La ilustración de esta nota, corresponde a un médico veneciano con barbijo por la Peste Negra que provocó 25 millones de muertos en toda Europa entre 1347 y 1353. Por otro lado, el título da que pensar que, en nuestro país, sucederá la eclosión de un inevitable cambio, independiente de nuestra voluntad. Sin embargo, no es así. Todo lo contrario.
La transformación de la vida socio-económica después del coronavirus, no será instantánea ni imprevista, como el granizo caído del cielo. Dependerá de la suma de decisiones, razonables o irreflexivas, que nosotros mismos adoptemos influenciados por las experiencias vividas en la pandemia.
Por ello debiéramos preguntarnos muy seriamente: ¿después de la peste, queremos construir un país diferente y mejor o seguir con el mismo país? Si nosotros no cambiamos, la sociedad será la misma después que antes. Pero si asumimos la ansiedad, el dolor, la nostalgia y la angustia capitalizando la epidemia que estamos sufriendo, podremos sí edificar un mundo mejor.
Rumbo y sesgo
Detrás de esta contagiosa y grave enfermedad viral, que produce tantas muertes, se esconde un enigma que algunos intentan descifrar.
Primero, los epidemiólogos e infectólogos que acumulan miles de datos y experiencias para que los investigadores científicos en microbiología, bioquímica o biología celular y molecular, encuentren la sustancia orgánica o el virus atenuado que, aplicado a nuestro organismo, le haga reaccionar y nos preserve de futuras epidemias.
Segundo, los estrategas y geopolíticos que examinan minuciosamente los acontecimientos sucedidos para desentrañar la responsabilidad de algunos dirigentes de potencias mundiales, presuntamente involucrados en la creación o difusión mundial de un virus de laboratorio originado en los murciélagos.
Luego, los líderes religiosos que nos recuerdan la extrema fragilidad del ser humano el cual, creyéndose todopoderoso, ha desatado la furia de la naturaleza al desafiar las leyes divinas y violar las normas morales hechas precisamente para preservar la vida y asegurar la sobrevivencia del género humano.
También están los políticos sin escrúpulos ni vergüenza, que siempre encuentran la oportunidad para limitar nuestras libertades individuales pretextando protegernos, pero aumentado el poder del Gobierno para someternos a sus antojos.
Por último, encontramos a los devotos economistas keynesianos, aliados con los residuos del socialismo marxista, que intentan llevan agua para su molino y exigen la nacionalización de grandes empresas, bancos, puertos, servicios públicos y comercio exterior y, además, proponen que las pequeñas y medianas empresas carguen con la presión fiscal para sostener al Gobierno. Cada uno, encerrado en su mundo, pretende y desea cambios a su antojo para después que pase la peste.
Masificación
Antes de la pandemia, los argentinos estuvimos inmersos en dos fatales procesos sociales: la masificación y la disolución de la familia. Ahora nos damos cuenta de sus efectos por la decadencia económico-social que nos persigue como la sombra cuando caminamos mirando al sol. Veamos el desarrollo de la masificación y luego la disolución de la familia.
En los últimos tiempos, la sociedad argentina fue avanzando hacia una civilización de masas, confundiendo la muchedumbre con el pueblo. Pueblo es el conjunto de personas con un mismo origen y que comparten una misma cultura. La masa es una multitud de calaña confusa, revoltosa y desordenada.
Cuando los gobiernos alientan el predominio de las masas sobre el pueblo, las estructuras sociales pierden la articulación individual entre las personas y familias. Ese sutil enlace social es pulverizado, disgregado y disuelto siendo reemplazado por la masificación en la cual los individuos se convierten en simples números de un registro burocrático. Así, de gobiernos populistas, nace la muchedumbre o turbamulta y así, fenece la noción y realidad del pueblo.
Al masificarnos, los gobiernos nos tratan como granos de arena, apiñados en masas amontonadas en grandes ciudades: los Sindicatos, el PAMI, la ANSES, las obras sociales, las AUH, la AFIP, las ART, la Aduana, los partidos políticos, los planes sociales, el Plan Alimentario, las pensiones sospechosas, etc.
De este modo nos convierten en números y usuarios. Dejamos de ser personas individuales. Perdemos la identidad natural y la reemplazan por la falsa identidad de género. Nos quitan la libertad de elegir imponiendo sistemas obligatorios. Impiden la posibilidad de cobrar y pagar en moneda estable. Nos arrebatan los ahorros para la vejez reemplazándolos por migajas jubilatorias. Esto es la masificación.
Ahora se nos afilia obligatoriamente y nos destinan adonde ellos quieren. Los recursos del patrimonio familiar son confiscados compulsivamente por 163 impuestos y cargas sociales que van a parar al Estado y sus compinches para repartirlo con grupos corporativos paraestatales, sin que podamos resistir esta expoliación fiscal.
Si nos negamos a integrar ese arreo masivo y no nos afiliamos donde pretenden, dejamos de ser personas. El Estado nos transforma en marginales, clandestinos, trabajadores en negro o no registrados. Somos sospechados de rehuirlo y por eso nos quitan la “asistencia social y sanitaria”. Practican la solidaridad con sus esclavos nunca con los hombres libres. A esto llaman “la Justicia Social” y la “opción solidaria por los pobres y necesitados”.
La familia
La familia es otro frente arrasado sin piedad. Esa institución está basada en el matrimonio estable; es la base original y eterna de toda sociedad humana, su célula fundamental. Pero ha sido devastada y desmenuzada en grupos ensamblados o empalmados. La legislación ha creado un sustituto de la familia: el conglomerado unisex de adultos con niños, asociados o enfrentados, rejuntados o desmembrados.
La dispersión ha llegado al límite tolerable con la legislación de género y el cambio de la función de “papá y mamá” por el rol de “progenitor uno y progenitor dos”. El enclaustramiento del coronavirus ha puesto en evidencia estas anómalas situaciones, confirmado rotundamente que la más excelente e insustituible asociación de protección y contención social ha sido, es y será la familia, no el Estado, ni el sindicato, ni la sociedad prepaga, ni el amontonamiento promiscuo que termina, muchas veces, en violentos dramas pasionales.
Con la descomposición de la familia estable, los gobiernos han dado paso a la masificación social ya que muchas personas comenzaron a convertirse en nómades errantes, desprendidos de los vínculos familiares y de la ligazón con la profesión, el vecindario y la naturaleza.
Hace años venimos padeciendo este déficit social por la pérdida de nuestro origen, de nuestra estirpe, del olvido de antepasados muertos y el abandono de nuestra posterioridad. Quienes no vuelven la vista hacia sus padres y abuelos se extravían y dejan de tener sentimientos para sus descendientes.
La pre-pandemia
Este era nuestro mundo antes de la pandemia Covid-19: masificación y disolución de la familia. Ahora se nos quiere hacer creer que la solución vendrá por darle más poderes al Estado para que los políticos hagan un país distinto. Pero esto no sólo es una quimera o ilusión, sino una auténtica tragedia con infortunados desenlaces. El Estado en manos de políticos “que viven de la política” como profesión rentable, ha sido el causante de esta descomposición social.
Con la economía intervenida , con la adulteración del valor del dinero, con la constante modificación de normas legales, con la desaprensión por las reglas sensatas y tradicionales, con la pretensión de controlar lo que ignoran, con la obsesión de multiplicar trámites inútiles, con el reemplazo de funcionarios capaces por incompetentes militantes, con dirigentes que no descartan la oportunidad para quedarse con el dinero público, con la reedición de choriceos y compras con sobreprecios, hace 37 años que con todo esto, el Estado argentino en manos desaprensivas, nos ha condenado a una insoportable decadencia. Ahora debemos desprendernos de este lastre.
La post-pandemia
Tenemos que comprender que la libertad económica ordenada es la forma esencial de la libertad personal y el principio básico de un orden social opuesto a la tiranía o dictadura de cualquier grupo oligárquico concentrado, político o sindical.
El camino para construir un mundo distinto del que hemos vivido antes de la pandemia, requerirá combatir desde sus raíces los males del colectivismo masificante y del monopolio del Gobierno o de grupos económicos privados.
Vamos a necesitar cambios fundamentales mediante la administración descentralizada de todos los organismos sociales: escuelas, hospitales, cajas jubilatorias, seguros de salud, sistemas de pensiones y servicios públicos. La adscripción a cada uno de ellos deberá hacerse por libre elección y financiamiento voluntario, no por presión de caciques gremiales ni exigencias de políticos.
Para el futuro después de la peste, también vamos a requerir buenas leyes encaminadas a impedir que grupos avispados se cuelen del Estado y lo utilicen para obligarnos a pagar contribuciones forzosas.
Otra exigencia es que haya una estrecha vigilancia para garantizar el juego limpio; la creación de nuevas formas industriales no proletarizadas; el auspicio fiscal de sociedades de personas; la corrección de toda burocratización manifestada en regulaciones absurdas o innecesarias; la simplificación de trámites e instructivos para liquidación de impuestos; el respeto irrestricto de la propiedad privada empezando por las cuentas bancarias, siguiendo por la casa propia y continuando con los ahorros para asegurar la vejez y la formación de los hijos.
Además, la defensa de artesanías y pequeñas o medianas empresas organizadas con alta inversión de capital por operario ocupado y exigentes estándares técnicos para industrias, comercios y servicios. Será fundamental la defensa irrestricta de la estabilidad monetaria, la renuncia del gobierno a manipular la moneda o el crédito como forma de hacer política; la desproletarización de los trabajadores reduciendo o anulando gran parte de los impuestos directos y contribuciones indirectas que expolian sus salarios.
La presión fiscal debe ser urgentemente limitada a un porcentaje claro y preciso sobre los ingresos líquidos realizados por cada persona, brindando garantías de amparos judiciales sumarios cuando ese límite sea violado.
Necesitaremos que la política de seguridad y la política económica se mantengan estables y confiables; que no estén sujetas a bandazos ideológicos o antojos partidarios para beneficiar a algunos arrebatando a otros la renta legítima de su trabajo.
El nuevo Estado que surja después de la pandemia debe renunciar a la pretensión de dominio o intervención en la actividad económica, porque ella es originaria de las personas y es el campo primigenio de la acción humana, ¡NO una función política!
Futurable (o futuro deseable)
Por último y no por ello menos importante, será la derogación del nefasto sistema monopólico para la elección de gobernantes y legisladores establecido en el pacto de Olivos entre el partido gobernante y la principal oposición. Por ese pacto, acordado en solitario, sólo los partidos políticos pueden presentar candidatos a cargos electorales en sórdidas listas sábanas unificando jurisdicciones.
Detrás de un apellido más o menos pasable se cuelan multitud de militantes o pandilleros que sólo aspiran llegar al cargo público para “vivir de los demás” y “rapiñar dinero” en licitaciones, compras del Estado, obras públicas o choriceos con empresarios amigos.
Este fatídico monopolio político puede ser desarticulado fácilmente si se autorizan a las sociedades civiles sin fines de lucro con más de 20 o 25 años de funcionamiento continuado, la presentación de candidatos a presidente, vicepresidente, diputados, senadores, concejales, gobernadores e intendentes.
Entonces cada uno de nosotros, en lugar de optar por listas sábanas formadas con aventureros, oportunistas y vividores, podremos decidir el voto por personas honorables, dignas y compasivas que han demostrado una trayectoria de muchos años al servicio del prójimo y no precisamente para su desplume o engaño.
Debiéramos poder votar a miembros de la Academia Nacional de Ciencias morales, a integrantes de Cáritas, de la Cruz Roja, de la Fundación Red Solidaria, de la Asociación Mutual judía, de la Asociación Unión Islámica, de Mutuales Evangélicas, del Comedor Social los Piletones, de la Cooperativa la Juanita, de la Academia Nacional de Medicina, de los Ateneos académicos, de las Agrupaciones corales y musicales, etc. Porque éstas son las instituciones fundamentales de la sociedad y la verdadera base moral de la democracia. En cambio, los partidos políticos se han convertido en tugurios o refugios de gente de mala calaña como lo prueban los “suspendidos juicios de corrupción” por cohecho, la ruta del dinero, fraudes en la administración pública y enriquecimiento o asociación ilícita de funcionarios.
Poder elegir entre los mejores en cada circunscripción electoral, en lugar de obligarnos a votar por los peores en listas sábanas, sería el auténtico y verdadero cambio que pudiera dar a luz un nuevo país con la esperanza de buenos gobiernos.
El distanciamiento
El distanciamiento individual o social, va a producir una serie de grandes cambios como la desaparición de bloqueos y actos masivos en festivales que acumulan multitudes para moverse al compás de músicas estruendosas, estimulados por drogas de síntesis.
También veremos la gradual desaparición de grandes superficies comerciales que excluyan la posibilidad de competencia con pequeños o medianos proveedores y que impongan sus marcas o productos decididos por estrategia de marketing.
Quizás los supermercados deban convertirse en una especie de Plaza de Mercado donde el grupo organizador tenga que compartir espacios con pequeños y medianos comerciantes que expongan sus productos manufacturados en competencia con los del gran ofertante.
Podríamos revivir un nuevo Renacimiento como el que sucedió con toda nitidez en el transcurso de los siglos XIV a XVII y que nos dejó imperecederas obras de arte y arquitectura en ciudades maravillosas como Florencia, Praga, Dresde, Kyoto, San Petersburgo, Bergen, Pisa, Colonia, Estambul, Brujas, Venecia y demás ciudades que hoy nos siguen deslumbrando.
Quizá en este nuevo mundo dejemos de viajar multitudinariamente, sin ton ni son, en gigantescos cruceros, sólo para satisfacer la ansiedad de ver cosas nuevas y volvamos a valorizar nuestro entorno y la proximidad en lugar de la lejanía.
Pero esto no se producirá automáticamente y en forma inesperada. Dependerá de nuestro coraje y decisión para tomar las medidas correctas a partir de ahora, del deseo profundo por mejorar, de las ganas de respetar y ayudar al prójimo, de la fuerza y el empeño que pongamos en obligar a los gobernantes a obrar de buena fe, con buena voluntad y sabiduría. El éxito será el resultado de que así lo hemos entendido.