En las recientes elecciones la mayoría de la población votó por el candidato Javier Milei, nuevo presidente electo de la República Argentina. Según buena parte de la opinión mediática esto fue así “porque interpretó mejor el cambio”. Si bien el candidato es “nuevo,” en el sentido que no tiene ninguna experiencia pública, lo que propone, desde el punto de vista económico, no lo es. ¿En qué consiste ese plan y qué podemos esperar?
En principio, es, dada la elevada inflación actual, un plan de ajuste y estabilización, como proponían otros candidatos, pero con características en principio más radicales: “un cambio profundo” como expresó el expresidente Macri, su principal aliado. Los detalles de dicho plan van variando día a día, mientras se conforma (o se improvisa…) el equipo. Milei comenzó con una propuesta radical: “dolarización,” “cerrar el banco central,” y aplicar “motosierra” al gasto público porque “soy el primer presidente liberal-libertario del mundo”. Pero esta retórica ya se va diluyendo –afortunadamente. Sin embargo, esta política económica no es nueva, dado que, las estabilizaciones y ajustes fueron aplicados por Macri y Menem, en democracia, y por muchos gobiernos militares en el siglo pasado.
El esquema general de las estabilizaciones en Argentina, con variantes, ha sido el siguiente: restricción monetaria e intentos de reducción de gasto (a veces luego de una devaluación), apertura financiera y comercial, desregulación, y, en algunos casos, venta de activos públicos. ¿Qué suele suceder? Se tiende a reducir la inflación, entran capitales, se fortalece el peso, y hay una reactivación inicial. Luego, la apertura comercial, que afecta a las empresas, comenzando por las menos competitivas, y los despidos del estado, van alimentando el desempleo, bajas de salarios, y la situación monetaria y cambiaria genera un saldo negativo de cuenta corriente. Comienza, y luego se agudiza, el conflicto social y la necesidad de una devaluación. Los capitales financieros, que ingresaron al inicio, calculan cuanto tiempo tienen para escapar antes de la devaluación –que suele demorarse, y ser abrupta.
¿Por qué las estabilizaciones, con desregulación y apertura externa funcionaron en otros países latinoamericanos y en Argentina no? Porque, con la sola similitud de Brasil, la economía argentina durante el siglo XX desarrolló una industrialización importante (así como un sistema científico-tecnológico significativo), pero desvinculada de sus ventajas competitivas naturales (por circunstancias históricas y de sesgo político). Esto conformó dos sectores contrapuestos, en el pasado, agro versus industria, con necesidades de política económica a prima facie opuestas. La política llevó a una consecuente contraposición, el “doble empate hegemónico,” por la que cada coalición toma como enemigo político a la otra parte. Las dos buscan prevalecer intentando desplazar por completo a la otra parte. Pero el empate sigue, y conduce a un ciclo predecible, “el péndulo,” que desarticula por completo la coherencia de las políticas (macroeconómicas y otras) y las regulaciones, con consecuencias de inestabilidad muy agudas.
La erosión más reciente –por el péndulo y las aperturas abruptas– del aparato industrial, no ha mejorado la situación, sino que ha generado un amplio bolsón de pobreza e informalidad que no parece haber atenuado dicho comportamiento. Por otro lado, si se excluye a la industria y las pymes, el resto de los sectores muy difícilmente puedan absorber el desempleo y la informalidad, generando suficientes empleos genuinos, en el contexto de la polarización. El sector agropecuario y energético, competitivos, son intensivos en capital; el turismo, depende de un tipo de cambio volátil; y el tecnológico hoy más bien amenaza, a mediano plazo, con más desempleo.
¿Es posible salir? Si. ¿Cómo se sale? Dos caminos: uno es el intentado durante toda la segunda mitad del siglo XX, y hasta ahora –Milei es sólo un “nuevo” intento más, de una larga y monótona lista— por el que una coalición planea derrotar “definitivamente” a la otra (CFK cuando ganó las elecciones presidenciales en 2011 dijo: “¡ahora vamos por todo!”), pero ninguno lo ha logrado y sólo profundizan la polarización y el péndulo, por los que, como en el “eterno retorno,” vuelve el enemigo tan temido. El segundo camino, que se viene mencionando más seguido (generando alguna esperanza), pero se intentó poco y nadie completó con éxito, es tornar el defecto en virtud. Terminar con la pretensión de hegemonía, y buscar una unidad en la diversidad con el aporte de ambas coaliciones, comenzando por fortalecer la alternancia democrática (¡en una lógica cooperativa en vez de excluyente!) y el estado de derecho, junto con unas 4 o 5 políticas económicas fundamentales de consenso para lograr la estabilidad, y aprovechar (¡complementando!) la extraordinaria diversidad del país y de su gente. (Ejemplo, M. Resico, Aportes de la Economía Social de Mercado para la Argentina del siglo XXI: Desafíos actuales, KAS, Bs. As., 2019).
En definitiva, ¿cómo podemos evaluar las posibilidades de éxito del plan de Milei? Podrá ayudar algo la geopolítica (el presidente electo anunció viajará a Estados Unidos e Israel, y descarta relaciones políticas con China y Rusia); también Argentina es una fuente de recursos naturales que están en alta demanda; y finalmente, se verá qué se puede vender o concesionar de activos públicos. Estas razones hacen probable que, en un principio podrá haber algunas buenas noticias, sobre todo del campo financiero (algunas ya pueden verse hoy). Pero también, en algún momento, puede comenzar a actuar el mecanismo mencionado más arriba, y con ello, el cálculo de cuánto durará la bonanza especulativa.
Descartando en la práctica la posibilidad que el gobierno elegido haga un giro de 180 grados, y reelabore a fondo el mandato popular del “cambio,” buscando consensos mucho más amplios, la esperanza y responsabilidad visualizable hoy es que se pudiera reconstituir un centro político. Este, sin embargo, fue ciertamente vapuleado en las recientes elecciones, por el cambio de alianzas de Macri, y por el equívoco y frustrado “centrismo” del saliente presidente Alberto Fernández. Los líderes de su espacio político, a pesar del colapso del modelo kirchnerista de ampliación del gasto ineficiente e intervencionismo estatal, lograron –gracias a la polarización y a la imprudente división de la oposición– una defensiva, pero estratégica victoria electoral. Ganaron más de lo que podían esperar en autoridades territoriales, senadores y diputados, y ahora tienen enfrente al enemigo ideal, Javier Milei, para reeditar su –también– parcialmente errado relato.
Por eso pensamos que la reconstrucción de un centro propositivo sería indispensable para evitar un previsible nuevo momento de las políticas pendulares, que vienen erosionando a la sociedad argentina, comenzando por la política y continuando por la economía, desde hace mucho tiempo, y cada vez con mayor evidencia. Sería importante se reúna una nueva generación, con ideas, equipo y propuestas que pudieran lograr cierto consenso, tanto en la dirigencia (en un sentido amplio), como en la opinión pública. Eso sí sería un “cambio,” y, en este caso más verdadero, comparado con el aparente que está comenzando.
Felicitaciones Marcelo. Es relevante pensar las políticas para la construcción de un país integrado y abierto al desarrollo. A continuar en la elaboración de propuestas de gestión y de análisis de ideas que permitan el crecimiento, las oportunidades y la sustentabilidad en el mundo.
Muchas gracias!
Coincido con el análisis, además con que se debe impulsar un compromiso de una nueva generación dirigente, que sostenga los conceptos de un cambio profundo sin mirar hacia atrás. También la experiencia aportable de muchos que por ser correctos no se involucraron antes es necesaria, le daría mayor respaldo y trasparencia a una gestión, que con ideas nuevas y concretas impulsa reordenar seriamente la maraña del estado.