“No nací para compartir el odio, sino el amor” (Antígona)
“Busca la paz y síguela.” (Salmo 34,14)
Así nos cuenta Tucídides. Estamos en el año 416 a.C., en el contexto de la Guerra del Peloponeso, que enfrentaba Atenas y Esparta, como ciudades hegemónicas en un juego de alianzas que involucraba a todo el mundo griego.
Una flota ateniense de 38 naves, con más de tres mil soldados y arqueros, se presentó frente al puerto de Melo; los generales que la comandaban pidieron hablar con los melios. El gobierno local los hizo bajar a tierra y se dispuso a escuchar lo que la embajada tenía que decir.
Los atenienses dijeron de inmediato que no tenían tiempo que perder, querían hablar con franqueza y esperaban una respuesta igual de rápida y sincera. Estaban allí, dijeron, para someter a los melios, hacerlos entrar en la alianza militar y poner fin a su neutralidad, que constituía un peligroso ejemplo para todas las islas del Egeo, que podrían verse tentadas a declararse neutrales. Atenas no podía permitir que eso sucediera, por lo que la embajada preguntó brutalmente si Melos aceptaba someterse o prefería ser destruida.
Los líderes melios señalaron que la guerra ya estaba en la isla y que los atenienses ya habían decidido cuál era el bien para ellos, y dedujeron que esa embajada traería la guerra si, en virtud de su derecho a elegir su destino, los melios no cedían; o traería la esclavitud si cedían a las presiones atenienses. Los atenienses respondieron que los melios debían darse cuenta de la realidad y tomar la única decisión que garantizaría la salvación de la ciudad. Los melios apelaron a la justicia y se declararon convencidos de que los dioses no permitirían tal injusticia, es decir, la destrucción de su ciudad.
La respuesta de los embajadores atenienses fue escalofriante: es sabido —dijeron— que en las relaciones humanas se habla de justicia solo cuando las fuerzas en juego son más o menos iguales, pero la verdad es que en cualquier otra situación el más fuerte ejerce su poder sobre el más débil, que está destinado a sufrirlo. En cuanto a los dioses, ellos también aplican el principio de que el más fuerte prevalece sobre el más débil, y se comportan en consecuencia. Esta es una ley que no fue inventada por Atenas, sino que fue hecha por los dioses y dada por ellos a los hombres, al punto que se ha convertido en una ley de la naturaleza humana.
Desesperados, los melios ya no sabían a qué apelar; intentaron sugerir que, si los atenienses fueran clementes con ellos, dejándolos libres para decidir su propio destino y evitando masacres y ruinas, esta clemencia también sería útil para Atenas, en caso de que una derrota en la guerra hiciera colapsar su imperio: el vencedor, dijeron los melios, sin duda tendría en cuenta que Atenas había sido generosa con un enemigo y les perdonaría lutos y tragedias.
Pero la lógica de Atenas no admitía clemencia ni generosidad. Dijeron: “estamos aquí, para consolidar nuestro imperio, para extender nuestro dominio sobre vosotros sin correr riesgos y, al mismo tiempo, salvaros de la ruina. Lo hacemos, incluso en vuestro propio interés”. Y los melios replicaron: “¿y nuestro interés sería convertirnos en vuestros esclavos y hacer de vosotros nuestros amos?”.
Los melios decidieron luchar; el asedio a la isla y la guerra fueron mucho más largos y sangrientos de lo que los generales atenienses esperaban, pero al final la abrumadora fuerza de los atenienses prevaleció: masacraron a todos los hombres adultos, redujeron a mujeres y niños a la esclavitud y devastaron la ciudad, los pueblos y los campos.
(El relato de Tucídides termina aquí).
La enseñanza de este dramático y antiguo hecho histórico
Atenas pretendía que todas las ciudades e islas que habían entrado en la Liga y se habían hecho tributarias de su hegemonía, comprometiéndose a proporcionar naves, soldados y dar cuantiosas contribuciones en dinero, permanecieran para siempre en la alianza; la conservación del imperio exigía que la relación de cada ciudad o isla con Atenas se “cristalizara” para siempre; no era concebible que un “aliado” se saliera o que quisiera decidir su propio futuro fuera del imperio. En sí misma, Melos no significaba nada, era una roca en el Egeo; su contribución a la conservación del imperio era, previsiblemente, modesta. Pero dejarle seguir su camino fuera del imperio habría constituido un mal ejemplo para otras ciudades y otras islas: habrían pensado que podían liberarse de Atenas y decidir autónomamente su destino. Habría sido una herida infligida al interior de la Liga.
Además, el imperio se podría debilitarse más si, por la decisión de Melos de sustraerse a la hegemonía ateniense, no fuera seguida de una dura reprimenda. En resumen, el mal ejemplo que Melos daba y la luz de debilidad que objetivamente arrojaba sobre Atenas, debía ser borrado; el castigo sería una advertencia para otros. La cultura imperial exigía que todos los sometidos supieran que el castigo llegaría si intentaban separarse de Atenas.
La defensa de los melios de su derecho a la neutralidad se basaba en criterios de justicia compartida, que incluyen el reconocimiento recíproco de autonomía entre las polis. En la narración de Tucídides, el episodio señala el predominio de una lógica de guerra en las relaciones entre los griegos: la afirmación del derecho del más fuerte sobre cualquier criterio de justicia, equidad o acuerdo.
Una Grecia que es un espejo de los problemas del presente, una mirada increíblemente contemporánea, una reflexión despiadada sobre lo que queda de la Justicia y del Derecho cuando se enfrentan vencedores y vencidos, víctimas y verdugos. Es imposible no pensar en las guerras en curso.
El diálogo entre Atenas y Melos plantea preguntas fundamentales sobre ética y poder. Cuando hay uno más fuerte y uno más débil, ¿cómo podemos guiarnos por principios de justicia, igualdad, humanidad y moralidad? El relato de Tucídides nos enseña que, para entender el presente y tratar de imaginar el futuro, debemos conocer e interpretar el pasado. Lo necesitamos. Como indica Norberto Bobbio, «Somos como caminantes en un laberinto. Actuamos como si hubiera una salida. Pero todavía no sabemos dónde está».