Los próceres son personajes incuestionables. Más aún el caso de Manuel Belgrano, que parecería competir con José de San Martín por la paternidad de la Patria.
Debo confesar afecto y admiración por Belgrano, pero permitámonos pensar libremente sobre algunos aspectos de su vida y de su participación en el proceso revolucionario de principios del siglo XIX.
Multifuncionalidad. El término está de moda y suena a virtuosismo; de hecho, puede ser una virtud personal. Pero convengamos que para comandante de un ejército la Revolución debió haber mandado a un militar antes que a un abogado. El mérito suyo es notable, como la mayor parte de sus resultados. Pero, como decisión política, es cuestionable a tal punto que uno podría sospechar acerca de los verdaderas motivaciones o capacidades de quien sugirió su nominación.
Desacato. La actitud de Belgrano para con Buenos Aires roza con el desacato. Su campaña al Norte, incluyendo la creación de la Bandera, parece ser un permanente desafío a las decisiones que emanan de la autoridad revolucionaria.
Donación. Siendo un hombre de fortuna familiar y personal, Belgrano se empobrece en favor del sostenimiento de sus esfuerzos bélicos. ¿No debió haber sido financiado por el gobierno revolucionario o es que la Revolución no quiso o no pudo sostener al Ejército del Norte?
Soltería. Desde mi punto de vista, el equilibrio es una virtud fundamental en una persona. Un hombre debe crecer parejo en todas las dimensiones de su vida para ser íntegro. La soltería de Belgrano, al igual que su paternidad irresponsable, parecen indicar un aparente desequilibrio en un conductor; una suerte de individualismo exacerbado o, por el contrario, puede constituir una entrega magnánima y extraordinaria hacia lo demás; en este último caso, podría caberle el grado heroico en el ejercicio de las virtudes.
Pragmatismo. El pragmatismo es un elemento extraño en un revolucionario, ya que la normalidad en tales casos es el fanatismo ideológico. La ideología dominante en la Revolución de Mayo fue el liberalismo. De allí que parece hasta contradictorio que quien se embebió en las ideas liberales de la época y que llegó a expresar que el patriotismo es el sentimiento de libertad capaz de convertir en héroes a los ciudadanos más simples haya sido quien propuso la monarquía en cabeza de un inca en 1816. Me permito pensar en que eso no obedeció a una convicción monárquica sino más bien una propuesta para contener a los elementos reaccionarios, que empezaban a surgir en Europa y que tenían su correlato virreinal, en favor de una restauración absolutista.
Religioso. Siendo que la ideología revolucionaria era el liberalismo, Belgrano no fue un laicista ni un afásico, sino que su espíritu se templaba en la fragua religiosa. Más allá de las contradicciones personales a las que estamos sujetos todos los humanos, que somos naturaleza caída, su soltería parece haber sido la de una vida consagrada. De hecho, sus restos no descansan en una plaza ni en un cementerio, sino en un convento.
Próceres. Las revoluciones son el resultado de una serie de fuerzas centrífugas que se producen dentro de un sistema político en transición. Desde mi punto de vista, la Revolución fue un proceso colectivo conducido por unas pocas almas destacadas; Belgrano, como San Martín, Martín Miguel de Güemes y Juan Martín de Pueyrredón, fueron las personas más importantes en la conducción del proceso revolucionario hacia la independencia nacional. Es por eso que, tras las disputas disolutivas que se sucedieron a la independencia, pasaron a un segundo plano y hasta desaparecieron.
La Providencia quiso que Belgrano haya sido retirado del mundo antes de ver culminada la anarquía porteña aquel día de los Tres Gobernadores.