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La empresa se dedica a servir a la persona humana y al bien común

Escrito por Bruno Bobone
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Soy el presidente de la Unión Internacional Cristiana de Dirigentes de Empresa, y fui elegido a fines de 2020. Cuando fui nombrado, oí a muchos de los empresarios decir que el Papa no se interesaba por los dirigentes de empresa y que él tenía una imagen negativa de la empresa. En el fondo pensé que necesitaba tener la oportunidad de visitarlo, y de escuchar por sus propias palabras lo que pensaba realmente de nosotros. Entonces decidí que tenía que ir allá. Nadie creía que fuera capaz de hacerlo. Pero lo hice y me quedé con él 40 minutos, abordando varios temas, y al final, le pedí que me diera un mensaje para los empresarios del mundo entero, y me dio este mensaje. Fue uno de los momentos más fascinantes de mi vida y una de las conversaciones más hermosas que pude tener.

Pero la razón por la cual quise compartir eso con ustedes, es porque seguí mis principios, y no creí sólo en lo que me estaban diciendo. Fui al origen para entender cuál era la verdad, de él mismo. Pero también, he tenido la convicción de que era posible ir más allá de lo que todo el mundo pensaba ser el límite, y he demostrado, una vez más, que cuando uno cree ¡todo lo puede!

A través de mi testimonio, me gustaría ayudar a contestar la pregunta: de cómo ayuda la ética a tomar mejores decisiones en un contexto complejo y cambiante y a nivel mundial. Y les voy a contar mi historia de vida, para hacerles entender de qué manera la ética tuvo una gran importancia en todas las decisiones que he tomado a lo largo de mi vida, y en la manera que me ayudó a aceptar los momentos difíciles por los que pasé.

Soy Bruno Pinto Basto Bobone, presidente de UNIAPAC y del Board de Pinto Basto. Y hasta el año pasado, también fui el presidente de la Cámara de Comercio de Portugal por 17 años. Mi vida empezó en Mozambique en 1960 – una antigua colonia portuguesa. A los 14 años, tuvimos una revolución en Portugal que acabó con la resistencia de las colonias, y perdimos todas nuestras propiedades allí. Teníamos una explotación de 150.000 hectáreas y regresamos a Portugal sin nada. Ésta fue la primera vez que me enfrenté al principio del Destino universal de los bienes: «Has recibido sin pagar, da sin pagar».

Y empecé una nueva aventura y vida en Portugal. Cada emprendimiento contiene un factor de riesgo que, en mi opinión, siempre tenemos que enfrentar, porque representa la base para la creación y el desarrollo de la empresa. La alegría y la decepción siempre van de la mano. La finalización de mi carrera fue uno de esos momentos que me llevaron de 80 a 8 en un instante. Dado que mi carrera de administración de empresa llegaba a su fin, empecé a buscar un trabajo, como todos mis compañeros. Tenía un deseo muy claro: trabajar en una de las empresas de mi familia y mantener nuestra tradición de creación de riqueza y de contribución al desarrollo de la sociedad portuguesa. Por suerte, pertenezco a una familia que lleva más de doscientos años en el mundo empresarial, con una presencia en distintos sectores de la economía. Pensé que, aplicando, obtendría un puesto en una de estas empresas. Sin embargo, mi alegría pronto dio lugar a la decepción. El número de empresas con las que estábamos involucrados competía con el número de familiares empelados en nuestras empresas. Y era una época de restricción económica. No había lugar para aumentar la plantilla. Me di cuenta de que mis posibilidades de entrar en una de las empresas del grupo eran escasas, así que seguí a la mayoría de mis compañeros y me apresuré a solicitar un puesto en una empresa de asesoría.

Pero el destino sabe cómo sorprendernos. La mañana que estaba a punto de aceptar el puesto de consultor, recibí una llamada de un tío. Me dijo que existía la posibilidad de que me uniera a Pinto Basto. Pero la invitación también tenía su lado negativo: la remuneración ofrecida sería aproximadamente la mitad de lo que me ofrecían en el trabajo que estaba a punto de aceptar. Tomé una decisión en menos de un minuto. Y ese mismo día inicié un viaje que significaba cumplir una ambición de toda la vida. Empecé a trabajar en una de las empresas familiares con la convicción de que la familia es un valor muy importante. Como mencioné, eran tiempos difíciles. La familia se vio obligada a vender la participación accionaria de la empresa, para poder capitalizar las actividades que quedaban. Una de las condiciones puestas sobre la mesa de negociación por el consorcio comprador era que el director ejecutivo tendría que seguir en su cargo incluso después de la venta. El director ejecutivo era yo. Suelo decir que me vendieron con la empresa. Y, por lo tanto, dejé de trabajar en una empresa familiar.

Nunca acepté por completo esta situación. Por consiguiente, en 1993, cuando tenía sólo 33 años y era el director ejecutivo de Pinto Basto, nombrado por los nuevos accionistas, tomé la decisión de cambiar mi vida: presenté a mi accionista una propuesta para que Pinto Basto volviera a estar bajo control familiar. Después de haber expuesto mi intención de comprar, recibí una respuesta, y buena: estaban dispuestos a vender. Pero también me advirtieron de que, si la operación fallaba, me iban a despedir. Con cuatro hijos y sin otros ingresos aparte de mi trabajo, sentí más de un escalofrío en el estómago. Sentí miedo. Miedo a fallar y a poner el futuro de mi familia en peligro.

Como dije, tenía entonces 33 años y tres retos:

  • Asumir el riesgo de comprar la empresa, lo que significaba ser despedido si no lo conseguía,
  • Encontrar el apoyo financiero para realizar la recompra,
  • Y manejar una empresa de más de doscientos años de forma moderna por mí mismo.

Después de recibir el apoyo incondicional de mi mujer, decidí seguir adelante con la operación. Recuerdo estar en la cama por la noche, sin poder dormir. Tenía miedo. Durante el día, mantenía una expresión confiada y entusiasta, pero en las horas más oscuras y solitarias, sentía que el miedo me invadía. Miedo a la pérdida, miedo al fracaso, miedo a lo desconocido y miedo a hacer daño a las personas que formaban parte de mi vida. Hubiera sido mucho más fácil darse por vencido. Al fin y al cabo, era un hombre joven, nadie se lo habría tomado como algo personal si lo hubiera hecho.

Pero creí en mis ideas. Fue una época en la que aprendí y crecí mucho. Tuve el apoyo de grandes amigos y me faltó el de muchos otros. Me di cuenta de la suerte que tenía de tener fe y de formar parte de una familia extraordinaria. Aprendí que el medio podía ser nuestro mejor aliado. Nos avisa sobre los riesgos y actúa como una brújula que nos guía para superar esos peligros. A medida que superamos los obstáculos, perdemos el miedo. Tomamos decisiones conscientes, no según el capricho del viento o la mera voluntad. Y cuando hacemos eso, estas decisiones se vuelven valientes, por supuesto, pero lo más importante es que se vuelven útiles, para nuestras vidas y para las vidas de quienes nos rodean. Si no hubiera seguido adelante con la propuesta de compra, la empresa que dirijo no existiría. O al menos no como es hoy. Habría puestos de trabajo que nunca se habrían creado, riqueza que nunca se habría distribuido a la sociedad e impuestos que el Estado nunca habría recaudado.

Como lo pueden constatar fácilmente por mi relato, la operación de compra fue un éxito. Nunca, hasta el día hoy, me arrepentí del paso que di. Pero recuerdo a menudo estos momentos difíciles. Me dan valor para superar otros retos, porque la vida nunca se olvida de retarnos. En el caso que acabo de relatar, mi responsabilidad como joven directivo, padre de una familia numerosa, de contribuir al bien mayor de la sociedad, era inexistente. ¿Quién podría señalarme con el dedo por decidir no poner en juego el futuro de mi familia con una operación de compra cuyo resultado era incierto?

Sin embargo, el episodio de la recompra de Pinto Basto sirve para ilustrar la mayor parte de mi discurso. Una sociedad está formada por la suma de las decisiones de sus ciudadanos. Y su desarrollo económico es también el resultado del coraje de sus empresarios. Tienen que enfrentar el futuro: no deben tener miedo. Tienen que innovar, tienen que intentar, tienen que fallar si es necesario. Pero sólo así podrán acumular beneficios sobre beneficios. Si adoptan una actitud que implica quedarse en su zona de confort – si huyen de las oportunidades para tener éxito – nada malo les sucederá. Las empresas seguirán haciendo negocios, trabajando hoy como lo hicieron ayer y el día antes. Sin embargo, todos estaremos desperdiciando oportunidades. Y es una gran lástima. Y fue precisamente con base a esta experiencia que, en 2019, publiqué un libro titulado: Del miedo al éxito.

El segundo reto tenía que ver con la confianza. Para eso necesitaba apoyo, ya que los 33 años que tenía eran muy pocos para el crédito que mi organización y yo buscábamos desesperadamente. Y para eso conté con la ayuda de amigos, la lealtad de empleados y el apoyo de nuestra historia.

En octubre de 2021, celebramos los 250 años de Pinto Basto. Esta empresa lleva contribuyendo a la economía portuguesa desde el siglo XVIII, durante cuatro siglos y nueve generaciones. Ha conocido guerras y revoluciones, pandemias y crisis financieras, ha experimentado la grandeza de un imperio, del Atlántico y de Europa, ofreciendo productos y servicios cada vez más diversos y adaptándose continuamente. Y lo ha hecho porque siempre ha sido consciente de que lo realmente importante son las personas.

En 1853, en Londres, el Barón de Forrester escribió en The Prize Essay on Portugal: «Los Ferreira Pinto Basto son una familia muy antigua y próspera. […]. Cultivan su propio maíz, aceitunas, frutas, lúpulo y legumbres; crían a sus propios caballos, ganado, ovejas y cerdos; producen su propio pan, vino, mantequilla, queso y aceite, y refinan su propio cuero; construyen sus propios coches; son los arquitectos y constructores de sus grandes residencias; son contratistas de obras públicas y, no pocas veces, de préstamos gubernamentales también. Desde el Miño hasta el Algarve, poseen un conjunto de posadas en propiedad, con una distancia entre ellas de un día de camino.» Esta breve referencia describe un conglomerado familiar que ha perdurado, en los buenos y en los malos tiempos, pero siempre con sentido de la responsabilidad y gusto por el riesgo, en una búsqueda permanente de crear y compartir.

Hoy, el grupo tiene un perfil distinto, pero la base no ha cambiado. Celebrar los 250 años de vida de una empresa que siempre ha participado activamente en la economía de un país, y que siempre ha pertenecido a una familia, es un honor, un orgullo y una responsabilidad. La Casa Pinto Basto, como se llamaba originalmente, es una de las instituciones que han influido en la vida del país en muchas ocasiones, ya sea por las empresas que ha fundado y desarrollado, por su participación en la representación de las empresas portuguesas o por su intervención política. Siempre ha sido también una organización respetada, consciente de sus responsabilidades hacia la sociedad en la que se ha desarrollado y vivido. Con un espíritu profundamente anclado en su dimensión familiar, donde los propietarios y empleados de la empresa son tratados como familia, este grupo de empresas siempre se ha manejado sobre la base de valores cristianos y se ha centrado en el respeto fundamental de la persona humana. Este es el secreto de la resiliencia de nueve generaciones de Pinto Basto, que han logrado llevar este proyecto a lo largo de cuatro siglos hasta hoy. La vocación de esta empresa es contribuir, con su excelencia, al desarrollo de las empresas portuguesas, al reconocimiento internacional de nuestros productos y a la promoción de Portugal a nivel mundial. Pero sólo ha llegado hasta aquí porque mucha gente ha trabajado con ella para superar todos los momentos difíciles que ha tenido que atravesar.

Tenemos un dicho en nuestra empresa que dice a la gente que: Para ser un Pinto Basto, no necesitan haber nacido Pinto Basto, basta con trabajar un día en esta empresa. Y esto me lleva al tercer reto: la capacidad de manejar, por mí mismo, una empresa con semejante pasado, semejante responsabilidad debido a su nombre. Para eso trabajé muy duro para encontrar mi camino. Como dije, tengo suerte de tener fe. Y así me dirigí hacia los principios y valores de la Doctrina social de la Iglesia como base para establecer mi camino.

Y encontré a UNIAPAC. Primero en Portugal y después a nivel mundial. ¿Y por qué era importante? Porque encontré una enorme cantidad de empresarios cristianos que buscaban las mismas respuestas, y encontré con ellos el apoyo para mi camino a seguir. UNIAPAC es una organización ecuménica, creada hace 90 años, y una organización sin ánimo de lucro con sede en París, que federa asociaciones de todo el mundo. Inspirada en el Pensamiento Social Cristiano, su objetivo es promover entre los líderes empresariales la visión y la puesta en práctica de una economía al servicio de la persona humana y del Bien Común. Dentro de su red, UNIAPAC promueve la transformación de las empresas para contribuir a la construcción de una sociedad más justa y humana, asegura su propio desarrollo personal y formación, y sirve de enlace entre las asociaciones cristianas de ejecutivos de empresas de todo el mundo para facilitar los intercambios y ser reconocida en todo el mundo por la promoción distintiva de la empresa como una vocación noble. UNIAPAC está presente hoy en 40 países de Europa, América Latina, África y Asia. UNIAPAC representa a más de 45.000 ejecutivos de negocios muy activos en todo el mundo, que trabajan en varios sectores líderes de la economía mundial.

La complejidad del mundo actual, marcado por conflictos armados, pandemias, efectos negativos del cambio climático, desigualdad económica, entre otros, nos desafía profundamente a encontrar soluciones colectivas por el bien de la humanidad. Todos estos factores han provocado una agitación sin precedentes en nuestra vida a escala mundial. Los modelos de negocio que solían funcionar se volvieron inútiles y los líderes han tenido que desarrollar nuevos enfoques para mantenerse a flote y seguir con sus actividades. A medida que salimos lentamente de esta crisis, está claro que nos enfrentamos a un mundo que sigue siendo volátil, incierto, complejo y ambiguo.

El Papa Francisco dijo que tenemos una Vocación noble. Una vocación noble significa que hemos sido bendecidos con la extraordinaria capacidad de reunir los diferentes recursos para crear riqueza. Pero también significa que tenemos la enorme responsabilidad de garantizar que nuestra vocación noble produzca resultados nobles para todos. La empresa cumple su vocación noble cuando se compromete a servir al bien común y a satisfacer con calidad las necesidades humanas. El objetivo final de la gestión de empresas es beneficiar a las personas para que se desarrollen de forma que alcancen la felicidad y la libertad. La finalidad de cualquier empresa es atender necesidades humanas reales y crear riqueza, pero, para alcanzar su objetivo final, debe basarse en tres consideraciones: Buenos bienes, Buena riqueza y Buen trabajo.

«Buenos bienes» – Las empresas exitosas identifican y buscan atender necesidades humanas genuinas con excelencia, utilizando mucha innovación, creatividad e iniciativa. Producen lo mismo que antes, pero suelen crear formas completamente nuevas de satisfacer las necesidades humanas – en áreas como la medicina, la comunicación, el crédito, la producción de alimentos, la energía y el bienestar social. Y mejoran progresivamente sus productos y servicios, los cuales, donde realmente son buenos, mejoran la calidad de vida de las personas.

«Buen trabajo» – La forma de diseñar y dirigir el trabajo tiene un impacto significativo en la capacidad de la empresa para competir en el mercado, en el desarrollo de las personas mediante su trabajo, y en la capacidad de cuidar del medio ambiente. El Papa Juan Pablo II señaló que «si en otros tiempos el factor decisivo de la producción era la tierra y luego lo fue el capital – entendido como conjunto masivo de maquinaria y de bienes instrumentales – hoy día el factor decisivo es cada vez más el hombre mismo, es decir, su capacidad de conocimiento, que se pone de manifiesto mediante el saber científico, y su capacidad de organización solidaria, así como la de intuir y satisfacer las necesidades de los demás». Ante una globalización creciente y un mercado que cambia a gran velocidad, la vibrante organización del trabajo asegura la agilidad, la capacidad de respuesta y el dinamismo de una organización.

«Buena riqueza» – Utilizar los recursos para crear y distribuir riqueza y prosperidad de manera sostenible. Los empresarios emplean su creatividad para organizar el talento y las energías del trabajo y para unir el capital con otros recursos obtenidos de la abundancia de la tierra para producir bienes y servicios. «La Iglesia reconoce el papel legítimo de la ganancia como indicador del correcto funcionamiento de la empresa. Cuando una empresa obtiene beneficios, generalmente implica que los factores de producción han sido empleados de forma correcta y que las necesidades humanas han sido satisfechas de forma apropiada.»1 Una empresa rentable, que crea riqueza y promueve la prosperidad, colabora con la excelencia de los individuos y ayuda a que comprendan el bien común de una sociedad. Sin embargo, la creación de riqueza no se limita únicamente a los rendimientos financieros. La misma etimología de la palabra «riqueza» revela una noción más amplia de

«bienestar»: el bienestar físico, mental, psicológico, moral y espiritual de los demás.

El valor de la red UNIAPAC reside en esta capacidad única de movilizar a los dirigentes de empresa cristianos de todo el mundo en un esfuerzo común por la transformación de la empresa en una vocación noble y en el principal objetivo de esta vocación noble, que es la persona. El objetivo final de la gestión de empresas es beneficiar a las personas para que se desarrollen de forma que alcancen la felicidad. La finalidad de cualquier empresa es crear riqueza, pero sólo alcanza su objetivo final cuando esta riqueza se distribuye de forma que todos los involucrados reciban lo suficiente para tener una vida digna. Es muy importante empezar a hablar de un salario digno frente a la discusión del salario mínimo. Un salario digno significa garantizar a cada uno un salario que le permita cubrir sus necesidades, pagar la educación de sus hijos, pero sobre todo que le permita invertir en su desarrollo personal que le asegure su propio crecimiento hacia la felicidad. Por supuesto, esto sólo es posible si se vincula a la promoción de la productividad y mediante la distribución de los beneficios de este crecimiento de la productividad, a las personas que participan en su creación.

Otro aspecto es el cambio en las relaciones dentro de las empresas, promoviendo la creación de un espíritu de equipo frente al enfrentamiento de directivos, empresarios y trabajadores. Es muy importante implicar a las personas en los proyectos en los que trabajan. Hacerse  responsable de nuestra vida es participar en las decisiones que afectan a nuestras vidas. Eso les da más motivos para actuar y para hacerles responsables tanto del proyecto como de sus vidas. Una persona sólo puede llegar a ser completa cuando es responsable de decidir sobre la forma en la que quiere vivir.

Me gustaría cerrar mi presentación con algunas ideas y frases que son muy importantes para mí:

  • La primera frase del Papa Juan Pablo II fue «no tengan miedo».
  • El mejor consejero para sus decisiones es su verdadera conciencia.
  • La ética es la única garantía para un proyecto de vida a largo plazo.
  • Nunca vivan al margen de sus principios y valores.

Sobre el autor

Bruno Bobone

Presidente de UNIAPAC. Empresario portugués, presidente de Pinto Basto, una empresa familiar con 250 años de historia, del sector del transporte, la logística y el comercio como agencia marítima.

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