Hoy parecería la palabra mágica, llena de buenas intenciones, pero debemos tener en cuenta que cuando vemos que se están deslizando por el precipicio es cuando piden ayuda, que siempre la rechazaron y mi pensamiento me trae la mítica meta del pacto de la Moncloa, que aparece como anzuelo salvador para captar ilusos y no deja de ser como los chistes viejos, que no nos causa ninguna gracia por repetitivo y viejo.
Creo que a nadie de nosotros se nos escapa que, la base de la negociación en esta atmósfera en la que se trata de desviar la culpa propia sería cero.
No podemos dejar de ser lectores de la realidad y no dejar de observar que, para lograr acuerdos, debemos escuchar y hablar, en medio de una atmósfera de confianza mutua, sin dejar de considerar que hemos devaluado la palabra.
No decir la verdad actualmente no es demasiado grave, mentir parecería que no está mal, por lo cual el discurso está contaminado de discernimiento y como contracara, viene a mi memoria con orgullo los acuerdos logrados en el 2002, y lo atribuyo a la grandeza de quienes lo convocaron, conscientes de la crisis que estábamos viviendo, y de quienes los sábados a la mañana, estos hombres convencidos de sus ideas y propuestas, aceptaban escuchar y analizar ideas de otros que, enfocaban las soluciones con criterios distintos, pero predispuestos siempre a reflexionar, a buscar conclusiones a través de alternativas superadoras, habiendo valorado las ideas planteadas por otros y sintiendo que nadie imponía nada, sino que estaban buscando lo mejor.
Eran propuestas que, en el ámbito empresarial las llamamos ganar-ganar, son las únicas que llevan el compromiso posterior de su ejecución.
Esto parecería el ideal, pero hoy mi temor es ver a muchos panqueques, y qué decir de los girasoles que buscan sentarse afanosamente y tener una silla en el diálogo.
Lo que atenta con lo que dijimos, es la búsqueda de lograr un acuerdo consensuado, la confianza mutua es clave para cualquier acuerdo que prospere y que sea solución en el presente y tenga visión en el futuro.
El acuerdo ganar- ganar, es una estructura de la mente y el corazón, que constantemente busca el beneficio mutuo, lo cual, significa que los acuerdos son beneficiosos mutuamente, como las soluciones que proponen todas las partes intervinientes en las negociaciones, por lo tanto, todos se comprometerán con el plan de acción y el escenario de su puesta en marcha será cooperativo y no competitivo, pero hoy, muchos de los que pretenden sentarse piensan en términos de dicotomía, fuerte o débil, ganar o perder, se basa en el poder y no en principios y esto lleva al rencor del perdedor, sometido por el poder y al rápido fracaso de lo que se proclame como un éxito del diálogo, situación que venimos viviendo hace muchos años los argentinos y se deja de lado el valor de los principios del ganar-ganar, que se basa en la creencia que siempre hay una tercera alternativa y esto no se trata del mío o del tuyo sino, uno mejor, de un camino superior.
La mayoría de los temas que le preocupan al ciudadano no son competencias. Si dejamos las ideologías extremas y la mayoría de las soluciones son interdependientes y depende de la cooperación con el otro, pero si intento ganarle, pierdo, es lo peor que nos puede pasar, es falso conciliador, es hacer cualquier cosa para lograr la paz.
Se que, en este momento, cada uno de nosotros estamos en algunos personajes que subestimaron estos principios, que revisando nuestra historia hoy, no solo escrita, sino mirando algunos pequeños videos en los distintos canales, nos muestran como estas incoherentes actitudes han hecho mucho mal al país y defraudaron a muchos y hoy debemos tratar de que no se repitan.
No debemos dejar de tener en cuenta el populismo argentino, despliega en todos los ambientes una estrategia de dominación cultural, apelando a lo emocional, buscando no a través de las armas, sino transformando las ideas, los valores y las instituciones, es decir su cultura, para someter a través de adoctrinamiento, somos los buenos, ellos son a las nuevas generaciones, los malos, pero les parecerá raro, no pierdo ni la ilusión ni la esperanza.
La ilusión no es un delirio, el delirio rechaza la realidad, mientras que la ilusión la modifica, si hay que oponerle el principio de la creación, porque sin ilusiones la realidad es sórdida, asimismo, la esperanza no olvidemos, es insolente, cuando la perdemos aparece sin pedir permiso, es insolente porque siento ilusión y esperanza, pero no es mágica hay que ayudarla con el mayor de los esfuerzos, con una actitud activa en nuestros medios de influencia.
Muchos argentinos están ansiosos que se dialogue, que se pueda construir un futuro y lo que está salvando a la Argentina a pesar de todo, y no mata la esperanza ni la ilusión, es que, la mayoría de nosotros en nuestra vida cotidiana y en todos los niveles sociales, los fines de semana junto a los familiares, en el club, en el templo, donde todos se conocen, practican el ejercicio de la convivencia y pienso que esto es lo que está salvando al país, creo que todos sabemos, que los hombres comunes en su vida diaria, practican una convivencia cortés, solidaria, y en pocos días más tenemos la oportunidad dentro del sistema democrático y no de las armas, hacer que la ilusión y la esperanza se hagan realidad.