Las últimas elecciones han dejado un cierto sabor amargo, en algunos; un excesivo triunfalismo, en otros; pero también aspectos positivos cimentados en la continuidad institucional que significa un cambio de mando pacífico entre perdedores y ganadores, sin destituciones o renuncias anticipadas.
La esperanza está en que hay un oficialismo que accede al poder a través de las urnas y una oposición que demostró su fortaleza en su caudal electoral.
El problema de la Argentina es que “la grieta” subsiste. Persisten las descalificaciones de unos y otros y, en un sector del oficialismo, las ideas de echar abajo todo lo construido para establecer un nuevo orden. Nuevamente el fantasma de la “revolución” expande su sobra sobre nuestro país.
El fantasma revolucionario se anuncia en expresiones de ciertos personajes con el agravante que, algunos, tienen cargos públicos. También debe reconocerse que hubo expresiones parecidas en el último período de gobierno cuando se anunciaba una nueva época que cambiaría en cuatro años una Argentina, cuya decadencia viene de varias décadas atrás y que solo será superada si cambia la sociedad pues no basta un triunfo electoral para conseguirlo, cualquiera fuese el signo de quienes triunfan.
Pero lo lamentable y peligroso es que ese fantasma vuelve a buscar armas institucionales como herramientas peligrosas para imponerse. Nuevamente asistimos a una “ley de emergencia” que le otorga desmedidos poderes al Ejecutivo en desmedro de las facultades del Congreso.
Nuevamente, frente al serio problema del endeudamiento, caemos en la tentación de dar primacía a lo urgente sobre lo importante otorgándole facultades extraordinarias a una persona con la idea que esa es la solución expeditiva. También surgen ideas basadas en ideologías perimidas, que predican el aflojamiento del control del delito en aras de un falso garantismo o, escudándose en la necesidad de terminar con organismos de inteligencia que solo sirvieron como herramienta política, en lugar de disolverlos definitivamente, anuncian intervenciones cuya finalidad no se conoce pues su sola existencia lo habilita a ser instrumento para perseguir a opositores.
Debe reconocerse que, por lo menos, hubo una sana reacción al impedir la sanción de un artículo que, directamente, entregaba las facultades de control al propio Poder Ejecutivo que debe ser controlado, pero subsisten o se afianzan atribuciones de establecer tributos (porque poder subir sus alícuotas no es otra cosa que establecer su impacto) y se anuncian reformas en la Justicia -ciertamente necesarias- sin definir su contenido o mediante algunos comentarios que proponen restarles poder a los Jueces Federales, muchos de ellos justamente cuestionados. La solución es reformar los medios de selección para que sean honestos e independientes, pero no pergeñar reformas para quitarle las facultades que les da la Constitución Nacional.
Entre tanto, en el sector empresario se notan nuevamente posturas ambiguas. Aparecen aquellos que expresan o sienten una cierta satisfacción porque, nuevamente, surgen políticas protectorias a algunos sectores en detrimento de otros. Parece preocupar la casi intolerable presión impositiva que viene, pero no se atina a defender al campo, sector que más a invertido en tecnología y es la base de industrias y actividades de las cuales se nutre. También, es justo reconocerlo, se escuchan voces que advierten sobre el negativo impacto que, sobre la actividad económica, tendrá el “impuestazo” sin la necesaria reducción del gasto público y una justa distribución de los esfuerzos.
La “grieta” es una expresión de división irreconciliable y, a veces, violenta alimentada por una sistemática descalificación de quien no piensa como uno. La “grieta” necesita instituciones débiles que permitan canalizar las pasiones desbocadas en vías de hecho. La “grieta” no es la lógica diversidad de opiniones en una sociedad plural. Es por eso por lo que la solución a este mal argentino es unir a la oposición en un movimiento popular republicano que busque sus líderes entre quienes puedan levantar estas banderas con suficiente arraigo en todos los sectores de la sociedad. No basta el lema “Cambiemos”, aunque sirvió para sembrar la semilla de algo más profundo. Ahora el mensaje es que debemos cambiar para reinstaurar la República sin concesiones a la corrupción, a los privilegios y a las maniobras de corto plazo para mantener o aumentar el poder.
¿Cómo hacerlo? Mediante el diálogo respetuoso pero firme. No creo que permitir la gobernabilidad sea transar con aquello que menoscaba la República cualquiera fuese la urgencia presente porque, todos sabemos, que esa actitud es “pan para hoy y hambre para mañana”, porque la confianza no se logrará sólo con medidas coyunturales que puedan alejar en nuestros acreedores el miedo a un default inmediato, sino garantizando que existe un sistema institucional que afianza la seguridad jurídica.