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Entre la sobreestimulación y la neurodivergencia: un llamado a la empatía y al equilibrio

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¿Todo necesita una etiqueta? Necesitamos nombrar para que la ansiedad disminuya y “tener la ilusión de entender a lo que nos enfrentamos” y qué esperar de eso.

No hay duda de que vivimos en un sistema que nos lleva a vivir en el sentimiento de urgencia, de caos, de sobre adaptación y que debido a esto hay una sociedad con aspectos más narcisistas donde pareciera que todo es contra uno o personal, que tenemos que estar a la defensiva porque si bajamos la guardia algo nos puede atacar o suceder y que nada alcanza. A pesar de los altos índices de diagnósticos psicopatológicos y los informes de venta de psicofármacos de las farmacias, sobre todo ansiolíticos, o el consumo problemático de sustancias u otros, hay esperanzas de volver a uno, de re encontrarnos y preguntarnos si realmente estamos donde queremos y si somos la versión con la que nos acostamos y apoyamos la cabeza en la almohada sintiéndonos satisfechos. 

En los últimos años, escuchar palabras como TDAH o PAS (Persona Altamente Sensible) se volvió parte del lenguaje urbano. Las redes sociales, los videos virales y hasta las conversaciones con inteligencia artificial parecen ofrecer explicaciones rápidas sobre quiénes somos.

Pero, como me decía el experto Jorge De Bernardo, “por arquitectura de diseño, es una máquina que se retroalimenta: incentiva los buenos resultados, penaliza los malos… pero no tiene incentivo para contradecir. No razonan, y el antropomorfismo es parte de la agenda de adopción de los líderes”.
Una frase que invita a detenernos: estamos delegando la comprensión de nuestra mente a sistemas que no sienten ni pueden mirar lo humano en su complejidad.

Si bien la visibilización muestra una apertura saludable hacia la diversidad mental, también nos enfrenta a una pregunta incómoda:

¿estamos realmente ante un aumento de las neurodivergencias o frente a una sociedad sobre estimulada que perdió la capacidad de descansar? 

Nuestro cerebro no fue diseñado para sostener el ritmo de hiperconexión, ruido y exigencia que caracteriza la vida moderna. Frente a tanto estímulo, el sistema nervioso se adapta como puede: se acelera, se defiende, se desconecta. El cuerpo se tensa, el sueño se altera, la mente se dispersa.
Y ahí es cuando empezamos a creer que “tenemos algo”: que estamos rotos, que no rendimos, que somos diferentes. La realidad es que: si estamos rotos, somos humanos y ante la realidad y las emociones estamos derrotados.

Pero muchas veces no se trata de un trastorno. Se trata de una humanidad cansada, que confunde desregulación con diagnóstico, agotamiento con déficit, saturación con enfermedad.
Y en esa confusión corremos el riesgo de perder lo más valioso: la empatía hacia nosotros mismos y hacia los demás.

¿Qué pasaría si, en lugar de preguntarnos “qué tengo”, empezáramos a preguntarnos “qué necesito” para volver a sentirme bien?
Quizás la respuesta no esté en un diagnóstico, sino en un ritmo más humano.

Desde las neurociencias sabemos que el estrés sostenido afecta la atención, la memoria y la regulación emocional. Sin embargo, también sabemos que el cerebro es plástico, que puede reequilibrarse si recupera espacios de silencio, naturaleza, vínculo y sentido.
Por eso, más que medicalizar el malestar, necesitamos rehumanizarlo: reconocer que vivir bien no es rendir más, sino vivir con más coherencia.

Mantenernos en equilibrio hoy es, en sí mismo, un acto de liderazgo. Porque no solo impacta en nuestra salud: también modela la de quienes nos miran. Somos referentes, espejos, ejemplos.
Y las generaciones más jóvenes —esas que hoy buscan identidad en medio de tanta pantalla— nos observan. Aprenden menos de lo que decimos y más de cómo vivimos.

¿Qué versión de nosotros mismos queremos que ellos aprendan a imitar?
Esa pregunta redefine el liderazgo más que cualquier teoría sobre gestión humana.

Cinco hábitos psiconeurológicos para volver al centro

  1. Respirar antes de reaccionar.
    Tres respiraciones profundas bastan para calmar el sistema nervioso y devolvernos al presente. La pausa es poder.
  2. Hacer menos, pero con más presencia.
    La multitarea es una trampa. Elegir una cosa y hacerla con conciencia entrena el foco y la satisfacción.
  3. Dormir como una forma de autocuidado.
    El sueño repara, integra y regula. No es un lujo: es una necesidad biológica y emocional.
  4. Mover el cuerpo cada día.
    No por estética, sino por regulación. El cuerpo procesa lo que la mente no puede pensar.
  5. Practicar la pausa consciente.
    El silencio no es vacío: es el espacio donde vuelve la claridad, donde se reorganiza el alma.

Quizás el verdadero desafío de esta era no sea “rendir más”, sino volver a sentirnos vivos dentro del ritmo que elegimos. No va a ser posible sostener un ritmo ajeno a nuestro organismo y posibilidades, ajeno a nuestro propósito y valores.
Cuidar nuestro equilibrio es cuidar el mundo que ayudamos a sostener.

Sobre el autor

Josefina Irale

Psicóloga (USAL) | MBA | Fundadora de Well at Work. Especialista en neurociencias aplicadas al bienestar, liderazgo humano y transformación organizacional.

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