Icono del sitio ACDE Portal Empresa

Vivir y convivir con sentido de trascendencia

Escuchar este artículo
Descargar MP3

No suelo hacerlo, pero, en este caso, voy a ir por la negativa, deteniéndome en una tendencia que expresa un polo opuesto a lo manifestado en el título: la exaltación de la intrascendencia.  

Traigo, como imagen, la de una caricatura, en la que sobresale un rasgo, exageradamente, y otros quedan reducidos. La caricatura no refleja las proporciones reales; las distorsiona, en cambio. Prima el exceso, y no la armonía. Llevado a nuestro tema, lo reducido, lo erosionado, sería el sentido de trascendencia. ¿Y cuál sería el exceso? Lo dejo, en principio, como pregunta al lector. 

Creo que abundan manifestaciones de esta desconsideración del sentido de trascendencia en la vida del hombre, en la vida nuestra. Pienso en el fenómeno del secularismo, del culto a lo efímero; en la sobrevaloración de lo material, del consumo, las distracciones. Incluso, se me hace presente la relación desordenada con el propio cuerpo (tanto de exceso y meticulosidad, como de menosprecio o manipulación abusiva); o hasta la desvalorización de lo pasado y las raíces, la indiferencia ante el que me necesita hoy, la irresponsabilidad ante los que vendrán. Más un largo etcétera, que refleja un empobrecimiento de lo humano, nuestras faltas de equilibrio y de crecimiento parejo.

En lo que respecta al sentido de trascendencia, diversas son las definiciones que pueden darse. Cuánto para decir desde la Filosofía; o la misma Teología, por ejemplo. Lo que acá propongo es pensarlo como un parámetro para dimensionar lo que se vive cotidianamente, echando luz sobre cuáles son las prioridades. O como una ayuda-motivación para desplegar la vocación al amor como aquello que no terminará y, a su vez, renunciar a empeñar la vida en lo que puede perderse de un momento al otro.

Más allá de los variados enfoques posibles, me parece que lo aplicable a todos es que, si trascendencia nos significa algo irreal, separado del aquí y ahora, de nuestra cotidianeidad, es difícil que pueda ser un parámetro, una referencia. Nada tiene, entonces, para decirnos a nuestra temporalidad, tal cual lo decía ya en un artículo anterior. (“Aprovechar el tiempo presente”, 11/12/24). En tal caso, no dudo lo provechoso que resultará ir tras su rescate. Como tampoco dudo sobre lo peligroso y dañino que resulta no considerarlo efectivamente.

Estoy convencida de que este rescate es una meta social y empieza en las opciones cotidianas que cada uno haga en el tiempo que ha recibido, gratuitamente, para vivir. 

Cualquiera puede reconocer, si lo piensa un poco, cuáles son esos excesos en su propia caricatura. O podemos seguir con los “diagnósticos de lo que pasa” como si estuviéramos fuera, intocables.

Por eso, dejo esta segunda pregunta para quien guste reflexionarla: ¿Cómo está? ¿Cómo se expresa este sentido de trascendencia en mi vivir y convivir?

Salir de la versión móvil