El Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-5) es la actualización de 2013 del mismo documento del año 2000, el DSM-4, una herramienta de clasificación publicada por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría. A pesar de la abundante bibliografía al respecto el DSM-5 todavía no ha incluido a la compassion fatigue, a la fatiga de la compasión, en su extensísimo elenco de patologías. Al 15.07 de este año Google recoge al respecto 14.300.000 resultados en inglés para esa expresión y 434.000 en español, cifras nada desdeñables.
Muy sucintamente expuesta la fatiga de la compasión es un “síndrome” grave y de múltiples síntomas, aunque no todos concurren al mismo tiempo, que provoca cansancio, desaliento, desesperanza, frustración, irascibilidad, impotencia, procrastinación, desilusión, tristeza, depresión, pensamiento automático y disociado, comportamiento errático, anomia, conflictividad, desinterés, agotamiento, sensación de soledad, abatimiento, irritabilidad, dificultades de comunicación y concentración, insomnio, problemas para la introspección, resistencia a pedir ayuda y muy escasa resiliencia… básicamente entre quienes se dedican a las profesiones o tareas asistenciales, del cuidado, del servicio y de la protección: personal sanitario, de seguridad y vigilancia, de auxilio, de rescate, de ayuda y apoyo psicológico y espiritual, de solidaridad con los más desfavorecidos, reporteros de guerra y de catástrofes naturales e industriales, personal de ONGs ocupadas de situaciones de extrema vulnerabilidad y/o en casos de violencia…
Desde el comienzo de la pandemia, en marzo de 2020, se ha añadido a este síndrome la fatiga del Zoom (Google, 729.000 resultados en español, 23.200.000 en inglés) y que viene a consistir en la profunda decepción por una plataforma que nos prometía “comunicaciones” cuasi reales pero que las más de las veces nos pide amable –y conminatoriamente también- que silenciemos nuestros micrófonos y apaguemos nuestras cámaras para garantizar mejor calidad del ancho de banda de quien hace uso solitario/totalitario/dogmático de la palabra.
Es bien cierto, y debe reconocerse, que apenas hay medios alternativos para estar en contacto en estos tiempos del Covid-19 y que estas plataformas permiten reunirse a quienes, familias, amigos y colegas, muchas veces distantes, tal vez no tendrían ninguna posibilidad de lograrlo de otros modos, que proporcionan información relevante a los ciudadanos y a los equipos de trabajo, que alientan y animan a los entristecidos y desmotivados. Es sin duda la contracara de la fatiga del Zoom, la “euforia del Zoom”, los muy felices encuentros y rencuentros, la era de los contactos y del estar en contacto, el #new deal#, el nuevo contrato social de la presunta (y presuntuosa) proximidad imposible y hasta ahora impensable.
Pero como sabia y sagazmente escribió alguna vez el profesor Francisco Albarello no son ni mucho menos lo mismo contacto (conexión), comunicación y comunión. Tal vez sea tremendamente injusto esperar de la empresa fundada por Eric Yuan en 2011 que nos ofrezca esa amplia gama de prestaciones. Quizás por tal motivo ésa fue y sigue siendo precisamente su única promesa de marca: “mantenernos conectados”. No más. En ese caso no estaríamos tan lejos de los penosos rasgos que caracterizan a la fatiga de la compasión y sería muy saludable que el futuro DSM-6 las contemple a ambas para incluirlas en su por ahora extraordinariamente elitista, restrictivo y miope nomenclátor, más atento a los desórdenes psiquiátrico-bioquímico-organicistas que a los psíquicos, emocionales y espirituales.
*Artículo publicado originariamente en El Hilo, publicación de Universidad Austral.
Coincido con la descripción del fenómeno «comunicarnos» via zoom