un cruel apartheid, junto al 85% de la población negra del país, privaba de participación en los asuntos políticos de Sudáfrica, sin poder votar, decidir las escuelas en dónde educar a sus hijos, ni poder determinar en qué lugares vivir, o qué hospitales, autobuses, trenes, parques, playas, aseos y teléfonos públicos poder utilizar, Mandela superó el odio -probablemente comenzando por el propio- y el resentimiento hacia quienes fueron sus verdugos.
¿Qué hizo posible esta transformación de su odio en perdón?
Creo que el camino que llevó a cabo fue descender hasta la oscuridad de sus propias sombras, su inconsciente y tocó la impotencia de sus esfuerzos e incapacidades para ver y amar. Y desde allí supo buscar con humildad el tesoro que llevaba escondido en su dolor y frustración. Buscó la humildad, en su sentido más profundo (humilitas, palabra de la que se deriva humus, tierra), para reconciliarme con su terrenalidad, con el mundo de sus impulsos negativos y destructivos.
Desde ese lugar pudo cambiar y descubrir nuevas perspectivas creativas, descartando creencias limitantes y restableciendo vínculos que le dieran sentido a su vida y lo impulsaran hacia un mundo nuevo. Mandela nos mostró que es posible llevar adelante un proceso de transformación interior, resignificando el resentimiento y la sed de venganza. Supo ver luz en su oscuridad, perdonándose y perdonando a sus verdugos. Supo poner “… rumbo a lo que aún está por nacer” Descubrió que “… sin un horizonte de sentido, la vida se reduce a la supervivencia o, como sucede hoy, a la inmanencia del consumo.”
Muchos conflictos se perpetúan por nuestra dificultad para descender a nuestras cavernas y descubrir en ellas nuestros tesoros escondidos.
En este mundo virtual y líquido en el que vivimos corriendo sin detenernos, desintegrados, alejados de nuestra interioridad y guiados por la IA, el dolor que conlleva la transformación interior se desluce frente al mundo del éxito que expulsa el sufrimiento y los vínculos profundos y auténticos. Pareciera que no podemos (ni debiéramos) establecer cercanías que nos vinculen y comprometan con quienes nos rodean. Todo debe ser efímero, pasajero y superficial. Las relaciones pasajeras y cambiantes.
El trabajo tiene el mismo formato y así resulta difícil que genere vida y estabilidad.
Un cambio auténtico debiera comenzar en mí mismo, a través de mi propia introspección y descubrimiento de la luz que me habita detrás de mis miserias y dificultades.
Seguramente así veremos que Jesús pasa a nuestro lado, invitándonos a recuperar la vista, para seguirlo con alegría.

