En el marco del “Jubileo de la Esperanza”, este texto propone una relectura teológica y espiritual del pesebre, presentándolo no como una escena estática del pasado, sino como un ícono viviente y una “puerta santa” para los fieles. El artículo analiza a los protagonistas de la Navidad como arquetipos de la virtud teologal de la esperanza: Jesús se revela no solo como portador, sino como la Esperanza encarnada y el cumplimiento de las promesas divinas; María (Virgo Spei) figura como la primera peregrina y modelo de espera paciente; José encarna la esperanza silenciosa, activa y custodia; los Pastores representan la esperanza de los humildes fundamentada en el amor preferencial de Dios (Dilexi te), en consonancia con la Bula Spes non confundit; y los Magos simbolizan la condición humana del status viatoris (según J. Pieper), la esperanza como búsqueda activa y riesgo. Finalmente, se invita al creyente a transitar de espectador a peregrino, adorando a Cristo como única y verdadera esperanza.
Al contemplar el pesebre en este tiempo de Jubileo, no vemos simplemente una escena del pasado, sino el ícono viviente de nuestra esperanza. Cada figura, inmóvil en su humildad, se convierte en maestra y peregrina de esa virtud que mueve al mundo. El pesebre es la puerta santa de los sencillos, el lugar donde la promesa de Dios desciende y se hace tan pequeña que cabe en nuestras manos.
En este “Jubileo de la Esperanza”, redescubrimos a cada personaje como un faro que nos guía.
Jesús: la Esperanza Encarnada
Él es la Esperanza de la Salvación.
No es que Jesús traiga la esperanza; Él es la Esperanza. Es el “Amén” de Dios a todas las promesas. En su pequeñez, en ese Niño vulnerable, reside la fuerza que vence al pecado y a la muerte. Él es el destino de toda peregrinación, el cumplimiento de lo que el corazón humano siempre ha esperado, incluso sin saberlo. Mirarlo a Él en el pesebre es renovar la certeza de que Dios no ha abandonado a su pueblo y que la última palabra siempre será de vida y salvación.
María: la Virgen de la Esperanza
Ella es María, la Virgen de la Esperanza (Virgo Spei).
Si el Jubileo nos llama a ser “Peregrinos de la Esperanza”, María es la primera peregrina. Su “Sí” fue un acto de esperanza radical. Creyó en la promesa contra toda lógica humana, convirtiéndose en el “Arca de la Nueva Alianza” no por contener objetos, sino por llevar en su vientre a la Esperanza misma. Ella es el modelo de la espera paciente. En el pesebre, María no solo sostiene al Niño; sostiene la esperanza del mundo. Nos enseña que la esperanza no es un sentimiento vago, sino una persona real que se acuna en brazos y se mira con ternura en medio de la noche.
José: custodio silencioso de la Esperanza
Él es el Custodio de la Esperanza.
José es el hombre de la esperanza silenciosa y trabajadora. No necesitó palabras grandilocuentes; su esperanza se tradujo en acción: proteger, proveer, obedecer en sueños, levantarse y caminar. José nos enseña que la esperanza no es una ensoñación pasiva, sino una fidelidad diaria. Él custodia al Niño, que es la esperanza del mundo, y al hacerlo, nos enseña a custodiar la esperanza en nuestros propios corazones contra toda adversidad. Es el santo patrón de los que esperan en la obediencia y el servicio.
Los Pastores: la Esperanza de los amados
Ellos son los humildes que esperan porque han sido amados.
Los pastores eran los marginados, los que velaban en la noche de la sociedad. Eran invisibles, los “descartados” de su tiempo. Y precisamente por eso, son los primeros destinatarios de la “gran alegría”.
En ellos se cumple la promesa del amor preferencial de Dios. Es a ellos, los pequeños, a quienes el Ángel anuncia el cumplimiento de la promesa, un anuncio que resuena con la voz eterna de Dios: “Dilexi te” (Te he amado).
La esperanza de los pastores, como se nos recuerda en la Bula del Jubileo Spes non confundit, florece precisamente entre los pobres y los que sufren. Su esperanza no nace de sus méritos o riquezas, sino de la experiencia gratuita de saberse amados primero por Dios. Este amor (Dilexi te) es la roca firme de su esperanza.
Su respuesta es la prisa: van “de prisa”, porque quien ha sido tocado por este amor y esta esperanza no puede quedarse quieto. Se convierten en los primeros peregrinos que llevan la noticia.
Los Magos de Oriente: peregrinos en camino
Ellos son la esperanza en estado de búsqueda.
Los Magos encarnan la esencia del ser humano como viator, el “caminante”. Como lo define el filósofo Josef Pieper, la condición humana es un status viatoris: el estado de quien está en camino, de quien “aún no ha llegado”.
La esperanza, dice Pieper, es la virtud propia del viator, de quien aún no posee lo que busca. Los Magos son los “Peregrinos de la Esperanza” por excelencia. Dejan la comodidad (su “status comprehensoris” o de quien cree ya tenerlo todo) para abrazar la incertidumbre del camino, guiados solo por una estrella.
Representan a toda la humanidad que busca la Verdad. Nos enseñan que la esperanza no es pasividad, sino búsqueda activa, estudio y riesgo. Es el viaje mismo de la fe. Al encontrar al Niño, su “inmensa alegría” es la prueba de que el peregrino que busca con esperanza, encuentra; y que la esperanza no defrauda.
En este Jubileo, estamos invitados a entrar en el pesebre, no como meros espectadores, sino para descubrir en cada personaje un signo viviente de la esperanza: la esperanza que custodia (José), la esperanza que dice ‘Sí’ (María), la esperanza que busca y peregrina (los Magos), y la esperanza que nace del sentirse amado (los pastores). Al hacerlo, aprendemos a adorar a Jesús, nuestra única y verdadera Esperanza.
