Si la riqueza estuviera en manos de pobres de espíritu, la riqueza multiplicaría la riqueza” (Enrique Shaw) (1)
Nuestro continente Latinoamericano agrupa una gran diversidad de personas y culturas, pero también sólidos puntos en común que validan el intento de la comunión a través de la comunicación. Comunión en el sentido de vínculo, de conexión, de unión, de aspiraciones. Entre ellas la más profunda es la Fe cristiana que es profesada casi por el 50% de los habitantes del continente, la mayor proporción de todos los continentes del mundo. Vale preguntarse, entonces: ¿qué tienen en común los empresarios y profesionales de nuestra región? La respuesta exige una búsqueda profunda y sincera para no caer en lugares comunes.
En una primera aproximación podemos afirmar que nos toca compartir un contexto económico y social desafiante para la iniciativa privada. Nuestra región ha tenido históricamente una menor y más inestable tasa de crecimiento económico comparada con las otras regiones del globo. Eso se ha manifestado en condiciones sociales también más adversas, con indicadores de pobreza y desigualdad muy elevados. Aún así, de acuerdo a la información suministrada por organismos internacionales como el Banco Mundial y la Cepal, la región, salvo algunos casos como Argentina, había logrado disminuir los niveles de desigualdad entre 2010 y 2019 cuando se desató la pandemia que ha tenido un impacto muy negativo tanto en el crecimiento como en los indicadores sociales.
Existe una abundante bibliografía profesional y académica que intenta explicar las causas y los principales factores determinantes de la pobre performance económica y social de la región. En este espacio intentamos abrir el interrogante sobre ¿qué podemos hacer los empresarios y profesionales cristianos de la región para avizorar un futuro diferente al pasado? Más que buscar una respuesta, esta pregunta intenta ser una invitación a la reflexión, a la puesta en común de ideas, aprovechando las posibilidades que nos brinda la comunicación moderna.
Un punto de partida puede ser interrogarnos sobre el lugar en el que ponemos a la creación de riqueza. El pensamiento económico nació cuando el ser humano comenzó a preguntarse sobre la creación de riqueza, las fuentes del valor. Inicialmente, en un contexto intelectual dominado por el positivismo, la respuesta se buscó en el afán de lucro individual. De alguna manera se puso al egoísmo y al individualismo como un factor determinante en el proceso de creación de la riqueza, así como la libre competencia aseguraría un equilibrio entre las fuerzas de los participantes. Sin desconocer los grandes méritos que el capitalismo liberal ha tenido para vastas regiones del mundo, tampoco se puede desconocer que la concentración de poder y riqueza han alcanzado niveles imprevisibles. En el otro extremo, los regímenes que apuntaron a lograr la igualdad social sacrificando la libertad y proclamando la dictadura del proletariado han conducido a sus sociedades a una auténtica y nueva oligarquía conformada por dictadores y tiranos que han empobrecido sus países. Conocemos muchas y variadas experiencias en la región. Desde un punto de vista más bien doctrinal, se ha intentado en nuestro continente una promoción de la pobreza material como virtud cristiana y muchos han creído encontrar en una suerte de pobrismo una posible vía de organización económica y social. Este tipo de pensamiento ha conducido a mirar con recelo la riqueza, incluso a condenarla.
Los indicadores económicos y sociales de nuestra región son claramente demostrativos del fracaso de todas las posturas. Aprendamos las lecciones del pasado y la experiencia de los otros para visualizar un futuro mejor. Y nuestra Fe puede ser una luz inspiradora al poner a la creación de riqueza en su justo lugar, tal como nos ha invitado nuestro asesor doctrinal el padre Daniel Díaz en su reflexión sobre el fin de la pobreza, recordando las palabras de Enrique Shaw: “si la riqueza estuviera en manos de pobres de espíritu, la riqueza multiplicaría la riqueza”. Y ese es el desafío entonces: ser creadores de riqueza con pobreza de espíritu. No se trata de ser individuos egoístas, codiciosos y avaros, sino pobres de espíritu con afán creativo. La revolución tecnológica es quizás una oportunidad favorable, en la medida que las nuevas generaciones van comprendiendo mejor el valor de la virtud como fuente creativa. El egoísmo individualista sólo genera avaros y corruptos. Estas líneas aspiran a ser una invitación a la reflexión en estos tiempos de comunicación global y este portal digital aspira a ser un vehículo para la reflexión de todos aquellos hombres de empresa y profesionales de buena voluntad.
(1) Enrique Shaw, Siervo de Dios. Empresario argentino fundador de ACDE.
Gracias por las reflexiones de este artículo.
Siempre me resulta un desafío entender hasta qué punto la pobreza de espíritu puede convivir con la riqueza material individual. Parecería que tarde o temprano lo segundo puede conspirar contra lo primero (aunque nada es imposible para el Señor).
A la vez, la experiencia indica que para que en una sociedad prospere económicamente y todos puedan cubrir sus necesidades, es necesario dar especio a las iniciativas creadoras de riqueza de sus miembros, y reconocerles a estos el fruto de su esfuerzo y riesgo. Difícil equilibrio. Saludos.
Buenisimo articulo, felicitaciones. Es el tema que ha desvelado a paises enteros durante los ultimos siglos, sobre aumentar o distribuir la torta. Como pasa muchas veces, la solucion esta en mirar hacia nuestro interior y hacia el Cielo. De cualquier laberinto se sale por arriba…
Es un artículo sensato, claro y profundo. La riqueza no es lo que está (como era antes de las llamadas revoluciones industriales) sino lo que se produce o se crea.
Sí una persona aumenta su riqueza no es porque otra persona disminuye su riqueza.
Cuando el sistema económico de un país está ordenado y funciona adecuadamente ese país crece, se desarrolla y así se mejoran las condiciones de vida de su población. Y esto ocurre porque ese sistema económico sabe aprovechar todos los adelantos tecnológicos (la innovación tecnológica) a través de la inversión y de la productividad.