La pandemia, estilo argentino
Extracto del artículo publicado en El Hilo, publicación de la Escuela de Posgrado en Comunicación de la Universidad Austral*
Por primera vez el planeta está en la misma página. Estamos todos viendo la misma película y escuchando la misma melodía. Sin embargo, no estamos observando la misma escena o vibrando con la misma nota. Este fenómeno se llama percepción. Argentina puede percibirse lejana y “en el fin del mundo”. O podría estar arriba de todo el hemisferio norte si, hace años, las convenciones de la cartografía hubieran sido otras.
Percepciones y perspectivas. Y es desde aquí desde donde nos contamos a nosotros mismo la historia, escuchamos las historias ajenas y creamos nuestro propio storytelling. Es sobre las percepciones desde donde tomamos decisiones. Decisiones que, luego, se traducen en comportamientos, acciones y reacciones.
Las percepciones y las perspectivas producen significados y cobran sentido en millones de tonos.
¿Qué está en juego, desde una perspectiva argentina, durante la pandemia? ¿Qué tenemos aún por aprender de nuestra propia incertidumbre, pérdidas, prioridades y oportunidades mientras surfeamos el confinamiento más largo del mundo?
Todo el mundo habla de cambio. Change Management. Transformación digital… Y, de repente, todo fue demasiado lejos. O no fue a ningún lado. En cualquier caso, en un punto inimaginable. Casi de ciencia ficción.
Estamos viviendo lo que nuestros abuelos contaban de sus propias historias o de las de los abuelos de sus abuelos… Miedo a salir de casa. Miedo al enemigo. Miedo al contagio de lo que pueda estar flotando en el aire.
¿Puede una pandemia, esa palabra que hasta hace poco era tan vintage, convivir con la Internet de las Cosas, con la cyberseguridad o los drones? Esto nos hace (sentir) vulnerables. Como mínimo.
¿Qué nos queda, en nuestra propia fragilidad, vulnerabilidad, falta de libertad en tantos sentidos? De esto se trata lo que viene.
Aquí pesan las creencias sobre los aspectos clave de la cultura y el carácter argentinos. Cómo nos vemos a nosotros mismos. Cómo contamos y nos contamos qué somos. Cómo nos ven afuera. Y cómo nos contamos y les contamos que nos ven. Estos aspectos son la resiliencia, el emprendedorismo y la melancolía.
Este año había comenzado a dictar una nueva materia en la Universidad, en la que solo había conocido a mis alumnos durante dos días; estaba haciendo “home office” y, todavía más desafiante, “home schooling” con mis tres hijos. Mi marido acababa de perder su trabajo; no tenía ayuda extra en casa y, como si lo anterior no alcanzara, me mareaba entre el lavado de las compras, las cuatro comidas diarias, los zooms con maquillaje, collar y pijamas y una larga lista de etcéteras que no sospechaba, hasta ese momento, que pudieran existir en mi vida.
Resiliencia
Como argentinos nos decimos que tenemos crisis cíclicas cada 10 años. Que esas crisis, si se superan, nos fortalecen y nos hacen resilientes. Muchos tomamos esa apreciación como una creencia que es facilitadora. Creemos que nos reconocen, afuera, por trabajar y estudiar duro.
Emprendedorismo
Con esto de la crisis y la adaptación, y a través de la creatividad, tenemos como pueblo un rasgo emprendedor muy potente. Una forma muy valiente de encontrar o regenerar recursos. Sea mito urbano o no, se comenta que luego de la crisis de 2001 inventamos al paseador de perros y al marido a domicilio (para hacer reparaciones, se entiende).
Y melancolía
Tango de adioses y rock nacional para salir de ella. Inmigrantes que trajeron su morriña: canciones, comidas, religión y vestidos… Sin el asado o la pasta del domingo, muchos argentinos no aguantan vivir –vivir mejor– en el exterior y vuelven, besando el suelo en Ezeiza. Lo he visto.
Al empezar a profundizar en estos temas me surgió el hallazgo #1: la relación entre estos tres factores. Al punto de comprender enseguida que no podría explicar ninguno sin los otros dos. Y ahí sucedió el hallazgo #2: que esos tres puntos no son argentinos sino universales. Y no solo en relación con el lugar sino y, quizás sobre todo, con la historia de la humanidad.
Es en lo más profundo, en lo más oscuro de la caverna -de la cual en esta pandemia hemos escuchado de su síndrome y revisado si, acaso, lo padecíamos- es en donde nos enfrentamos con nuestras mayores posibilidades. (…)
Entonces, ¿de qué va la historia? ¿De melancolía… o de heroísmo?
El patrón que se repite es la “supervivencia”. En el sentido de que se relaciona con algo superior a la vivencia. Con algo que, de alguna manera y en ese recorrido, es más o mejor que antes.
La “super vivencia” es el fortalecimiento que, a partir del dolor, o a través de él, se transforma en resiliencia. Como lo propone Boris Cyrulnik, resiliencia es la ganancia que queda del dolor. Y el saldo a favor de la caja puede ser reinvertido en otras tantas oportunidades.
Por ejemplo, luego de la peste negra en la Edad Media se abrió paso otro tipo de arte, a partir de que la gente se había quedado en su hogar. Entonces, a la hegemonía del arte religioso se le sumaron escenas de paisajes, de naturaleza, de familias… de la vida cotidiana que, a partir de las vivencias, también inspiraba.
¿Qué pasará con nuestras rutinas actuales? En donde, en muchas de ellas, hemos encontrado más sentido que en la vida de antes. Ahora sé, porque lo viví con ellos, cómo el resto de mi familia entiende, estudia, trabaja. Antes, cómo reacciona cada uno cuando no entiende algo a primeras. O su timming para el aprendizaje. Sé que un plato sabroso lleva la misma cantidad de tiempo en prepararse que el que se invierte en llamar al delivery. Y que una caminata de 20 minutos a las 2 de la tarde puede ser la gloria. Extrañé, revisé y volví a reivindicar, por debilidad o necesidad, el hecho de que uno no logre limpiar a fondo y de manera sostenida su propia casa. Y descubrí que tantas reuniones eficientes o encuentros entrañables pueden hacerse a través de la pantalla. Cuando, con mis amigas de toda la vida, quizás pasábamos más de un mes sin vernos, nos organizamos un curso para el estudio del eneagrama durante los domingos de un mes, a las 10 de la mañana. Y, sí, madrugamos. Y no pasó nada. La última vez que nos habíamos conocido tanto había sido hace más de 4 años, en un viaje. Y ya habíamos cambiado un montón desde entonces. Y, ahora, aún más.
Entonces, si encontré que al otro lado de la melancolía estaba la resiliencia… ¿Qué hay detrás de la resiliencia? ¿Qué le agrega al sistema cuando se activa?
El resultado es el cambio. ¿Como el que nos sorprendió al principio? No. Es el cambio en una suerte de evolución. El resultado de la resiliencia solo puede entenderse en la acción. La resiliencia en acción es de lo que se habla cuando se habla de “emprender”. El emprendedorismo, así, es el resultado de la resiliencia transformada en un comportamiento. Y esto es tanto una actitud como un nuevo evento activador, la A de Ellis. Que luego producirá otras emociones. Muy probablemente, relacionadas con el bienestar.
Emprendedorismo, que hace comenzar otro viaje del héroe. Una nueva historia. La historia actual con todo lo que implica. Incluyendo el hecho de que elegimos y cambiamos nuestras percepciones. Y, entonces, la historia también.
Historias en donde la falta de libertad no es la clave del guion. Sino la oportunidad de reconfiguración en nuevos matices de posibilidades.
La vida, incluso bajo diferentes circunstancias, incluso en pandemia, no solo es el resultado sino también, y, sobre todo, la perspectiva de la historia que nos contamos a nosotros mismos.