Agenda para el crecimiento

La riqueza siempre estará ahí: la imaginación económica la transforma en progreso social

Escrito por Ricardo Ciciliani
Escuchar este artículo

Cuando entré a ACDE, la figura de Enrique Shaw me impresionó profundamente. No sólo por su santidad práctica en la conducción de la empresa, sinó por su coraje para empujar los límites del pensamiento de gestión, en la dirección de la Doctrina Social de la Iglesia, todavía incipiente en su tiempo.

Me hubiera gustado debatir públicamente con Enrique estas ideas para escuchar su punto de vista. Hoy, gracias a la gentileza de la revista Empresa, tengo el gusto de compartir con los socios de ACDE, con el mismo objetivo.

 

Tesis 1 — El error del “principio económico de la escasez”.

Tenemos que dejar de pensar dentro de la “caja” que prescribe que los recursos “se acaban” o son insuficientes para las necesidades sociales. El error consiste en tratar la escasez como un dato ontológico fijo y rígido —y así diseñar sistemas lógicos y políticas públicas con mentalidad de racionamiento— cuando la realidad es por definición variable y elástica, y sujeta a la imaginación creativa y emprendedora, al conocimiento disperso y a la innovación. Esta energía humana es capaz de multiplicar los bienes, no sólo para que alcance, sinó para que sobre.

 

 

Tesis 2 — El “mercado” premia virtudes que no puede crear por sí mismo.

El libre mercado necesita un marco moral objetivo para ordenar los incentivos que motorizan su dinámica. El contexto cultural que permita domar la codicia y la tendencia a la corrupción y convertir los descubrimientos en bienestar general y sostenible, no son un subproducto del liberalismo.

Discusión:

1) La escasez como un supuesto equivocado (o mal entendido)

La economía clásica abre con el axioma: “necesidades infinitas, recursos escasos”.

Útil como regla mnemotécnica, terminó volviéndose una hipótesis base de administración y gobierno de la economía: si la escasez manda, sólo el Mercado raciona y distribuye, fija precios, define cupos o por el contrario “blinda” con monopolios, sectores y actividades, muchas veces con la ayuda del Estado

Pero la historia desmiente esta rigidez: lo que ayer fue un lujo hoy son bienes comunes; lo que ayer era residuo hoy es insumo; lo que ayer no existía hoy funda industrias enteras.

La productividad y la innovación no “reparte” un stock fijo, lo expande.

La escasez no desaparece, cambia de lugar: del material al método; de la materia prima a la capacidad de combinarla; del recurso físico a la organización del conocimiento y de trabajo.

La carencia más costosa no es de litio o los chips, sino de imaginación práctica entre quienes crean y administran la riqueza que providencialmente les es confiada.

Cuando esa imaginación florece y se hace estructural, surgen sustitutos, nuevas cadenas de valor, modelos de negocio que multiplican usos y reducen costos.

Llamemos a esto, por un momento, principio de abundancia contingente: hay más riqueza en potencia de la que creemos, si dejamos trabajar libremente la creatividad bajo reglas que la protejan del secuestro.

El principio de escasez se convirtió, además, en una falacia elegante para justificar la apropiación sin escrúpulos de la riqueza generada en y para la sociedad, brindando a los avaros una supuesta justificación filosófica y científica para la acumulación irrestricta de la riqueza que ayudaron a crear.

Bajo la retórica de una “ley natural” inapelable se camuflan los privilegios, monopolios y oligopolios, cupos y barreras de entrada que trasladan renta desde consumidores y contribuyentes hacia los grupos con mayor información y mejor posicionados.

El supuesto “realismo” de la escasez, legitima muchas veces el reclamo de excepciones regulatorias, precios administrados y contratos cerrados que congelan la competencia y fijan un reparto antinatural del excedente, dejando siempre un buen rédito al “emprendedor” seleccionado.

Para no confundir: acumular capital sirviendo mejor —en condiciones de competencia y reglas de juego claras— no es avaricia: es la evidencia visible de que alguien ahorró, arriesgó e innovó en beneficio de todos.

Lo condenable es la acumulación por y para el privilegio, no pocas veces fruto de regulaciones a medida, licencias escasas, protecciones discrecionales o captura del Estado.

En clave “austríaca”: el “rent-seeking” como línea fundamental de la acción, no es otra cosa que una deriva tecnocrática para fabricar excusas morales para los privilegios y los favoritismos en la actividad económica.

Para la Doctrina Social de la Iglesia (DSI): es una injusticia contra el bien común.

Tres corolarios prácticos

1)Los precios son brújula, no barrera.

Si sube un precio, hay oportunidad para innovar, ahorrar, reciclar o sustituir. Matar la señal (controles, cupos permanentes) no crea abundancia; crea desabastecimiento y captura.

La tecnología redefine el recurso. Arena→silicio, residuos→energía, datos→capital. La “escasez” de ayer se reinterpreta por los nuevos métodos y necesidades.

Las reglas deben ayudar a clarificar el “coeficiente de imaginación social”. Las reglas generales y la competencia justa multiplican la imaginación; los privilegios la desvían a la ventanilla del poder.

2) Una tragedia moral central: la corrupción.

El descubrimiento empresarial abre la puerta a la abundancia; la corrupción la cierra. Cuando la rentabilidad depende de favores, exenciones o monopolios concedidos, la imaginación se reorienta: ya no innova para el cliente, innova para el burócrata.

La corrupción deforma precios e incentivos, expulsa inversión productiva y les roba a los pobres dos veces: con peores servicios y con oportunidades perdidas.

Para la Escuela Austríaca (y nuestra experiencia personal como nación), es el síntoma de una política convertida en proceso de reparto de privilegios; es el reemplazo del beneficio del servicio por la renta regulatoria;

Para la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), es una lesión gravísima del bien común y de la justicia conmutativa.

3) Mercado y virtudes: lo que el mercado premia no lo puede crear.

El mercado coordina conocimiento disperso y premia conductas cooperativas (veracidad, cumplimiento, puntualidad, prudencia, horizonte de largo plazo).

Pero no crea esas virtudes: se gestan en cuerpos estructurales —familias, escuelas, iglesias, asociaciones— y se sostienen en un marco moral objetivo (ley natural, justicia, subsidiariedad).

Sin ese “arnés moral”, la imaginación deriva en oportunismo: balances “creativos”, lobby en vez de competencia, “urgencias” que justifican excepciones permanentes.

El resultado es una libertad aparente, capturable.

4) Liberalismo práctico: libertad como manera de vivir.

La libertad no es un inventario de resultados garantizados; es un modo de vivir: arriesgar, responder por los errores, quebrar sin arrastrar a terceros, volver a empezar. De allí que la moral objetiva no decore al capitalismo: lo posibilita. La ley reprime el fraude, pero sólo la virtud cotidiana reduce su tentación.

Las reglas limitan la discrecionalidad, pero sólo la templanza del decisor evita que busque atajos. La competencia elimina rentas, pero sólo la justicia conmutativa impide explotar al débil del contrato.

Puentes doctrinales:

Menger: alerta contra el “moralismo técnico” que pretende fabricar virtud por decreto y contra la inflación de derechos que sustituye deberes.

Mises–Hayek–Kirzner: el mercado descubre, no diseña centralmente; requiere propiedad, precios libres, lucro/pérdidas y responsabilidad para que la imaginación cree valor genuino.

DSI: ofrece el mapa detallado de los valores que deben preservarse para una economía más justa (dignidad, bien común, subsidiariedad) para que la libertad económica sea más humana.

5) Un “checklist” mínimo para convertir “escasez” en abundancia y blindar la ética económica.

A. Reglas que multiplican la imaginación (abundancia contingente)

Competencia abierta y leyes generales: nada de regímenes “a medida”. La innovación aparece cuando cualquiera puede entrar si sirve mejor.

Justicia predecible y quiebras ordenadas: el fracaso institucionalizado es el costo de aprender, no un estigma.

Propiedad clara, contratos exigibles: sin anclas jurídicas no hay inversión paciente ni escalamiento tecnológico.

Compras públicas abiertas y datos libres reutilizables: pliegos, ofertas, adendas y entregables en línea; mínimo tres oferentes válidos.

Política fiscal simple y estable: menos tasas y más base; sin dientes de sierra.

B. Anticorrupción que vuelva caro el oportunismo

Beneficiario final público de toda empresa que contrate con el Estado (incluye subcontratistas).

Puertas giratorias con “cooling-off” de 1–2 años en sectores regulados; agendas de lobby transparentes con huella documental.

Auditoría inteligente (muestreo aleatorio + analítica de riesgos) y publicación de hallazgos con responsables y fechas.

Obra y subsidios con evaluación ex post: si no cumple métricas, se corta. Sin excusas.

Sanción cierta y rápida: juzgados especializados, garantizar el principio de propiedad, recuperación de activos y extinción de dominio con garantías.

C. Gobernanza empresarial ejemplar: imaginación con veracidad

Integridad como KPI: bonus ligados a cumplimiento, no sólo a ventas.

Due diligence de terceros proporcional al riesgo; cláusulas antisoborno y derecho de auditoría permanente; corte automático ante hallazgos graves.

No “pay-to-play”: políticas de regalos/hospitalidades estrictas; registro público de interacciones con gobierno.

Contabilidad sobria y transparente: prohibición expresa de artificios para diferir pérdidas; auditoría rotativa.

D. Cultura de virtudes sólidas: lo que el mercado no fabrica

Educación del carácter (veracidad, templanza, responsabilidad, justicia) en escuelas, universidades y gremios.

Subsidiariedad viva: fortalecer cuerpos intermedios; el Estado acompaña siempre, no sustituye.

 

6) Métricas simples para verificar el avance.

Equilibrio de Gestión: % de compras con ≥3 oferentes; rotación de adjudicatarios; entrada de nuevos proveedores por rubro.

Transparencia: tiempo de publicación de contratos y adendas; % de contratistas con beneficiario final identificado.

Justicia: tiempo a primera sentencia en corrupción; tasa de recuperación de activos.

Integridad corporativa: transparencia, “Double Check”, penas más severas por fallas de auditoría;

Clima de virtud cívica: premiar las denuncias de corrupción administrativa (coimas en trámites) y percepción de integridad.

 

7) Algunas respuestas a las objeciones habituales.

“Negar la escasez es anticientífico.” No negamos los límites físicos; denunciamos el error político de tratarlos como inamovibles o limitantes y de gestionar con racionamiento crónico, en vez de con incentivos para descubrir, sustituir y ahorrar.

“La moral es privada; la economía, técnica.” Sin moral objetiva, la técnica se vuelve herramienta de secuestro; y sin instituciones que encarezcan hacer trampa las buenas intenciones quedan en slogans.

“La urgencia social exige excepciones.” Ya experimentamos que las excepciones permanentes son incubadoras de corrupción. La urgencia se atiende con reglas claras, no con discrecionalidad opaca. Y debemos aprender más sobre gestión de la “subsidiariedad” para estos casos …

 

Conclusión: libertad como brújula, no como piloto automático

La prosperidad no surge de “administrar la escasez”, sino de liberar la imaginación bajo reglas que la orienten al servicio del prójimo y no a la captura de oportunidades. El dogma de la escasez —como coartada elegante— nos condena a repartir penurias y naturalizar privilegios. Y lo que es peor: creer que eso es natural.

La ausencia de un marco moral objetivo —como arnés— convierte el genio emprendedor en un arma de doble filo.

La salida es doble y simultánea:

(1) expandir el perímetro de lo posible con precios que informen, competencia que disciplina y justicia que libera a innovar;

(2) endurecer el arnés moral con énfasis en las virtudes personales, límites al poder, transparencia radical y sanción cierta.

Cuando esto ocurra, la “escasez” deja de ser coartada para volverse un motor creativo, y la libertad de mercado deja de ser una presa de la corrupción para convertirse en lo que debe ser: un camino más humano de cooperación, responsabilidad y abundancia compartida.

Sobre el autor

Ricardo Ciciliani

Ingeniero electrónico (UTN). Socio y consultor senior en gestión en pensamiento, de transformación e innovación.

Deje su opinión