Semblanzas de Enrique Shaw
Una forma de conocer a Enrique Shaw es a través de las vivencias de aquellos que compartieron su vida. Estos textos buscan reflejar distintas facetas de Enrique Shaw a través de una selección y ordenamiento de textos de su causa de canonización. Estos textos han sido tomados en forma literal, no hay edición, pero si intercalado de oraciones de distintas personas. He buscado excluir opiniones y datos descriptivos, de modo de que quede solo lo que Enrique hacía, decía y sentía. Para cada historia de Enrique, menciono a los distintos autores que la escribieron al final de la nota.
Ir más allá de lo habitual o “permitido”
- En Pinamar había un solo Sacerdote para muchas localidades. Una vez, estaban esperándolo y ya todos se estaban impacientando. Enrique, solo, empezó a cantar. Pasados los primeros minutos de sorpresa, todos siguieron el canto. Hay que recordar que en esa época no se usaba el canto desde el pueblo. El venció los pruritos humanos, como también la vergüenza, para manifestar a Dios abiertamente. En esa época NADIE, que no sea Sacerdote, realizaba apostolado en forma tan sencilla: cantando nada menos que Tantum Ergo. Fue una manifestación de fe y de alegría.
- Me informó que, en la Misa de los domingos, en el hangar de deportes de la flota de mar, no se daba la Comunión a los presentes, dado la premura de la Celebración. El almirante era un descreído, y no quería que la Misa durara más de 20 minutos: lo había conminado al Capellán. Si esto sucedía, daba la media vuelta y se marchaba sin esperar la bendición. Al domingo siguiente al llegar el momento de la Comunión, y a pesar de la prohibición, únicamente se adelantó el Tte. Shaw y recibió la Comunión.
- En ese clima de tensión, el único que se adelantaba a comulgar era Enrique Shaw, y esto lo hacía todos los domingos.
Regalar cosas de Dios
- Después de dos meses de haberme casado, Enrique me regaló esta Biblia. En la tarjeta escribió: «Mis mejores deseos para una gran cristiana. Felicidades”.
- Me casé en 1961. Cuando me faltaban pocos días, me llamó y me regaló una Biblia.
- Me dedicó Eucaristía y vida Empresaria. «Para que me chinches cuando no cumplo con lo que digo».
- Me regaló un Evangelio precioso, con buena encuadernación. Antes de dármelo escribió estas palabras: «Querido Pae que en la meditación de este libro – que contiene la palabra de Dios – junto con la Eucaristía y una varonil devoción a la Virgen, sepas obtener la sabiduría y la fuerza de Dios, única capaz de hacerte feliz, aún en la tierra».
- Ese día, al retirarme, me obsequió con varios libros y folletos, referentes al tema religioso.
- Conservo un misal que me regaló, y recuerdo que trajo un libro muy grande con la vida de muchos santos y que le encantaba que lo leyéramos.
- Una vez me regaló una estampita de una Iglesia de Europa. Era de Tata Dios.
- Recuerdo que un empleado del campo de mi abuelo me mostró un catecismo que Papá le había dado. El año pasado me mostraron en el campo un libro de catequesis que él les había regalado y que había servido para preparar para la primera comunión a los hijos y nietos de unos puesteros.
- Me trajo una bendición de Pío XII en 1950, yo estaba aún soltero.
- Cuando fue a ver a Papa Pío XII, nos trajo una bendición.
- Nos trajo una bendición papal en uno de los viajes que hizo al Vaticano. Fue una sorpresa muy grande porque posiblemente yo sea uno de los colaboradores de él que no militaba en el catolicismo. No soy un católico practicante.
Rezar con los que están alrededor
- Él nos enseñó a rezar el Rosario con nuestra familia.
- Cuando empezó la fabricación de tubos para fluorescentes los clientes protestaban. Cuando íbamos a visitarlos nos invitaba a rezar en el trayecto en el auto.
- Muchas veces fui a la quinta en Muñiz. Se me quedó grabado como rezaba el Rosario con toda su familia, en la quinta o en el auto volviendo a Buenos Aires.
- Viví durante cinco años en una de las casas del parque de Berazategui. Casi una vez al mes venía a almorzar. Siempre rezaba antes de comer.
- En los primeros años de actuación en la empresa se vio precisado a encarar la obtención de un importante contrato de fabricación de tubos. Las posibilidades eran sumamente imprecisas. En la antesala del despacho del funcionario con quien debía negociar, se concentró en sí mismo y comenzó a rezar con el fervor propio de él.
- Nos despertaba con una oración; «Jesús, José y María, te ofrezco todos los actos de este día». A la noche con el «Angel de la Guardia» y siempre la bendición de la mesa al comenzar y al terminar.
- Voy al despacho que tenía Enrique Shaw, que creo que era Alférez. Me dejó una impresión para toda la vida. Enrique dijo: “Vamos a rezar”. Nos arrodillamos los dos solos y rezamos – creo que Ave María Gloria y luego conversamos.
- Tenía un Cristo en su escritorio.
Ser catequista
- Un joven obrero quien luego se incorporó a Marina, llegó a admirar al Guardiamarina Enrique Shaw, su superior: que era una persona extraordinaria, que todos los marineros lo querían muchísimo, que les hablaba de Cristo y de la Iglesia como un sacerdote, y que siempre los aconsejaba, catequizándoles».
- Una vez me prestó un libro de aventuras reales, aclarándome: «Mirá lo que es el ideal de algunas personas». Se trataba de la historia: «Viento Divino» (Kamikaze). Luego comprendí más profundamente el dar la vida por todos, como hizo Jesús; de forma increíble me demostró que es un acto heroico morir por los suyos, pero sublime morir por todos, amigos y enemigos.
- Recuerdo una vez que desde Puerto Deseado hablaba con su novia Cecilia, y, por las exclamaciones de ésta (“¡Qué maravilla! ¡Qué felicidad! ¿Cómo lo conseguiste?”) su padre y yo deducíamos que a Enrique le había ocurrido algo estupendo. “Lo habrán nombrado Almirante, al menos”, decía tío Jorge. Cuando le preguntamos a Cecilia las razones de tanto entusiasmo, nos contestó: “Consiguió que comulgaran cuatro marineros”. Esta anécdota que parece fútil, no lo es, porque muestra la fuerza de su vocación de apostolado y lo bien que la ejercía en todos los ambientes en que actuaba.
- Elegía los temas llevándonos a temas espirituales. A veces de una tontería, de una palabra, nos iba llevando a Dios, sin mencionarlo. Por ejemplo, recuerdo que una vez dijo “¿Qué opinás sobre frivolidad?” o “¿Qué es lo superfluo?”. El creaba una polémica, para poder llevar la conversación. Y desarrollaba dos horas de conversación sobre ese tema.
- Nunca sermoneaba. Enrique hablaba todo el tiempo de Dios, sin mencionarlo. ¡Qué iluminado que fue!
Ir más allá de “ir a Misa”
- En esa época, no había en Puerto Belgrano un lugar para decir Misa, pues no había Capilla. Los que queríamos ir a Misa, teníamos que pedir un permiso especial para salir de la Base, e ir hasta la Capilla de Stella Maris caminando muchas cuadras.
- Adentro de la Base y al lado de los acorazados había un hangar viejo para hidroaviones y Enrique organizó que los domingos hubiera Misa allí. Él se ocupaba de buscar y llevar al Sacerdote. Siempre iba a Misa. Me resultó muy buena la idea de tener la Misa al lado de los buques.
*Esta nota fue realizada en base a los testimonios de Máximo Bunge, Carlos Cúster, Susana D’Afflitto de Hartenstein, Delfina Gálvez de Williams, Carmen y Oscar Gómez Villega, María Adelaida Guerrero de Cárdenas, Emilio Hartenstein, Adelina Humier, Efraim Ledesma, Thelma Mac Mullen de Bori Pons, Marcelino Martínez Castro, Juan Martino, Miguel Molina Pico, Susana María Moret de Reynal, Alberto Moschini, Héctor Padilla, Ricardo Palermo, Octavio Piccinini, Annamaria Puri Purini Torres-Carrilho, Quinteros, Ernestina, Dora P. Rebagliati de Ledesma, Sara Shaw de Critto, Lilian Storni de Chedufau, Juan Subiza y Alberto Vélez Funes.