La figura del desertor se nos presenta cargada de matices negativos y evoca antivalores como la cobardía, el menoscabo del honor, el rechazo a la responsabilidad o la traición.
Asistimos en la Argentina contemporánea a un resurgir de las actitudes desertoras con múltiples evidencias sobre el abandono de ideales y responsabilidades, con “soldados” que desamparan su bandera, sus metas y sus obligaciones.
Hay formas de abandono que son comportamientos de una sociedad que actúa en forma colectiva contra sí misma y genera profundas fracturas por las que se escapan sus mejores valores. El proceso es lento y no nos damos cuenta de lo que está ocurriendo ante nuestros ojos. Nuestra pasividad hace que aún sin quererlo seamos cómplices y hasta culpables.
¿Qué fue lo que nos hizo perder por el mundo a tanto compatriota capaz, entregando su creatividad en países que supieron recibirlo y aprovecharlo?
¿Quién degradó la escuela y porqué permitimos que sucediera?
¿Cómo perdimos las formas de comportamiento social en las cuales el mérito se medía con patrones de excelencia?
¿Cómo fuimos capaces de consumir el patrimonio acumulado por generaciones?
¿Cómo dejamos que se degradara nuestra moneda?
Estas evidencias históricas y la deserción generalizada son parte y a la vez explicación de la anomia que pareciera afectar a una sociedad que no acierta a construir una visión de país ni a edificar un proyecto que contenga en armonía a sus habitantes y facilite su desarrollo integral como personas.
Resulta difícil asimilar la deserción de quienes vendieron sus empresas recibidas de antepasados y luego no volvieron a integrar los capitales en actividades generadoras de oportunidades de trabajo.
Preocupa también la deserción de la política al limitar exclusivamente la responsabilidad ciudadana a la emisión del voto y no intervenir persistentemente por el bien común.
La discontinuidad de causas judiciales que generaron escándalo en la sociedad es otra deserción que desanima a la ciudadanía.
La deserción del Estado que abandonó en muchas oportunidades su responsabilidad indelegable de hacer cumplir la ley, de brindar educación, salud y seguridad y de resguardar la equidad.
Los ejemplos mencionados son unos pocos de las tantas deserciones que nos conmueven. Cada cual puede ampliar la lista reflexionando sobre los compromisos personales no asumidos. Pero hagámoslo en forma positiva tratando de buscar un piso que frene nuestra caída, encontrando un cemento que selle las grietas de la deserción por las que continúa escapando nuestro capital social.
Tal vez el dolor de la deserción y el abandono, o el peligro de la desertificación moral, nos provean la madurez suficiente para encarar con responsabilidad esta tarea.
Este texto, un compacto de la editorial publicado en el nº 146 del mes de marzo de 2001 de la Revista “Empresa” (órgano institucional de ACDE) cobra especial relevancia en momentos de crisis e dudas y escepticismos como el que atravesamos en este momento.