El resultado de las elecciones bonaerenses está motivando interpretaciones variadas que van desde el más sincero estupor a un más pretencioso “era obvio que iba a pasar”. Un pretexto para pensar en las causas de nuestras propias preferencias políticas.
El cerebro humano no está diseñado para llegar al fondo de las verdades: hace falta forzarlo y, aun así, le cuesta. Si se lo deja, lo que hace es ahorrar energía: cruza unos pocos datos y los convierte en una explicación más o menos convincente de la realidad. Y con eso funcionamos: mientras no confundamos una pared con un precipicio, o una manzana con una piedra, sobrevivimos. El resto lo completamos con prejuicios, y rara vez nos detenemos a confirmar si son acertados o no. Son prácticos, y con eso basta.
“La Libertad Avanza hizo una mala elección en la provincia de Buenos Aires”, concluye el cerebro. ¿Mala comparada con qué? ¿Con la de 2023? Eran presidenciales. ¿Con la de 2021? No compitió siquiera. ¿Con las expectativas? ¿De quién? ¿En qué se basaban? ¿En las encuestas? ¿Había que creerles? “Fue por la economía que no crece”, “fue por las sospechas de corrupción”, “fue porque la gente no quiere el estilo agresivo”. ¿Cómo lo sabemos? ¿Hay alguna evidencia? Por ahora, son solo conjeturas. Algunas muy plausibles, pero conjeturas. No se ensaya esta vez una interpretación de qué pasó. Tampoco una conjetura sobre lo que podría suceder el 26 de octubre. Ni una propuesta de qué mirar en los próximos meses. Solo una posible matriz de análisis para entender por qué elegimos lo que elegimos en materia política:
La Argentina pasó por guerras civiles, dictaduras, hiperinflaciones, recesiones, pandemias y un sinfín de calamidades. Y siempre volvió a levantarse. El 26 de octubre ni se acabará el mundo ni llegaremos al paraíso. Y para 2027 todavía falta tanto, que es imprudente intentar cualquier vaticinio. “Keep calm and carry on” repetían los ingleses cuando las bombas nazis caían sobre sus cabezas en la Segunda Guerra Mundial. Eso. |