«El más largo aprendizaje de todas las artes es aprender a ver»
Jules Gouncourt
Comienzo por resumir la historia de Edipo, rey de Tebas. Él intenta por todos los medios encontrar la solución al problema que se cierne sobre Tebas. Su ciudad esta atacada de una maldición. Junto a Tiresias, el ciego adivino, busca saber la verdad de por qué los habitantes de la ciudad son víctimas de tal designio divino. Se dirige al Oráculo de Delfos. Los inquirentes hacen la pregunta. El oráculo responde. Su respuesta es oscura y enigmática. Sin embargo, invita al rey a investigar. Poco a poco va amalgamando el rompe cabezas. Hasta que la figura queda completa. El responsable, el culpable de la desgracia tebana es el mismísimo rey Edipo. Enfrentado a la cruda realidad el rey toma sus manos y en un acto de terrible horror se arranca los ojos y sale corriendo.
La tragedia griega no es más que la propia tragedia humana contada en historia. Cada hombre y cada mujer, se enfrenta alguna vez a ser Edipo. Somos Edipo cuando buscamos comprender qué nos pasa y pareciera que nuestras desgracias son un enigma a ser descubierto. Somos Edipo cuando somos ignorantes de nuestras propias vicisitudes. Cuando no somos capaces de discernir qué nos pasa y el por qué de nuestras inconformidades.
¿Cuántas veces nos encontramos en la difícil situación de intentar comprender el acontecer de nuestra vida sin darnos cuenta que somos creadores y responsables de todo lo bueno y lo no tan bueno que vivimos? Lo que acontece en nuestra vida de alguna forma nos pertenece. Y más de una vez debemos pensarnos como quien se piensa delante de un oráculo intentando resolver un terrible y oscuro designio.
Nuestra vida muchas veces se cierne sobre nosotros de forma oracular y enigmática, nos llena de interrogantes, nos abraza con preguntas para las cuales pocas veces tenemos respuestas. Intentamos encontrar satisfacción a esos interrogantes fuera de nosotros, queremos que otros nos respondan que nos pasa, cuando en realidad al igual que el oráculo de Delfos la respuesta está en nosotros mismos, en nuestras maneras de vivir, en los actos que conscientes o inconscientemente hemos cometido.
Llegamos a la vida que tenemos por la inalienable prescripción de nuestros actos. Vivimos como vivimos al ser presa y víctimas de nuestras maneras habituales de proceder.
Al igual que Edipo cada uno de nosotros debemos enfrentarnos a nuestros propios horrores y errores, y elegir, si seguir mirando o arrancarnos los ojos y salir corriendo. Seguir mirando requiere un acto de valor, enfrentarnos a lo que nos devuelve el espejo brillante de nuestra consciencia, que nos responde con designio casi oracular, a la pregunta sobre quienes somos.
El mayor acto de liderazgo es lidararnos primero a nosotros mismos. Liderarnos hacia donde creemos que debemos ir, ser coherentes con nosotros mismos, y enfrentarnos a lo horroroso y terrible para apropiarnos de ello, enfrentarlo, domarlo.
No hay ningún liderazgo en dar vuelta la cara y hacer como si nada pasa. No hay liderazgo alguno en arrancarnos los ojos y llorar sangre mientras salimos corriendo y nos exiliamos.
El coaching es el arte de aprender a mostrar. Al igual que Tiresías, el ciego sabio del relato, el coach hace las preguntas apropiadas para que otros puedan ver lo que nadie más ve.
El liderazgo reside en el acto valeroso de quien mira con entereza aquello que preferiría no ver y resiste la tentación de dar vuelta la cara y huir, arrostra y arrastra su destino, enfrenta la vida que le toca, y ataca su existencia en el temor y el temblor de quienes con liderazgo enfrentan el deceso de una parte de sí para ver renacer en sí mismos un nuevo ser, más fuerte, más firme, más integro.