Todavía hay muchas personas escépticas o bien ajenas (voluntaria o involuntariamente) a la crítica situación ambiental que está padeciendo nuestra humanidad. Y aquí justamente aclaro, quien sufre el daño al ambiente, no es el planeta tierra sino el propio hombre.
Nuestro Planeta durante su larga historia de vida ha sufrido profundos cambios no sólo en su morfología, sino en sus procesos dinámicos. ¿Qué quiero decir con esto? Que si afectamos las condiciones naturales actuales del planeta, el planeta en sí va seguir existiendo, con parte de sus variables modificadas, pero sin cambios sustanciales, salvo para su habitante más potente: El Hombre.
El planeta no va a implosionar por el cambio climático, la aceleración en el consumo de recursos naturales, o la afectación del agua y el oxígeno. Sino que quien va a ver prácticamente aniquilado su medio de sustento, seremos nosotros, los seres humanos.
Por esto es importante cambiar el foco, la perspectiva y darnos cuenta que no siempre lo urgente es lo importante, pero que generalmente lo importante nos pasa por frente de nuestras narices y cuando nos damos cuenta ya es demasiado tarde.
Hasta antes de la revolución industrial, el hombre peleaba contra el planeta. Hoy pelea contra el propio hombre.
Duda y compromiso
En infinidad de situaciones, discursos, planteos teóricos, planificaciones estatales y planes de negocio, advertimos como denominador común el anhelo o meta de lograr un incremento en el crecimiento económico respecto al período que precede.
Surge entonces una duda crucial, que diversas mentes brillantes de la Humanidad han planteado a través de nuestra historia reciente y no tan reciente: ¿Es posible un crecimiento ilimitado considerando que nos encontramos en un mundo esencialmente finito?
Estos cuestionamientos “malthusianos” cobran especial relevancia en nuestros días donde la sustentabilidad, más que como una herramienta de la producción, busca un lugar predominante como filosofía de vida para las generaciones presentes y futuras.
Ahora bien, se trabaja arduo en la implementación de variados aspectos del desarrollo sostenible en las empresas.
Pero, ¿se educa realmente al consumidor sobre estos principios? La forma en que consumimos -por lo menos hasta hoy- indica que esa pauta de «crecimiento ilimitado» sigue sin ser revisada de manera sincera por nuestra sociedad.
La «ideología» de consumo es entonces uno de los obstáculos más relevantes que seguramente encontrará (y ya encuentra) la sustentabilidad en estos tiempos. Un debate honesto sobre este punto resulta vital para poder alcanzar un verdadero desarrollo perdurable e inclusivo.
Con este planteo no buscamos un retroceso económico social a instancias pre industriales, sino que estimulamos un análisis crítico de nuestra situación actual y lograr un economía, tal vez más verde y circular, que busque para la humanidad la felicidad y las experiencias personales por sobre la acumulación descontrolada.