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Los discapacitados no existen

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La primera versión de un artículo publicado en Revista Empresa en ocasión del Día Mundial del Síndrome de Down incluyó el término “personas con capacidades diferentes”, lo que derivó en un comentario de una lectora. El consejo fue: “Por las dudas, el término correcto es ‘personas con discapacidad’, no con ‘capacidades diferentes’. Si algún ‘fundamentalista’ lee la nota puede llegar a ofenderse por el término incorrecto”. De inmediato corregimos el artículo para no herir susceptibilidades, aunque personalmente no estaba de acuerdo con ese cambio.

Yo creo que los discapacitados no existen. Su mera mención ya es discriminatoria. Hace 20 años, cuando me inicié en el periodismo, mis editores -personas cultas que creían en el peso que tiene el significado de las palabras- me enseñaron precisamente que el término correcto era decir “personas con discapacidad” o, incluso, “personas que afrontan una discapacidad”. La razón tenía su lógica: decir discapacitado era anteponer su “condición” de discapacitado antes que el de persona. Por eso, lo correcto es decir “persona con discapacidad”. Cabe decir, que ninguno de mis editores era una persona con discapacidad ni afrontaba ninguna discapacidad.

Yo escribía “persona con discapacidad” hasta que hace tres años le diagnosticaron a mi hijo parálisis cerebral. Nos lo dijo un neurólogo que entendía incluso menos el valor de las palabras: “No es muy difícil: ¿ves esa mancha blanca que tiene en el cerebro? Bueno esa parte es la que tiene quemada, es parálisis cerebral”. Antes, habíamos visitado a una kinesióloga, que nos había anticipado: “Tu hijo nunca va a caminar, al menos sin ayuda”.

Cuando te dicen algo así, uno lo niega, no se le tiñen las retinas de negro enseguida. Pero se empieza a mirar de otra manera. Por ejemplo, al salir de la kinesióloga por la misma puerta que había entrado, ahí en Scalabrini Ortiz y Santa Fe, empecé a ver la enorme cantidad de gente alrededor que no camina “normal”. Algunos van en sillas de rueda o muletas; esos son los más obvios. Pero también están los que renguean, los que tienen que agarrarse para bajar el escalón. Lo que vi es que todos caminaban diferente, cuando yo pensaban que todos caminaban igual.

Mi hijo hace 7 terapias semanales y usa valvas para caminar y un casi infinito número de cosas y actividades que yo no hacía cuando era chico. Hacemos en familia 150% de lo que se considera un buen tratamiento. Y yo no pienso que mi hijo sea ningún discapacitado. Yo le enseño a él que no es un discapacitado. Mi hijo hoy camina (sí, con mucho esfuerzo, ahora camina solito, pese a los pronósticos iniciales de la kine). Pero cuando no quiere hacerlo y yo se que puede hacerlo, simplemente le digo: “Vamos, caminá, no sos un discapacitado”.

El mismo editor que me enseñó que se dice “persona con discapacidad”; es decir, lo que políticamente es correcto decir, me dijo una gran verdad. Yo no sabía cómo mencionar a un travesti. Si poner ‘el’ o poner ‘la’. Y el me dijo: “Nosotros, los periodistas, no somos quién para decir quién es una persona. Por eso, vos poné lo que el o ella dice que es”. Siguiendo este criterio, ahora me pregunto: ¿Cómo quiere llamarse un discapacitado? Le parece mejor “persona con discapacidad” o “persona discapacitada”. Para mi sólo quieren llamarse persona y que lo que los hace “discapacitados” para el resto sea tratado como normal.

Por eso no existen los discapacitados. La directora del jardín al que va mi hijo, que se llama ‘A Descubrir’ y está en Benavidez, lo sabe bien. Ella siempre repite “todos los chicos son diferentes”. Y no lo dice por mi hijo. Lo dice por todos. Porque todos somos diferentes. Se lo dice a los padres, claro; porque los chicos ya se dieron cuenta que todos son igualmente diferentes. No lo saben, pero es cierto: la discapacidad es un invento de la adultez.

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