En las cárceles argentinas, donde el encierro parece dictar el ritmo de los días, un grupo de hombres se reúne con un rosario en la mano. Son los Espartanos, internos que participan del programa de la Fundación del mismo nombre, y que encuentran en la oración comunitaria un espacio de paz y de esperanza.
¿Quiénes son los Espartanos?
La Fundación Espartanos, conocida por haber introducido el rugby en contextos de encierro como herramienta de disciplina y reinserción, sostiene su acción en cuatro pilares: deporte, educación, trabajo y espiritualidad. Dentro de este último, el rezo del Rosario se convirtió en una práctica que transforma la vida de quienes participan.
Mi primera experiencia en la Unidad Penitenciaria 46
La experiencia que me transformó
Con un grupo de voluntarios convocados por la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa crucé por primera vez, los portones de la Unidad Penitenciaria 46 para acompañar a los Espartanos en esa oración. Confieso que llevaba cierta inquietud, no sabía qué iba a encontrarme ni cómo sería ese encuentro.
Sin embargo, apenas entramos al salón donde se llevaría a cabo el rezo, la inquietud se transformó en paz. En un mundo acelerado, la oración mariana invitaba a detenerse, a escuchar y a poner la confianza en Dios. Vi a hombres privados de libertad rezando con una fe sencilla, sosteniendo su Rosario como quien se aferra a una nueva oportunidad; cada Ave María era más que una repetición, era un paso hacia la reconciliación, un entrenamiento del corazón.
La fuerza del Rosario en contextos de encierro
Todo fue tomando un ritmo propio. Cada recluso que se ofrecía leía un misterio en voz alta, luego cantábamos juntos, acompañados por la guitarra de un voluntario. Al terminar, cada uno compartía un breve testimonio: algunos hablaban de las madres, otros de sus hijos, otros de la esperanza de cambiar de vida, que a su vez se mezclaban con lágrimas, sonrisas y silencios profundos.
Algo que nos conmovió a los voluntarios fue que, en cada palabra, los internos se tomaban un momento para agradecer. Agradecieron nuestra presencia, el habernos tomado el tiempo de ir hasta allí, de compartir con ellos la mañana, de escucharlos y de rezar juntos. Valoraban profundamente ese gesto, que para muchos se convertía en una caricia en medio de la soledad del encierro.
Mientras avanzábamos en los misterios, emocionaba la fraternidad que se respiraba. Allí donde el sistema suele ver números o reincidencias, Espartanos ve personas. Y en cada cuenta del Rosario se afirma que toda vida tiene dignidad y toda historia merece una nueva página.
El poder de la mesa compartida
Durante todo el espacio compartido, se organizó algo tan sencillo como el mate y unas medialunas. Ese gesto tan cotidiano afuera, adquirió allí un valor profundo. En torno a una mesa improvisada, desaparecieron las diferencias y las etiquetas, éramos personas compartiendo lo esencial: alimento, palabra y escucha, lo que me hizo pensar en las comidas de Jesús con publicanos y pecadores, donde se anticipaba el Reino como mesa abierta para todos.
Todo fue una lección viva de liderazgo cristiano, que me recordó que la verdadera libertad no se mide en metros cuadrados, sino en la capacidad de abrir el corazón a Dios y al prójimo. Como dice el Evangelio: “Conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Jn 8,32).
Liderazgo con corazón: una lección para dirigentes
Como voluntaria, me fui con la certeza de que no era yo quien llevaba algo, sino quien recibía. Como dirigente, descubrí que esa experiencia también me enseñaba sobre liderazgo: paciencia, humildad, comunidad, confianza.
La experiencia de los Espartanos interpela a los dirigentes de empresa: ¿cómo acompañamos, desde nuestro lugar, procesos que devuelvan dignidad y futuro a quienes han caído? ¿Cómo integramos en nuestras decisiones económicas y sociales la convicción de que la persona es principio y fin de toda acción? El modelo de Espartanos, nos evoca que no hay transformación sin mirar primero a la persona en su integridad.
Una libertad que comienza adentro

Imagen: https://www.fundacionespartanos.org/
Al regresar aquella tarde, me descubrí distinta. Había rezado el mismo Rosario de siempre, pero esta vez tenía otro sabor: el de la fe compartida con quienes lo rezan en la vulnerabilidad más extrema. También comprendí que la oración no es un deber piadoso, sino un puente real entre personas y un camino de comunión.
Sentí que Dios me había regalado un espejo incómodo pero maravilloso: allí, en medio de un penal, encontré un testimonio de esperanza que me invita cada día a rezar con más humildad, a liderar con más humanidad y a vivir con la certeza de que la misericordia nunca se agota.
La verdadera libertad comienza en el interior, y siempre es posible empezar de nuevo.
¡Gracias ACDE!
Hermosas palabras.