Valores

El límite moral del caos innovador: ética y eficiencia dinámica en la era tecnológica

Escrito por Ricardo Ciciliani
Escuchar este artículo

Un ensayo de crítica cristiana a la “Eficiencia Dinámica” de Huerta de Soto

Introducción

En los últimos años, la teoría de la eficiencia dinámica de Jesús Huerta de Soto ha ganado terreno en el mundo académico y empresarial como una explicación diferente del proceso de progreso económico tecnocrático. Pero esta hipótesis filosófica ha despertado un nuevo interés cuando nuestro actual presidente ha hecho referencia explícita a esta teoría en varias de sus últimas disertaciones.

Su tesis central es seductora: el desarrollo económico no surge de asignar mejor lo que tenemos, sino de crear nuevos conocimientos y soluciones a través de la dinámica empresarial.

Según esta visión, cada empresario, al descubrir oportunidades y convertirlas en valor, contribuye a un “orden social espontáneo” modulado por las fuerzas del mercado que coordinan eficientemente millones de acciones humanas.

La innovación —dice Huerta de Soto— no sólo produce crecimiento: también genera orden y armonía en la vida económica …

Pero ¿la “realidad” es realmente así? ¿Podemos afirmar que la innovación, tal como la vivimos hoy, está produciendo orden? ¿O estamos frente a un proceso acelerado, caótico y muchas veces éticamente vacío, que desborda la capacidad moral de nuestras sociedades?

1. Cuando la innovación acelera más rápido que la conciencia y la responsabilidad

Vivimos una época donde el cambio tecnológico ocurre a una velocidad que supera la capacidad humana para digerirlo moralmente.

La inteligencia artificial, la biotecnología, las finanzas y la automatización digital reconfiguran la vida en tiempo real, mientras las normas, la educación y la cultura avanzan con una lentitud exasperante.

El problema no es el avance técnico —que en sí mismo puede ser un signo evidente de la actualidad de la distribución divina del don de la creatividad—, sino el peligroso desequilibrio entre la invención y el sentido.

Cuando el conocimiento crece más rápido que la ética, la innovación deja de ser fuente de orden y se convierte en un torbellino de incertidumbre.

Huerta de Soto sostiene que la innovación empresarial genera simultáneamente conocimiento y coordinación. Pero los hechos muestran lo contrario: el progreso técnico no siempre conduce a cohesión social.

A veces produce desarraigo, fragmentación y nuevas formas de desigualdad. En lugar de orden, lo que emerge es un caos acelerado.

2. La eficiencia dinámica y su límite invisible

La “eficiencia dinámica” es, sin duda, un avance conceptual frente a la economía estática tradicional. Ya no se trata de repartir mejor los recursos escasos, sino de expandir lo posible mediante la imaginación y el descubrimiento.

El problema surge cuando se confunde creatividad con coordinación y se asume que todo acto innovador, por el solo hecho de serlo, produce un bien cierto para la sociedad.

El mercado puede coordinar precios, pero no valores. Puede optimizar procesos, pero no definir propósito. La innovación puede ser económicamente eficiente y, al mismo tiempo, moralmente destructiva.

No toda novedad genera progreso: algunas dislocan la vida laboral, erosionan el tejido familiar o promueven dependencias tecnológicas que debilitan la libertad humana. Sin una brújula moral, la creatividad puede volverse autodestructiva.

3. El desorden creativo: una visión más realista

En los hechos comprobables, la innovación sigue una lógica más cercana al caos adaptativo que al equilibrio espontáneo.

Cada salto tecnológico —desde la imprenta hasta la inteligencia artificial— desorganiza los sistemas previos y abre un período de turbulencia. Recién después, y con tiempo, la sociedad logra absorber el cambio y transformarlo en un nuevo orden estable.

Esa transición no es automática ni neutra: depende del marco ético e institucional del contexto. Cuando la innovación se orienta a ampliar los bienes comunes —educación, salud, conocimiento, energía limpia—, el desorden inicial se convierte en crecimiento humano.

Pero cuando se guía solo por la lógica del beneficio o de Poder, el desorden se perpetúa y la eficiencia se convierte en entropía social: más información, más velocidad, pero menos sentido.

4. La imaginación como responsabilidad moral

La economía cristiana parte de una intuición distinta a la neoclásica: no existen recursos escasos, sino escasez de imaginación para administrar los bienes de la creación en favor de todos.

El problema no está en la naturaleza, sino en el corazón humano: en nuestra capacidad de ver los bienes como dones y no como instrumentos de dominio.

Bajo esta concepción, la función empresarial descrita por Huerta de Soto sólo alcanza su plenitud cuando se convierte en función creativa y distributiva: descubrir oportunidades de bien, no sólo de ganancia.

El empresario cristiano no busca sólo eficiencia, sino fecundidad moral: que su innovación sirva a la vida, al trabajo digno y al desarrollo de las personas.

La imaginación económica es un don espiritual: una forma de cooperación con el Creador.

Pero esa cooperación exige responsabilidad. La misma capacidad que permite multiplicar los panes puede también construir ídolos de oro si pierde el norte ético.

5. Orden técnico u orden civilizatorio

En la teoría de la eficiencia dinámica, el orden se concibe como la coordinación “natural” de millones de decisiones individuales. Desde una perspectiva cristiana, el orden debe entenderse de otro modo: no como alineación funcional, sino como armonía entre verdad, libertad y bien común.

Una sociedad puede tener orden técnico —mercados eficientes, algoritmos precisos, producción abundante— y, sin embargo, estar moralmente desintegrada. El verdadero orden no nace de la información, sino de la sabiduría; no del cálculo, sino del discernimiento.

Por eso, el empresario cristiano está llamado a ser servidor del orden moral, no sólo del orden económico. Su éxito no se mide sólo en ganancias, sino en el impacto positivo y duradero de sus innovaciones sobre las personas, las comunidades y el medio ambiente.

6. El tiempo del discernimiento

El caos innovador no debe asustarnos, pero sí interpelarnos. Toda creación implica ruptura, pero el ritmo del cambio debe contemplar la asimilación del sentido. Una sociedad que innova más rápido de lo que puede comprender termina vaciándose por dentro.

Por eso, la economía del futuro no será solo cuestión de productividad, sino de discernimiento moral. Necesitamos empresas que avancen con inteligencia, pero también con prudencia; que vean en la tecnología un medio y no un fin; que midan el éxito no solo por el crecimiento, sino por la equidad, la inclusión y la dignidad del trabajo humano.

7. Hacia una economía del bien posible

Huerta de Soto tiene razón en un punto fundamental: el desarrollo humano y económico nace de la creatividad humana. Pero esa creatividad solo construye orden cuando está guiada por valores trascendentes.

Sin ética, la eficiencia se vuelve estéril; sin propósito, la innovación se agota en sí misma.

Necesitamos una economía del bien posible: una economía donde la imaginación empresarial esté al servicio de la justicia, donde la innovación sea una forma de caridad práctica, y donde el crecimiento técnico se integre con el crecimiento espiritual.

Ese es el límite —y a la vez la grandeza— del caos innovador: su energía creadora solo se convierte en orden cuando encuentra una moral que la oriente.

Conclusión

El siglo XXI nos desafía a repensar la relación entre creatividad, conocimiento y moralidad.

La innovación, como toda fuerza poderosa, puede construir o destruir. La teoría de la eficiencia dinámica nos recuerda la capacidad humana para crear; la visión cristiana nos recuerda la responsabilidad de servir.

El empresario del futuro no será solo un descubridor de oportunidades, sino un administrador de sentido.

Su tarea no consiste en imponer orden, sino en dejar que el orden del bien común emerja de su fidelidad a la verdad, la justicia y la fraternidad. En definitiva, la innovación es una bendición cuando se orienta al Bien Común.

Y sólo esta orientación final —no el mercado ni la técnica— tiene poder para transformar el caos en auténtico orden.

Sobre el autor

Ricardo Ciciliani

Ingeniero electrónico (UTN). Socio y consultor senior en gestión en pensamiento, de transformación e innovación.

Deje su opinión