He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él conmigo” (Apocalipsis 3:20).
Nuestra Fe es, fundamentalmente, un medio para el encuentro con los otros en el Amor. Además, ese encuentro requiere de nuestro cuerpo, de la expresión de nuestro afecto y predisposición mediante gestos, caricias, abrazos y otras formas de expresarnos que trascienden las palabras. Ello en todos los órdenes de la vida, incluso el laboral.
La pandemia Covid 19 mostró trágicamente, en muchos casos, la verdad de lo expuesto y el valor de la Encarnación que fue el medio que Dios utilizó para comunicarse con los hombres. Necesitaba que lo viéramos, lo abrazáramos y compartiéramos su vida terrenal.
En este contexto doloroso, el avance tecnológico nos ha permitido sortear una de las mayores amenazas que traía aparejada la pandemia: el aislamiento total, la imposibilidad de contactarnos entre personas, ya que la conexión y la comunicación pudo mantenerse, de manera virtual. Vocablos antes reservados a un diálogo entre expertos se convirtieron en moneda corriente en el lenguaje y los usos cotidianos.
Las reuniones por Zoom, Google meet y otros medios afines ganaron espacio y posibilitaron encuentros virtuales entre varias personas e incluso de distantes geografías. Los programas de radio pudieron mantener sus horarios a través de estos mecanismos y se hicieron más frecuentes aún las conversaciones internacionales. El home office logró que, a pesar de estar cerrados los espacios físicos de trabajo, gran parte de las tareas, se pudieron continuar realizándolas a distancia.
No sabemos aún cuantos de estos cambios tendrán un carácter definitivo, si se volverá total o parcialmente al régimen anterior o prevalecerán, al menos en parte, algunas de las modalidades virtuales que se desarrollaron durante la pandemia. Pero si bien estos avances nos permitieron continuar funcionando, es claro y cada vez más notorio, que la ausencia del contacto personal resultó una gran pérdida. No es lo mismo una conversación telefónica o por Zoom que un encuentro personal. La recuperación del espacio común ha sido recibido con gran beneplácito por la sociedad y por cada uno de nosotros, seguramente.
Otro de los fenómenos negativos que impuso la pandemia fue convertir a cada persona en una amenaza para sus semejantes. Debimos y debemos tomar distancia y taparnos la cara, costumbres y actitudes que se naturalizaron de la misma manera que el home office y el zoom. De algún modo, nos convertimos en adversarios, sin quererlo por fuerza de las circunstancias. Se extrañó la presencia, el amable intercambio de un saludo chocando las manos, el abrazo y aún el beso, la manifestación y exteriorización del vínculo. Mantuvimos entonces la comunicación y la conexión sí, y la funcionalidad también, pero perdimos el vínculo, la emoción del encuentro, la riqueza del contacto estrecho. Difícil establecer un valor a esta pérdida, es muy subjetiva. También lo es realizar un objetivo y preciso análisis de pérdidas y ganancias sobre las posibilidades que nos abre el desarrollo tecnológico y la despersonalización de las relaciones a que ello conduce. Menuda tarea para sicólogos y especialistas en relaciones humanas.
Parecería que ya no son aplicables las medidas o indicadores tradicionales de la productividad del trabajo humano pues han quedado, por lo menos, parcialmente desactualizados. Habrá que pensar en nuevas maneras y conceptos para establecerlos. Menuda tarea para economistas y sociólogos.
La pandemia nos ha puesto cara a cara con la revolución tecnológica que desde hace algunos años avanza a paso silencioso pero acelerado, y ha descubierto en forma abrupta que existe un gran número de interrogantes para los cuales no tenemos aún respuestas. Estrictamente hablando, apenas estamos descubriendo cuáles son las preguntas relevantes. Menuda tarea para investigadores de toda rama y curiosos de toda laya.
Pero si la pandemia y el avance tecnológico desafían el vínculo entre las personas también ha dejado al descubierto de una manera más notoria y visible la cada vez mayor fragilidad del vínculo entre dirigentes y dirigidos. ¿No estamos viviendo acaso una auténtica crisis vincular entre la sociedad y la llamada clase dirigente? ¿No ha acentuado aún más la pandemia el divorcio notable entre los intereses de las personas que detentan el poder en la sociedad y los ciudadanos de a pie, que sufren las consecuencias de sus decisiones? La desinformación, el uso político de la información y la discrecionalidad en el uso de los escasos recursos sanitarios ¿no terminaron de romper un vínculo que ya estaba seriamente dañado con anterioridad? ¿no acentuó el dolor de las personas la pérdida de confianza en la dirigencia produciendo una auténtica sensación de orfandad ante la amenaza?
La respuesta a los interrogantes que plantea el avance tecnológico no será inmediata ni absoluta. En la historia los nuevos inventos, las guerras y las pestes hicieron caer tradiciones y paradigmas al tiempo que nacieron nuevas formas de relacionarse, de aprovechar y organizar el trabajo humano. Tenemos muchos ejemplos y ríos de tinta han corrido resaltando los aspectos positivos de los cambios o denunciando las injusticias o el dolor que produjeron en sectores de la población humana o en diferentes geografías. Pero cabe aclarar, que no podemos culpar a la capacidad creadora del hombre, un Don de Dios, de esos males sino al mal uso de esa creatividad.
Pero la respuesta a los interrogantes políticos que plantea la pandemia resulta un llamado de atención a la clase dirigente respecto de valores humanos esenciales sin los cuáles es imposible establecer un vínculo: la veracidad, la honestidad, el respeto y valoración del ciudadano. Al fin, la esencia de una nación no es otra cosa que un profundo vínculo entre sus habitantes que comparten valores y expectativas comunes. El gran desafío por delante es recuperar y fortalecer el vínculo, que en los últimos años fue a puesto a duras pruebas: la grieta primero, la pandemia después. Una institución como ACDE puede ser un vehículo muy idóneo para caminar en esa dirección. La Pandemia cederá y nos deja nuevas formas de relacionarnos gracias a la tecnología. Pero nunca desaparecerá la necesidad del vínculo personal porque Dios “se hizo hombre y habito entre nosotros” (Jn 1,14)