Si bien aún impera un viejo comando de control, de estilos de liderazgos inflexibles, los mismos están perdiendo vigencia a pasos agigantados. Esto se manifiesta en encuestas de bajos niveles de satisfacción, magros resultados en los negocios y desempeños tibios en las organizaciones.
Es la consecuencia de una carencia de liderazgos auténticos y bien intencionados. Los desafíos que se presentan en los ambientes de los trabajos, en la economía, los negocios y las comunidades, exigen un cambio en la manera de liderar. Surge la necesidad de contar con líderes que ejerzan un nuevo modelo de gestión.
Comienza a reclamarse un estilo de liderazgo basado en valores y en principios. Un estilo de liderazgo que ya no promueve el Control de las personas, sino que empodera a las mismas en su Misión.
En esta línea, cada vez son más y más las organizaciones preocupadas y enfocadas en promover el desarrollo de habilidades de liderazgo en sus empleados y colaboradores. Sobre todo en aquellos que tienen equipos a su cargo. Destinan una alta cuota de energía, tiempo y dinero en este aspecto para hacerle frente a los desafíos actuales.
Esto se refleja en que cada vez son más y más las ofertas de capacitación brindadas por diferentes instituciones sobre la materia, en niveles y formatos de lo más diverso. A todas luces, existe una evidente necesidad en promover habilidades de liderazgo en las personas de manera más consciente.
Lo interesante es que todos parecieran transmitir que es un trabajo que puede llevarse a cabo de manera acelerada y viniendo desde el exterior. Como si bastara con aprender ciertas pautas y si la persona pone en práctica lo aprendido, el líder aparecerá mágicamente.
Esto está en línea con “la época de la inmediatez” que nos toca vivir; en la cual nos estamos acostumbrando a vivir a una velocidad vertiginosa, principalmente producto de la influencia de la tecnología y la aceleración en las comunicaciones en todos los ámbitos de nuestra vida. En definitiva, hoy en día, vivimos a las corridas.
Y en ese vivir a las corridas, pretendemos que ciertos procesos que debieran llevar tiempo –quizás años– en su maduración y concreción, hoy en día anhelamos que sucedan también en tiempos muy acotados. Con un altísimo costo tanto en la calidad de dicho proceso, en la salud de las personas involucradas y hasta en el grado de goce y disfrute por parte de quien participa en los mismos, en detrimento de la calidad del aprendizaje a adquirir.
¿Qué implica ser un líder auténtico?
La Real Academia Española define “Líder” como la persona que dirige o conduce un partido político, un grupo social u otra colectividad; proviene del inglés ‘leader’, que significa guía. A su vez, define “Liderar” como la acción de dirigir o estar a la cabeza de un grupo, de un partido político, de una competición, etc.
A mi entender, dichas definiciones implican un alto sentido de responsabilidad de parte del líder, para con el grupo a ser liderado. Con lo que se requiere de una gran preparación para llevar a cabo dicha función de manera idónea en pos del bien común de dicho grupo y sus entornos. Aunque en el día a día veamos cantidad de ejemplos de líderes que les importa poco y nada el bien común del grupo de personas que lidera, ejerciendo su posición de líder en pos de su propio beneficio y como un caprichoso alimento para su ego.
El líder genuino es el resultado de años de desarrollo personal que se va dando de manera gradual, que requiere de un enfoque natural, disfrutando día a día de la transformación de su propio ser, en ese en quien quiere realmente convertirse. El hecho de romper con el pasado, reconocer ciertos aspectos de sí mismo que no agregan valor, que simplemente no le hacen bien ni a sí mismo ni a sus entornos, requiere de la convicción de querer superar viejos hábitos, cambiar los propios paradigmas y alcanzar un grado superior de grandeza y eficacia interpersonal. Es un proceso de aprendizaje que una vez que se comienza, no terminará nunca, promoviendo en la persona su permanente evolución. Para que eso pase se requiere de una alta cuota de esfuerzo, compromiso y paciencia, dado que lleva tiempo.
Las transformaciones más importantes, constituyen rupturas con las viejas formas de pensar, con los viejos modelos y paradigmas. Cuando la persona toma consciencia que quiere transformarse en una mejor versión de sí mismo como líder, se sumerge en un paradigma de transformación, que le requiere una nueva forma de pensar. Una nueva forma de pararse frente a la vida.
Esa transformación se pone en práctica desde adentro hacia afuera en diversos niveles. En primer lugar en cuanto a lo personal, a la relación con uno mismo y su grado de confianza para con sí mismo. Allí radica en gran parte la confianza que tendrá en los demás y el crédito que se dará en su capacidad de establecer vínculos basados en la confianza. En segundo lugar en el plano interpersonal que tiene que ver con la relaciones e interacciones de uno con los demás. En el plano gerencial, abarcando la responsabilidad de uno en hacer que otros lleven a cabo determinada tareas. Por último, en el plano organizacional, abarcando la necesidad de organizar a las personas, agruparlas, capacitarlas, compensarlas, construir equipos, resolver problemas, crear estructuras, estrategias y sistemas acordes a los mismos.
Valorarse a sí mismo, y al mismo tiempo, subordinarse a principios y fines superiores, como es el liderazgo de un grupo de personas que confían en esa persona, constituye la esencia más elevada de la condición humana. Brindándose a los demás en pos del bien común.
Dichos líderes, basados en principios, tienen una serie de rasgos que los caracterizan. Son personas con un hambre por aprender y evolucionar constantemente; lo cual implica un profundo sentido de humildad al reconocer que aún tiene mucho por aprender. Tienen una vida balanceada, disfrutando tanto de sus entornos familiares, sociales, laborales, etc. de manera plena. Promueven la autorrenovación en las cuatro dimensiones de la calidad humana: física, mental, emocional y espiritual. Tienen una gran vocación por servir y una plena consciencia que brindándose a los demás se enriquecen y lo disfrutan. Crean constantemente sinergias con la premisa que el todo es superior a la suma de las partes. Tienen un gran sentido del humor, haciendo uso de la capacidad de reírse de sí mismos y con los demás –jamás a costa de los demás–. Son asombrosamente positivos, aportan novedad y creatividad a sus equipos y entornos donde se relacionan. Ven la vida como una gran aventura, disfrutando cada día como una gran sorpresa. Irradian energía positiva; son personas colmadas de alegría, entusiastas, esperanzados, felices. Creen en los demás principalmente porque primero han creído en sí mismos, habiendo adquirido un sano concepto y una visión sincera de sí mismos y de los demás. Son permeables al aprendizaje que podrían adquirir de los demás, están abiertos a experimentar y asumir que nada será perfecto pero confiados en que avanzarán en torno a los objetivos pautados. Creen en las capacidades de los demás y valoran sus talentos y fortalezas. Son extremadamente agradecidos, reconociendo y valorando lo que reciben, promoviendo el sentimiento y la emoción que engrandece a quien agradece y reconforta a quien se es agradecido.
Un aprendizaje enriquecedor que lleva su tiempo
Todo esto implica un exhaustivo trabajo de auto-conocimiento e introspección que lleva su tiempo. Centrados en su Ser han logrado descubrir quiénes son, cómo se relacionan en sus diferentes entornos, cómo son con las personas con las que se rodean, como son negociando, en las organizaciones o incluso en la política. El resultado son grandes líderes que logran empoderar a su gente para que alcancen su mayor rendimiento, su verdadero potencial.
Aquellos que han logrado instalarse como líderes que realmente motivan e inspiran, son personas que a todas luces emanan un espíritu de cooperación y compasión, con un profundo y sentido amor. Líderes que logran llegar al corazón y mentes de sus seguidores. Este tipo de liderazgo promueve mayor compromiso, creatividad, desempeño y cambios positivos en las personas. Son más creíbles, honestos y bien intencionados.
Tal como predicaba San Agustín –Obispo de Hipona (354 y 430 dc)–, cuando sostenía que la verdad no había de buscarse en el mundo exterior por medio de los sentidos. Sino reflexionando, volviendo la mirada hacia el interior de uno mismo: “No vayas fuera. Vuélvete hacia dentro de ti mismo. La verdad habita en el hombre interior.”
Hacer honor a dicha enseñanza, resulta fundamental para el desarrollo de líderes que estén a la altura de los requerimientos actuales de las organizaciones; siendo capaces de liderar con éxito, de manera efectiva y sostenible en el tiempo; ejerciendo un nuevo modelo de gestión, más rico y fructífero, en primer lugar para uno mismo y, como consecuencia, para los demás.
Así desarrollará las habilidades para comprender la naturaleza humana y convertirse en un líder auténtico, alcanzando su mejor versión, empoderando a los demás.
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