El día 8 del pasado mes de abril, la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó la declaración “Dignitas infinita”. Al presentarla el Cardenal Víctor Manuel Fernández, su prefecto, expresó que la intención era invitarnos a reflexionar sobre diversos aspectos que hoy en día pueden estar oscurecidos en la conciencia de muchas personas y ayudar a todos a tener presente un tema tan rico y decisivo en medio de este complejo momento histórico lleno de preocupaciones y angustias, de modo de no perder el rumbo.
En su introducción el texto comienza por fundamentar esa dignidad inalienable en el propio ser de la persona humana, creada a imagen de Dios y redimida en Cristo Jesús, que nos lleva a la necesidad de reconocer y tratar con amor y respeto a todos los hombres, sin que ninguna circunstancia permita negar esta convicción o no obrar en consecuencia. El texto repasa en primer lugar los principios fundamentales y supuestos teóricos que permiten afirmar esta dignidad para luego abordar algunas situaciones problemáticas actuales.
Antes de detenerme en un tema específico que brota de esta declaración, quiero invitarlos a leer y tomarse un tiempo para reflexionar a partir de ella.
Como cristianos en el mundo de las empresas, nuestro indispensable compromiso con el bien común, necesariamente tiene que estar centrado en un respeto de la dignidad de la persona humana que guíe todos nuestros pensamientos y acciones. El retomar las bases de la antropología cristiana que dan lugar a esta dignidad sin límites y ver enumerados algunos de los desafíos a los que nos vemos enfrentados a diario podrá ayudarnos a tener una mayor firmeza y fidelidad a nuestra fe al momento de llevar adelante nuestras acciones cotidianas.
En su número 5, el documento cita al Papa Benedicto XVI, en una afirmación tomada de su discurso a los participantes de la reunión del Banco del Desarrollo del Consejo de Europa, del 12 de junio de 2010: “La economía y las finanzas no existen solo para sí mismas; son sólo un instrumento, un medio. Su finalidad es únicamente la persona humana y su realización plena en la dignidad. Éste es el único capital que conviene salvar”. Es aquí donde quiero detenerme.
La dignidad infinita es, en primer lugar, un atributo de Dios eterno, pero esta se proyecta sobre el hombre, a quien constituyó a su imagen. Lo hace sobre todo el hombre y sobre todos los hombres. Incluso más allá de esto el Papa Francisco nos insiste continuamente en que aquel a quien fue confiada la administración de la Creación no debe olvidar nunca el origen y el consecuente valor de todo lo que ha sido puesto en sus manos. Solo con una verdadera cultura del cuidado que despliega un planteo ecológico de mera conservación para alcanzar una integralidad que reconoce el universo como don y se centra en el ser humano es que se podrá alcanzar un verdadero y pleno desarrollo.
Recordemos las palabras de Jesús en su descripción del juicio final: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”. El feliz o triste asombro de quienes reconocieron o no al Señor en hambrientos y sedientos, forasteros y desnudos, enfermos y presos se hace para nosotros una fuerte invitación a reconocer esta misteriosa realidad y vivir en consecuencia. Cuando los últimos sean tenidos en cuenta podremos constatar el final de una mentalidad del descarte para dar paso a una de la inclusión y la comunión.
La incapacidad de reconocer el rostro de Jesús en quienes nos rodean y, particularmente, en los sufrientes, tiene muchas veces que ver con haber transformado a los que debieran ser fines en medios y a lo que debiera ser medio en un fin. Esta diferenciación es clave para que no nos apartemos del eje, no nos distraigamos en objetivos secundarios y por sobre todo no olvidemos el sentido que ha de mover más profundamente nuestras metas empresariales
Necesitamos preguntarnos con sinceridad: ¿cuáles son hoy los aspectos oscurecidos en la conciencia de quienes habitamos las empresas? Ellos nos llevan a actuar lejos del Evangelio sin siquiera notarlo. ¿Cuáles son las preocupaciones y angustias que por abordarlos erróneamente o no querer asumirlos en su costo nos desvían de lo que Dios nos propone? Más aún, puede darse que nos haga falta sincerarnos con dolor y cuestionarnos de verdad: ¿necesitamos reconocer que hemos perdido el rumbo? Y, en ese caso, ¿qué podemos hacer para reencontrar el camino que el Señor espera que transitemos?
Para responder estas preguntas o al menos iniciar algún esbozo de respuesta quiero referirme a la primera de las violaciones graves de la dignidad humana que señala la declaración como de especial actualidad. Esta es el drama de la pobreza. Y en particular me detendré en la necesidad de brindar trabajo.
Si nos decidimos a poner al ser humano en el centro de nuestra preocupación y ocupación, tenemos que reconocer que se ha oscurecido el impulso que hace de los empresarios los primeros responsables de generar trabajo. Encandilados por otras luces como la maximización de ganancias, reducción de costos y mejora de la eficiencia, se ha oscurecido la percepción del sufrimiento que significa para una persona, una familia, un pueblo, el no tener trabajo. Es una tiniebla que no nos permite ver ni involucrarnos en la falta del bienestar mínimo necesario, ni en la frustración del no poder hacer el propio aporte a la sociedad, ni en el abandono de toda meta de progreso.
La sorpresa ante el crecimiento del consumo de las drogas y el alcohol, la proliferación de adicciones de diversa índole y la generalización de la violencia son sus claras consecuencias. También se ha oscurecido la percepción de que los subsidios y planes, fuera de los casos donde el trabajo no es una posibilidad, no son un recurso que desarrolle a la persona y la plenifique. Estos solo debieran ser utilizados como instrumentos provisorios hasta alcanzar las verdaderas metas, sin resignarse a permanecer en ellas como solución final.
Las condiciones de trabajo debieran ser pensadas sin olvidar que han de ser un modo de hacer el bien a quienes trabajan, de fomentar en ellos lo mejor de su humanidad, de promover su desarrollo personal, el de sus familias e incluso su participación social. Quien tiene el rol de liderar una empresa o una parte de ella no puede olvidar que ha recibido una vocación por parte del mismo Dios y le han sido confiados hermanos a los que debe cuidar y de cuya vida, en lo que le toca, se le pedirá cuenta.
Adicionalmente, los nuevos modos de producción y las nuevas tecnologías se constituyen hoy en verdaderos desafíos. No se puede confiar a una mano invisible que ordenará todo de modo que el fin alcanzado será bueno. En nuestra libertad, hemos de optar por los caminos que permitan evitar sufrimientos innecesarios y acompañar las transformaciones para que el trabajo humano siga siendo el ordenador social que permita el bienestar común.
Quiero invitarlos a seguir incorporando en sus diarias decisiones y tareas al otro como a un verdadero hermano, tal como nuestro Señor Jesucristo nos lo propone. Asumir la tarea sin lavarnos las manos ante las dificultades, dolores y angustias de quienes trabajan junto a nosotros. Dar buen trabajo es una de las cosas más bellas que podemos hacer como gestores del camino de nuestras empresas y es parte de la misión que Dios nos encomendó. Que el Espíritu Santo, consuelo en el trabajo, se derrame sobre ustedes.
Muito obrigado, Daniel Díaz, pela ótima reflexão!
Destaco no artigo: “La economía y las finanzas no existen solo para sí mismas; son sólo un instrumento, un medio. Su finalidad es únicamente la persona humana y su realización plena en la dignidad. Éste es el único capital que conviene salvar”.
E acredito, que cada uma e cada um desejando esta possibilidade para si e aos outros e outras, da oportunidade de trabalho, como finalidade única à «realização plena em dignidade», o Bem Comum, e satisfazendo esta premissa à pessoa humana, esta está apta a agir como um CO-CRIADOR da obra de Deus, e assim, favorecer, repleto de Alegria, para o processo da dinâmica da vida para a sustentabilidade do TODO.
Ótimo final de semana!
Alegria, Confiança e Paz!
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