Nuestras vidas
El encierro en nuestros hogares, como único remedio para impedir el contagio del virus, nos provoca sensaciones que pocas veces hemos experimentado en nuestras vidas. La primera de ellas, el encuentro con uno mismo. La segunda, el impulso a meditar sobre cuestiones que estuvimos acallando por mucho tiempo. No nos dimos cuenta de que estábamos sumergidos en frivolidades. Nos entretuvimos con la agitación intrascendente de lo fatuo. Nos ensordecimos con ritmos estrepitosos sin melodías. Nos sometimos a los caprichos de la moda. Nos empecinamos en viajar, viajar y viajar para evadirnos de nosotros mismos.
Ahora, la reclusión en casa nos muestra una faceta desconocida. La de que haber vivido apabullados por cuestiones que carecen de importancia. De a poco vamos tomando conciencia del tiempo perdido y eso nos provoca ansiedad y pesadumbre.
Según José Eduardo Abadi, prestigioso médico psiquiatra, a medida que se alarga el encierro esa angustia interior comienza a propiciar el desarrollo de nuevos sentimientos, como la nostalgia por ausencia de seres queridos, la añoranza de nuestra niñez, la tristeza por la sencillez perdida y el recuerdo de momentos felices. Por ello, la melancolía embarga nuestro espíritu.
El silencio del encierro nos permite escuchar otras voces y ahonda el temor a perder las personas que más queremos. Por su parte, la quietud nos muestra la impotencia para impedir lo que puede sucederles. Ambos, silencio y calma, derivan en la angustia de la muerte o el duelo por pérdidas imaginadas que quizás no sucedan.
Sin darnos cuenta, este conglomerado de vida interior domina hoy nuestra atención y nos está haciendo más reflexivos, más contemplativos, más buenos. Esto nos pasa en cuanto ciudadanos, sujetos a órdenes estatales que regulan cada paso de nuestra vida.
La vida de nuestros gobernantes
Dentro del cuadro de pandemia universal, el panorama de quienes nos gobiernan es muy distinto al nuestro. Por obra y gracia de una mayoría legislativa los diputados y senadores han otorgado al presidente de la República, la suma del poder público sin límites de tiempo ni condiciones.
De golpe, los parlamentarios desmantelaron el edificio institucional de la república: bloquearon la división de poderes, suspendieron la representación popular y liquidaron el federalismo político. Han establecido un gobierno omnipotente que –por ahora y gracias a Dios- es muy prudente pero que está a milímetros de degenerar en absolutismo.
Una sola persona toma decisiones que todos debemos obedecer. Claro es que no son medidas unipersonales sino insinuadas o exigidas por los validos, aquellos individuos que gozan de la íntima confianza del presidente o que influyen decisivamente en su ánimo. Por terror al contagio y la amenaza viral que a diario sentimos en cercanía, este cambio legislativo se ha visto ratificado por la apreciación colectiva que hasta ahora aprueba la moderación del presidente.
Pero, debemos advertir que quienes nos gobiernan, viven un clima distinto al nuestro. Se sienten blindados contra cualquier queja o reclamo. La ley les ha dado plenos poderes y saben que no deberán rendir cuentas a nadie por los errores, fallas y estragos que provoquen. Por eso son muy susceptibles a ser tentados. Al contrario de lo que puede sospecharse, esas tentaciones no sólo son las propuestas de sobornos, cohechos, estímulos o choriceos para untar sus bolsillos.
Otras son las tentaciones que analizamos. Se presentan con perfiles atractivos y como la posibilidad de hacer política partidaria sin riesgos porque todos estamos subyugados por la pandemia. Con lo cual podrían implantar su utopía ideológica carente de bondad, colmada de envidia, repleta de odio y ansias de rapiña. Esta es la resbaladiza amenaza que pende sobre la cabeza presidencial.
Tentaciones cercanas
- El peligro que nos acecha consiste en que las autoridades cedan a las tentaciones. Entonces el respeto a la vida y al patrimonio de los ciudadanos tomaría el camino del capricho o de las actitudes carentes de sentido común. En tiempos de obsecuencia y de verticalismo político, caer en la tentación se traduciría en la adopción de medidas funestas:
- Que pretendan convertir al Estado en empleador de última instancia, sometiendo toda empresa o actividad privada a sus antojos y extravagancias.
- Que el Estado sea el demandante monopólico para la compra masiva de alimentos con el fin de repartirlos entre sus seguidores.
- Que el Estado estimule el endeudamiento masivo de las empresas y las sofoque con regulaciones impositivas incumplibles, para el pago de salarios, impuestos y cargas sociales, con la finalidad de que su capitalización se haga mediante inevitables nacionalizaciones, las cuales aparecerían como una simpática liberación de deudas.
- Que el Estado emita locamente todo el dinero posible para asfixiar cualquier forma de ahorro privado, impidiendo penalmente que las transacciones corrientes puedan hacerse con una moneda confiable de libre uso.
- Que el Estado acelere el proceso de liquidación de la economía capitalista basada en el mercado de libre competencia, poniendo sobre la mesa proyectos de nuevos impuestos sobre el capital, los bienes personales, las grandes fortunas y las ganancias extraordinarias.
- Que el Estado y la clase política impongan una enorme subida de impuestos a la clase media, como un cambio cualitativo que signifique la transformación del Estado Presente en Estado Omnipotente en todos los frentes de esta nueva “economía solidaria”: impuestos, gasto, deuda, emisión de dinero, control de precios y propiedad social de los medios de producción.
Minorías jacobinas en la cuarentena
Ahora, vamos advirtiendo que la crisis sanitaria derivará en una inevitable crisis económica y social, con una profundidad que no somos capaces de cuantificar. El peligro que nos brindan las minorías violentas y exaltadas de los partidos políticos, es que aprovecharán la pandemia para intentar cambiar «de forma permanente» nuestro sistema de vida económica y social.
Como dicen en España, lejos de espantarse por el recorte de libertades fundamentales, la cuarentena del coronavirus les ha permitido asistir a un ensayo de lo que es vivir en un país totalitario, donde ellos, desde el gobierno deciden todo. Dicen quién puede trabajar y quién no; qué puede hacerse y qué no; y para qué puede salirse de casa. Todo esto nos hace añorar el regreso a la libertad.
Integridad moral del Presidente
Esas son las tentaciones que deberá resistir el Presidente. Provienen de su propio entorno y de los militantes más radicalizados. Consiste en que él no encuentre el gusto al hiperintervencionismo, a la hiperexpansión monetaria, a la hiperregulación, al hiperendeudamiento masivo y a la hiperestatización como forma de financiar un gasto público inaguantable que está hundiendo al país en la decadencia perpetua.
De su probidad, integridad moral y respeto a las libertades civiles dependerán que esta perversa jugarreta política pueda intentarse y no se lleve a cabo en nombre de “la solidaridad”, “la justicia social”, “la igualdad” y “la opción preferencial por los pobres”.
Pese a todo, alentamos la esperanza y el firme deseo que el fin de la pandemia nos encuentre hermanados en la tarea común de reconstruir la Argentina que soñaron nuestros padres fundadores: en Unión y Libertad, bajo la protección de Dios fuente de toda razón y justicia, para consolidar la paz social, afianzar la seguridad y promover el bienestar de todos los que quieran trabajar honestamente. Quiera el Señor, creador del Universo, que así sea.