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Pandemonium

cielo
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“Toda su vida la oveja tuvo miedo de los lobos. Pero se la comió el pastor.” Proverbio georgiano

El Covid-19 nos familiarizó con los conceptos de epidemia y pandemia. Particularmente con este último término, que no se utilizaba sobre hechos concomitantes desde hace más de 100 años.

Existe otra palabra, fonéticamente semejante, pero de significado diferente, pandemonium. Se trata de una palabra incorporada en 2014 al diccionario de la lengua por la Real Academia Española. Su origen se debe al escritor inglés John Milton (1608-1674) quien la acuña en su obra El paraíso perdido, que trata sobre el tema del mal en el mundo, fruto de Dios bueno y todopoderoso, quien sencillamente podría evitarlo con sólo desearlo. Uno de sus personajes, Satanás, habita en Pandemonium, (Todos los demonios) capital del Infierno. 

Pandemonium o pandemonio vino a mi mente, como el grado mayúsculo de las complicaciones, un nivel superior a los de una pandemia, la suma de todos los males, aquellos que se adicionan a los ya existentes, democrática y globalmente compartidos por obra y gracia del Covid-19.

¿A qué me refiero?  A los peligros superlativos que amenazan a las sociedades y organizaciones en general de no tomar las decisiones correctas en el escenario actual. Esto puede ocurrir ya que, las grandes catástrofes, agrupan a las sociedades y organizaciones detrás de sus líderes. Problemas desbordantes de la capacidad individual, concientizan a las personas sobre su finitud y limitaciones de recursos para hacer frente a estos mega trastornos. En estos escenarios, se adoptan medidas excepcionales, florece la solidaridad de las buenas personas (no de las otras), la empatía entre ciudadanos y compañeros de trabajo. Son épocas de esfuerzos y sacrificios excepcionales propios de tiempos tan singulares.

Las guerras, los desastres naturales o las pandemias cohesionan tras el fin común a las sociedades y las organizaciones. Las sociedades aceptan restricciones a sus libertades, mayores cargas fiscales, pérdidas económicas y como ahora, cuarentenas, que reúnen todos los sacrificios mencionados.  

Las organizaciones, por su parte, se reestructuran, se reinventan forzosamente en pos de la supervivencia. Los ejecutivos y empleados, a su vez, reducen sus salarios, aceptan suspensiones a fin de aminorar las cargas financieras y evitar los males mayores provenientes de los despidos masivos.

Ahora bien, estos sacrificios, tanto en las sociedades como en las organizaciones, no deben aceptarse ciegamente y sacrificar en el altar de la emergencia, el pensamiento individual, la observación critica o discrepante para asegurar precisamente el mismo propósito que todos comparten. El pensamiento único no nos protege de los errores de los líderes, porque estos, de cualquier tipo, aún con las mejores intenciones, carecen de virtud de la infalibilidad.

El pensamiento crítico es una virtud esencialmente humana, nos hace analizar y evaluar las propuestas que se formulan y apoyarlas cuando existe el convencimiento de su valor; en caso contrario, se proponen alternativas para el debate.

La “militancia”, de cualquier signo, es la negación de la política. Militar, proviene del latín, militarius, soldado, que vincula a las personas a través de vínculos de mando y obediencia, partiendo de una relación esencial de desigualdad. La participación, es tomar parte, intervenir, implica relaciones de igualdad, diálogo y colaboración, no se manda ni obedece, se convence y motiva a la acción.

Igualdad, dialogo y colaboración, ¿no consiste acaso la democracia precisamente en esto?

En el mundo de las organizaciones, muchas veces ocurre lo mismo. Los directivos de grandes compañías como Kodak, Blockbuster y tantas otras, se encaminaron en una dirección ruinosa ignorando los datos del mercado y las ideas de sus propios colaboradores. Podríamos mencionar también el emblemático caso Enron. En este caso, las advertencias llegaron desde el contexto, a través del artículo de la periodista Bethany McLean, quien, con apenas 30 años, el 5 de marzo de 2001, osó escribir su hoy famoso artículo en la revista Fortune titulado: “¿Enron está sobrevalorada?” acelerando a partir de allí la catástrofe del gigante energético.

Las organizaciones no buscan la diversidad e inclusión solo para llegar mejor al mercado con sus productos y servicios, tampoco solamente por ser un deber ético, sino para poder protegerse de lo que no funciona, contando con mentes y abordajes individuales y diferenciados, que no actúan en manada sino se permiten cuestionar estrategias, políticas y procesos existentes. Eso es precisamente lo que les permite aspirar a su subsistencia.

En estos tiempos se toman decisiones en temas donde no hay experiencia ni datos suficientes. Se transita el camino a prueba y error, haciendo camino al andar.

Ahora bien, a todos los males descriptos pueden sumarse otros adicionales, pero en este caso inexcusables. Se trata de la persistencia en el error y adicionalmente en potenciarlo.  Sucede cuando se persiste la continuación de una línea de acción previamente elegida a pesar de que el curso del proceso se torna irracional por las pérdidas de tiempo, carencia de efectividad y los recursos invertidos. Aún peor, son aquellos supuestos donde los líderes continúan inyectando recursos a fin de justificar la elección previamente adoptada en función de hipotéticos beneficios futuros. [1]

Cuando esto ocurre, corresponde asumir rápidamente que se trata de costos hundidos y cambiar de estrategia, si se sabe hacia donde ir o simplemente desandar el camino si se ignora. Al fin y al cabo, la única forma de salir de un callejón sin salida es, únicamente, marcha atrás.

Cuando los líderes se consideran simplemente, humanos con mayores responsabilidades y no estatuas de bronce, corregir el rumbo, retirarse de una situación desventajosa donde no vale la pena persistir, es un signo de prudencia y mesura.   Los líderes simplemente “humanos”, son capaces de repensar los temas y estrategias, gracias a que cuentan con el poder de la autocrítica y la colaboración de sus colegas y sus propios equipos para evitar malgastar energías donde no generarán valor alguno.   

A nivel socio político, la pandemia se ha convertido globalmente en una suerte de batalla por el relato: ¿el estado me cuida o el estado amputa mis libertades esenciales? ¿Los anti – cuarentena quieren ver muertos para mantener sus negocios o simplemente quieren hacer una cuarentena más armoniosa conciliando diferentes valores? Cuando encontramos líderes ajenos a toda tendencia mesiánica, es factible que sea capaz de desarrollar puentes de encuentro entre las diferentes opiniones. Podría decirse que, si la sociedad no asume un rol protagónico, un estado elefantiásico y omnipresente la controlará por completo.

Las organizaciones parecen estar más a resguardo (pero no exentos) de estos dilemas de blanco o negro, porque su bien común es mucho más tangible y “mucho más común” a todos los interesados. Concretamente, se defiende la continuidad del negocio y la conservación del empleo.  Al ser más tangible, los stake y shareholders tienen una vocación mayor por una participación activa en la conducción y en el debate. En las compañías multinacionales existen más frenos y contrapesos internos y externos que pueden influir decisivamente en un cambio de rumbo.

A pesar de todo lo perdido, vidas y patrimonios, entiendo que, en todo este proceso de crisis, las empresas han actuado con mucha mayor celeridad y eficiencia de lo que jamás hubieran imaginado con la utilización de cualquier metodología ágil de gestión, haciendo un aprendizaje sobre la marcha. La capacidad de mantener esta dinámica constituirá el mejor aporte del sector privado a la sociedad para la recuperación de las economías y el empleo.

Aún en escenarios sin precedentes, se pueden mitigar los males, disminuir la cantidad de víctimas fatales, las economías destrozadas y las masas de desempleados, escuchando diferentes perspectivas, aprendiendo de los expertos de todas las áreas y así poder alejarlos de los paisajes de Pandemonium. Queda en nosotros transformar esta tragedia sin precedentes en una oportunidad histórica de transformación hacia una nueva normalidad mucho más humana y digna de ser vivida.

[1] La negociación racional en un mundo irracional. Bazerman, Max y Neale, Margareth.

Sobre el autor

Guillermo Ceballos Serra

Abogado, Magíster en Economía y Ciencias Políticas. Socio de ALIOTH Advisors. Ha liderado el área de RRHH en compañías internacionales con responsabilidades regionales. Profesor de grado y MBA en la UCA y ESEADE

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