A partir del presupuesto de que vivimos en una sociedad global tecnológica competitiva a la deriva, expondremos serias dudas respecto de la posibilidad de compatibilizar exitosamente valores cristianos con una sociedad a la que definiremos como consumista y adictiva.
1.Valores cristianos y sociedad de consumo febril: un difícil matrimonio
Dos célebres escritores cristianos del siglo XX muestran en cierto modo el fin de la dicha y el libre albedrío humano. En la última novela de la trilogía cósmica (1938, 1943, 1945) de C. S. Lewis (1898-1963) se lee cuando explican a un Merlín del siglo V resucitado en el XX el “veneno” profano del industrialismo, el artificio y la vorágine cotidiana: “Usted no entiende -dijo. El veneno fue producido en estas tierras occidentales, pero se ha lanzado en todas partes. Por más lejos que vaya, siempre encontrará las máquinas, las ciudades atestadas, los tronos vacíos, las falsas escrituras, los lechos estériles; hombres enloquecidos por falsas promesas y amargados por miserias reales, adorando las obras del acero de sus propias manos, apartados de su madre, la Tierra, y del Padre del Cielo. Podría usted ir tan al este que el este se convertiría en oeste y después regresar a Gran Bretaña cruzando el gran océano, pero aun así no habría visto la luz en ningún sitio.” Aldous Huxley (1894-1963) en “Un mundo feliz” de 1932 presenta una sociedad distópica donde se vive frenéticamente y el individuo ingiere “soma” a diario para que el sinsentido existencial que genera el productivismo y el consumismo no lo deprima. En esta ficción, que bien describe el capitalismo de las últimas décadas cada vez más acelerado, consumista y con gran consumo de drogas y de psicofármacos (anti depresivos y ansiolíticos), se menciona que en su momento inicial se cortaron los remates de las cruces dejando las T (por el modelo del automóvil) y que de “Oh, Dios” se pasó a decir “Oh, Ford”.
No es pues solamente criticar la avaricia o al “Dios dinero” como lo hacía el papa Francisco sino todo un modus vivendi del capitalismo – el actual más que nunca – que, si bien por un lado nos fuerza a movernos y a innovar, esa misma vorágine conlleva una disolución de valores cristianos y humanistas.
Sin ser maniqueo, la disyuntiva parece ser pues hasta qué punto nos adaptamos y cuando comenzamos a decir NO para poder decir SI a los valores.
2.De la dignidad material al consumo adictivo, ¿un “progreso” que nos quita el libre albedrío?
En primer lugar, podríamos decir, con poco temor a equivocarnos que, a pesar de Huxley y Lewis, en la época del capitalismo en su etapa del “Estado de bienestar” (1945 – 1975/90), la sociedad de consumo, superando la problemática de la vivienda, alimentación, higiene y salud mínimas necesarias, atendía necesidades reales tales como electrodomésticos, vacaciones, gustos de ocio y recreación. El progreso material y el progreso humano real parecían ir pues de la mano, ya que el capitalismo no dependía de la obsolescencia programada para seguir funcionando. Hoy sí. La obsolescencia programada “objetiva”, sea la del celular que ya no sirve para tener WhatsApp o la app del banco para transferir dinero y la obsolescencia “percibida” de sentir – por condicionantes individuales o sociales de aceptación- que lo que uno tiene, aunque sea funcional “haya que cambiarlo”, nos van forzando a una adaptación con poco margen de elección.
Asimismo, el consumo es “adictivo”, no solo de comidas fabricadas ex profeso para “tentar” indefinidamente, sino del teléfono celular encendido de 8 a 22 horas, en niños inclusive.
Se hace cada vez más difícil por ello “conectar” con nosotros mismos, con el otro y con Dios, si llevamos una vida de adicto, por más que nos consideremos excelentes personas incapaces del mal.
El libre albedrío, dado como pieza fundamental al humano creado para ser capaz del asombro, la curiosidad, la espontaneidad, la paciencia, la concentración, la espiritualidad y la paz, peligra con tantos condicionamientos.
3.” Resistir” la vorágine o darnos el tiempo personal para cultivar los valores
Resulta pues fundamental el NO al híper adaptación, por más ocupaciones que tengamos en la agenda y en la mente. Será cuestión tal vez de empezar a “perdernos oportunidades” de actividades e incluso de negocios. Sí, vaciar un poco la agenda. La vida sin tiempo para cultivar la espiritualidad, que definitivamente es y será siempre “offline”, carece de dicha. Insertemos “tiempos lentos” en nuestras vidas. Un día enteramente en la vorágine es un día perdido. Estamos en este plano para ser dichosos. Amén.
Muchas gracias Mauricio! excelente reflexión!