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Integridad: rasgo virtuoso de un país

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Hace casi un año, iniciando la pandemia, escribí en este mismo Portal sobre recreación y resiliencia versus frustración. Cuantas cosas que pasamos en un año que no teníamos ni idea que enfrentaríamos.

Previo a la pandemia estábamos llenos de “patos negros” (como dice Santiago Bilinkis), en Argentina y en la región, y se nos vino encima un enorme “cisne negro”. En los ambientes universitarios, empresariales, hablábamos de un ambiente “V.U.C.A.” (por sus siglas en inglés que significa volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad). Ahora hablamos de un entorno BANI, por sus siglas en inglés brittle (quebradizo), anxious (que genera ansiedad), non-linear (no lineal) e incomprehensible (incomprensible). Su autoría se atribuye al antropólogo, autor y «futurista» norteamericano Jamais Cascio. (o como se dice en Brasil, S.D.S. por sus siglas en portugués “Só Deus sabe”).

Un año después del estallido de la pandemia, estamos peor que antes, ya que la realidad de la pobreza nos indica que hay personas, familias, niños, que la están pasando muy mal, peor que varios de nosotros, los que no estamos incluidos en ese perverso número del 42%. (con todo el peso del significado que “perverso” expresa). Y por la agenda que llevan adelante los políticos, parece que no hemos aprendido nada. Henry Ford decía: “el único error real es aquel del que no aprendemos nada”.

Después del 42%, no vale la pena ahondar en más ejemplos de la situación de nuestro país. Es sólo repasar el Preámbulo de nuestra Constitución Nacional y verificar que “los representantes del pueblo”, no nos representan, ejerciendo básicamente todos lo opuesto a los objetivos descriptos allí.

Haciendo referencia a la Encíclica Laudato si´, del Papa Francisco, en el texto se destaca que el compromiso por el bien común es una manera de la excelencia en la caridad. Nos invita a retomar lo que es auténticamente humano, íntegro. Nos dice que, sin la verdad y el bien, todo sistema social, económico y político, está destinado a la ruina y a la ruptura.

Entonces pienso que hay que dar una mirada a un tema básico, como lo es la integridad de aquellos que nos representan en todos los ámbitos estatal y privado. Porque sin “integridad” no hay sociedad ni comunidad posible. Sin integridad no hay vínculos buenos, cercanos y efectivos, donde dichos vínculos generan la base para una sociedad mejor.

Integridad significa que una persona es completa, indemne, sana, en armonía moral.  La integridad nos permite una visión con mayor perspectiva hacia el prójimo. ¿Cómo alcanzar el bienestar del hombre? Que sea real e integral. Con una base ética, uniendo la sabiduría humana y el saber político.

Por ello propongo mayor foco en la integridad de nuestros representantes políticos, ya que dicha característica representa los valores de las personas ante la capacidad de decidir y de accionar por y hacia la comunidad. Una persona íntegra no tiene dudas sobre el bien y sobre el mal. No tiene dudas de qué significa el bien común. Es recta, proba, intachable. Es alguien en quien se puede confiar.

En estos tiempos de permanente “nueva realidad”, la integridad no deja de ser una búsqueda constante de los valores que nos identifican como “personas íntegras”. Los cambios tecnológicos, redes sociales, medio ambiente, estas nuevas necesidades nos ponen constantemente en el desafío de pensar solidariamente. Y aquí me quiero unir con lo que explica Paola Delbosco (Doctora en Filosofía), la integridad nos da poder a través de la libertad que nos ofrece ser personas de bien y así ejercerlo en y para la comunidad. También indica que lo contrario a “integridad” es “desintegración”, “fragmentación” (yo agrego “grieta”). Algo que está roto, que está corrompido, no es íntegro.

La historia de una persona con integridad construye confianza en su entorno porque se conoce su trayectoria y por ende puede preverse su comportamiento ante ciertas situaciones. Y si un grupo de personas está compuesto por personas íntegras que comparten los mismos valores, podemos inferir que dicho grupo es confiable. Cualquier organización tiene una reputación, es decir, lo que se sabe que es, lo que puede dar, sea un equipo, una empresa, una comunidad, un país. De esta forma, si conocemos la trayectoria de representantes del Poder Legislativo, Poder Ejecutivo en sus tres niveles, Poder Judicial, estaremos en condiciones de saber si podrán ejercer sus responsabilidades y su poder de forma correcta y en favor del bien común. Un “poder” íntegro, no precisa “fueros”.

Entonces se torna un deber ciudadano conocer la reputación de los candidatos que votamos y los que no votamos. Luego de las elecciones, dicho candidato se transformará en “elegido”, es decir aquel/aquellos predestinados para lograr aquello por lo cual la mayoría los ha votado, pero no predestinados a la eternidad en el poder.

¡Siguiendo los pasos de Enrique Shaw, pongamos en práctica nuestra vocación de servicio a la comunidad para una Argentina íntegra!

Sobre el autor

Eduardo P. Reilly Grant

Miembro del IGEP. VP Comercial Sudamérica en Metalsa. Presidente de APTA. Cursando la Maestría en Estudios Internacionales – UCEMA.

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