Enrique Shaw

El beato de la sonrisa indeleble

Escrito por Marcelo Resico
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Enrique Shaw y su mensaje para Argentina.

Se conoció el jueves 18 de diciembre la autorización del Papa León XIV para la beatificación de Enrique Shaw (1921-1962), padre de familia, empresario, marino, y hombre público. Para ello se necesitaron testimonios de personas que lo conocieron en los roles más distintos, desde colegas empresarios, empleados, familiares, amigos, así como fieles que confiaron en su intercesión. Creemos que, además de un reconocimiento importante en su camino de santidad, su vida y obra tiene muchas enseñanzas para nosotros hoy día.

Enrique recibió una esmerada educación católica por pedido de su madre al morir, cuando contaba sólo con cuatro años. Al terminar el colegio se decidió por la carrera naval, frente a la expectativa de que se dedicara a la gestión de las empresas familiares. Allí pronto se destacó por sus calificaciones y sus dotes de liderazgo. A través de sus preocupaciones por sus subordinados y colegas se comenzó a manifestar que, siendo de muy buena posición social, siempre tuvo una empatía especial por los que se encontraban en diferente condición. Una sensibilidad inclinada a la ayuda al prójimo y la fraternidad, que podemos asociar a su profunda convicción cristiana.

Mientras estudiaba en Estados Unidos enviado por la Marina hacia fines de la segunda guerra mundial, y en consonancia con sus lecturas sobre Doctrina Social de la Iglesia (Enrique era hombre de vasta cultura y amplias lecturas y reflexiones que registraba en libretitas de notas), pensó convertirse en obrero para difundir la fe en los ámbitos laborales. Pero un mentor le sugirió que el lugar para desarrollar mejor su vocación estaba en alguna de las empresas a las que lo invitaban a colaborar con frecuencia miembros de su familia. Finalmente aceptó una de las ofertas, renunció a la marina, y volvió a Buenos Aires a trabajar en la empresa de un tío de su esposa, la cristalería Rigolleau.

Desde entonces desplegó un trabajo intenso en esa empresa, ascendiendo hasta la dirección general, y en otras que creó o ayudó a fundar, así como en varios directorios de otras en las que participó. Enrique intentará en todas sus tareas crear una comunidad entre propietarios, directivos y empleados. Esto significaba, de modo avanzado para su tiempo, promover a los trabajadores, apoyándolos en una cada vez mayor autonomía. En esta línea encontró soluciones para conjugar la eficiencia de la empresa, a través de las innovaciones y los cambios técnicos, con la preocupación por el bienestar de los trabajadores y sus familias. Por ejemplo, en varios casos impulsó la creación de nuevos negocios, que se nutrían de trabajadores destinados a quedar desempleados por reestructuraciones de la empresa Rigolleau, y que gracias a su apoyo se convertían en nuevos proveedores.

A través de medidas como estas y de muchas otras Enrique se convirtió en un ejemplo de fraternidad entre las distintas personas en la empresa, pero no sin dificultades y conflictos, en el contexto de polarización política del país en su tiempo. Uno de sus biógrafos cita una de las notas de Enrique donde dice: “…en qué soledad me encontré entonces en mi trabajo como dirigente de empresa, me sentí solo, incomprendido por unos y por otros…”. Vemos entonces cómo tratar de construir ese puente entre los grupos participantes al interior de la empresa, exigía una personalidad de tan profundas convicciones.

Esta vocación por congregar, a pesar de miradas dicotómicas, a los miembros de la empresa para cumplir una misión conjunta, también la pensó como aporte para el bien común de la Argentina. A este respecto, Enrique ha sido un ejemplo, adelantando cuestiones que hoy llamaríamos de “responsabilidad social de la empresa,” tanto en el buen trato con los empleados, en la defensa de una sana competencia, y en el servicio al consumidor. Asimismo, trataba de colaborar con la sociedad civil, y con el mejoramiento de la institucionalidad del país. Por citar algunos ejemplos, participó activamente en la Unión Industrial Argentina, fue impulsor principal de la Ley del salario familiar, colaboró en la creación de la Universidad Católica Argentina (asumiendo como su primer Tesorero), y fundador de ACDE, la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa.

En el transcurso de estas tareas, a las que dedicó su corta y fecunda vida, fueron apareciendo, como mencionamos, los obstáculos y desafíos. Como el último, cuando se planea una importante reestructuración de la empresa Rigolleau, para afrontar la competencia por la difusión en el uso del plástico. Enrique venía luchando ya con una larga enfermedad a pesar de su juventud. El plan de reconversión implicaba el desprendimiento de parte importante del personal. Enfermo y todo, viajó a Estados Unidos para reunirse con los socios mayoritarios, y los convenció de una alternativa, que lamentablemente no llegó a implementar, pues falleció antes de poder realizarla.

Enrique Shaw nos dejó el ejemplo de un hombre de acción, fundada en la prudencia y la sabiduría, en la oración profunda y en la práctica religiosa asidua (de una piedad mariana muy marcada, llamaba a María su “socia”, y lo acompañaba en todo lo que emprendía). Un empresario que trabajó buscando a la eficiencia, la innovación, la justa retribución entre los participantes de la empresa, pero con una visión basada en el bien común también hacia afuera de la misma. Sin duda, su ejemplo hoy sigue siendo tan importante como entonces para inspirar a muchos. Esperemos contar con más ejemplos, que se sumen al mensaje que él encarnó, y que el país sigue necesitando.

Sobre el autor

Marcelo Resico

Doctor en Economía (UCA). Obtuvo una Maestría en Economía y Ciencias Políticas de ESEADE y un Diplomado en Economía Social de Mercado en la Universidad Miguel de Cervantes, en Chile. Es profesor e investigador del Departamento de Economía de la UCA.

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