En algunas de las distintas compañías que tuve la suerte de trabajar, ocupé posiciones con responsabilidades sobre Latinoamérica. Así fue que pude conocer bastante bien varios países de la región. En general, más allá de que la realidad se imponía siempre, planificaba al menos un viaje por semestre a los países con negocios más desarrollados y una vez al año a los más pequeños.
Esta tarea me permitió conocer colegas muy capaces y con el tiempo, en algunos casos, a sus propias familias o desarrollar una confianza que, en esas cenas al fin de la jornada, se traducían en compartir temáticas personales y familiares, aunque no siempre tuviera oportunidad de conocer sus familias personalmente.
También advertí que, en muchos casos, sus hijos, con acceso a una buena educación, optaban por migrar de sus países para estudiar o trabajar (sin intención de volver), tomando ventaja de una doble nacionalidad, de una inversión significativa en educación o una oferta laboral atractiva.
El motivo esencial no era necesariamente obtener una experiencia universitaria o profesional, sino la falta de expectativas favorables para su futuro personal en sus países de nacimiento. Si bien a nuestro país (Argentina) no le han faltado crisis, no observaba ese fenómeno aquí con la misma intensidad en esos tiempos, aunque si se acrecentó sensiblemente en la última década.
Esta temática que estaba depositada en algún archivo de mi cerebro reflotó curiosamente por un tema que podría denominar como trivial. El disparador fue precisamente la final de la Copa Mundial de Clubes de fútbol que en 2019 ganó el Liverpool de Inglaterra. De repente caí en la cuenta de que hacía tiempo que ningún equipo sudamericano ganaba este torneo.
Decidí entonces chequear mi sensación con los datos. Desde 1960 hasta 2019, se jugaron 58 finales sumadas las Copas Intercontinentales y su sustituta la Copa Mundial de Clubes; de las cuales los equipos europeos ganaron 34 y los equipos sudamericanos lo hicieron en 24 ocasiones. Hasta aquí el dato en bruto.
Ahora bien, cuando lo desagregamos, encontramos que de 1960 a 1999, los europeos ganaron 18 y los sudamericanos 20; pero al analizar los años 2000 – 2019 se produce un cambio sustancial, los europeos ganaron 16 y los sudamericanos 4, sin haber ganado en los últimos 7 años.
Lo que ha ocurrido es que con el correr de los años se ha acelerado exponencialmente la transferencia de los mejores jugadores de América hacia Europa, siendo observados desde niños y reclutados antes de los 20 años por sumas escalofriantes para las economías desfallecientes de los clubes locales, lo que concluye generando la absoluta falta de competitividad de estos frente a sus pares europeos.
Para los sudamericanos, no importa cuántos talentos tengan en su nómina: les resultan imposible de retener a la hora de las grandes competencias. Analógicamente, lo mismo está ocurriendo con las naciones. Las grandes economías actúan como aspiradoras globales de talento, descapitalizando a los países periféricos, quitándoles toda posibilidad de competir en una economía globalizada.
Este fenómeno que se observa entre las naciones, también se replica en las distintas regiones de los países desarrollados generando grandes desbalances. La actividad económica se va concentrando geográficamente de modo acelerado.
Existe una creencia generalizada de que en la era digital y con las facilidades que brindan las comunicaciones, las geografías se tornarán crecientemente irrelevantes porque las personas pueden trabajar desde distintas latitudes. En la práctica no está ocurriendo.
“En los últimos años, las desigualdades en los ingresos a nivel regional dentro de las economías avanzadas no solo no han mejorado, sino que se han agravado. En Estados Unidos, San Francisco tiene un ingreso promedio per cápita de US$ 38.000 mientras que el ingreso per cápita de Laredo, Texas, se ubica por debajo de los US$ 11.000; en Europa, en 2013, el PIB per cápita de Extremadura, en España, fue de US$ 16.900, mientras que en Madrid fue de US$ 31.000.
Una de las razones de esta disparidad de ingresos es que los nuevos trabajos se aglomeran. Especialmente desde la revolución de la informática de la década de 1980, surgieron de modo preponderante en las ciudades que albergaban grandes cantidades de trabajadores calificados (Berger &; Frey, 2016). El ejemplo típico es el área de la Bahía de San Francisco, que es sede de muchas empresas líderes de la revolución digital, entre ellas, Google, Instagram, Dropbox, Uber, Facebook, eBay, LinkedIn. A medida que los trabajos en el sector tecnología tienden a agruparse, la demanda de servicios locales se vuelve, cada vez más concentrada” (Trabajadores versus robots, Carl Benedikt Frey, Oxford Martin School – Robotlución – BID).
Así como los clubes europeos incorporan lo mejor del resto del mundo, las grandes economías y esencialmente los centros de innovación, convocan los mejores talentos.
Los países hoy ya no invitan a gente de buena voluntad de espíritu laborioso como los Estados Unidos en el siglo XIX y XX, sólo a los que parecen como más capacitados. Hoy los mejores talentos buscan las oportunidades donde quiera que se encuentren y en general, las visas de trabajo son sólo para ellos, generando una capitalización de talento que amplía las diferencias.
La ventaja de la economía digital es el costo marginal cero del incremento de su oferta de servicios, por lo que, si bien en todos los países pueden adquirirlos a muy bajo costo, la producción y la innovación están en otra parte, perpetuando así las diferencias.
En la medida que los países no estén en condiciones de ofrecer políticas de estado que fomenten la innovación tecnológica en el largo plazo, seguridad jurídica para los inversores y se facilite la transición de los trabajadores hacia los nuevos empleos, la rueda no girará en sentido contrario.
Quisiera que nuestros hijos sean migrantes voluntarios y no forzados, también que mi equipo vuelva a ser campeón del mundo. Estas son cosas suficientemente importantes como para trabajar en ellas y “cuando algo es suficientemente importante, lo haces incluso si las probabilidades de que salga bien no te acompañen” (Elon Musk).