ACDE nació de la Acción Católica Argentina. Más precisamente de la rama de los Hombres de Acción Católica y por impulso tanto de Enrique Shaw -que murió siendo el presidente nacional de los Hombres- y como del recordando asesor compartido por ambas instituciones, monseñor Manuel Moledo.
Esta es una verdad histórica que ilumina lo que voy a contar porque para ACDE, hablar de la Acción Católica es hablar de la Madre Patria o quizás mejor dicho aún, es hablar de la casa de nuestros Padres.
Yo tuve la dicha de crecer en ella y de participar desde Rosario 1981, prácticamente en todas sus Asambleas Federales. Grandes y otrora multitudinarias convocatorias que cada tres años cobijan la renovación de autoridades y marcan, como los latidos del corazón, los tiempos de la institución.
Tan fuerte y rotunda es la Asamblea como experiencia de comunión eclesial e impulso para la misión que, cuando éramos jóvenes decíamos que la vida era aquello que nos pasaba entre dos Asambleas Federales.
La última celebrada en agosto, me hizo pensar que, en mi caso particular, la vida es lo que pasó entre dos Asambleas Federales en Tucumán: la de 1993 en la que con jóvenes veintitantos ingresaba a la conducción nacional de los Jóvenes y ésta en la que, treinta y pico de años después, fui peinando canas como el militante que siempre seré.
¿Qué experiencias me traje de esta Asamblea?
Que, como nos gusta decir con Carolina, mi esposa, la Acción Católica es la casa y la familia en la que desde chicos aprendimos “a conocer el amor que Dios nos tiene y a creer en El”. Así que vivir una Asamblea pasando los 60 es preguntarle a Dios con qué le pagaremos todo el bien que nos hizo teniendo una casa y una familia que nos acompañó y nos hizo sentir queridos a lo largo de toda la vida.
De eso habló monseñor Colombo en la homilía de la misa de apertura y mucho más en profundidad en la Asamblea Estatutaria: de la riqueza inmensa que para la Iglesia representa la “capilaridad” territorial e intergeneracional de la Acción Católica. Todas las iglesias locales, todas las edades, todos los proyectos de vida, todos, todos, todos. En la Acción Católica, como en la Iglesia, hay lugar para todos.
A mi ese concepto en palabras del presidente de la Conferencia Episcopal Argentina me sonó a un renacer “en el ardor y en la expresión” de la gratitud de la Iglesia con la Acción Católica. Y aún más -se lo dijo a monseñor Colombo- me sonó demasiado cercano a una definición del Concilio que los obispos fueron dejando un poquito de lado por el falso prurito de no hacer diferencias injustas en la primavera de movimientos e instituciones eclesiales con las que el Espíritu enriquece la Iglesia. El Concilio Vaticano II enseña en el No. 15 del Decreto Ad Gentes: “…para la implantación de la Iglesia y el desarrollo de la comunidad cristiana son necesarios varios ministerios que, suscitados por vocación divina del seno mismo de la congregación de los fieles, todos deben favorecer y cultivar diligentemente; entre tales ministerios se cuentan las funciones de los sacerdotes, de los diáconos, de los catequistas y de la Acción Católica”.
Allí donde haya “Plantatio ecclesiae” se necesita también de una institución capilar, de todos los territorios, de todas las edades, de todas las clases sociales, que haga realidad el sueño de Iglesia con todos.
Por último, en la presentación de las nuevas autoridades me puse de espaldas al escenario a mirar las reacciones de los grupos de jóvenes que saludaban a sus representantes. Como si un pianista estuviera moviendo las teclas se iban levantando con sus colores grupos de todas las provincias del país. Hace 32 años, la conducción nacional estaba solamente integrada por dirigentes de la Región metropolitana por una cuestión de cercanía. O sea que, en tres décadas, la capilaridad de la Acción Católica y su riqueza se expresa también en una conducción plena y totalmente federal.
Que ACDE, como su alma mater, pueda seguir creciendo en capilaridad: todos los territorios, todas las edades, todas las realidades del mundo del trabajo.