Enrique Shaw

“Una vida que, como el Magníficat, canta la grandeza del Señor”.

Escrito por Portal Empresa
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            Texto de la homilía que predicara el P. Gastón Lorenzo en la misa en celebración en acción de gracias por la beatificación de Enrique E. Shaw.

“Mi alma canta la grandeza del Señor”.

Estamos a dos días de celebrar la Nochebuena. Y la liturgia de la Iglesia propone meditar el canto del Magníficat, es decir, aquella oración que el evangelio pone en labios de María como una expresión de gratitud por las maravillas de Dios.

También en esta Misa damos gracias al Señor por la promulgación del Decreto del Dicasterio para la Causa de los Santos reconociendo un milagro sucedido por la intercesión del Siervo de Dios Enrique Shaw, feligrés habitual de nuestra parroquia, laico católico argentino, modelo de esposo, padre de nueve hijos y empresario de gran vocación social.

La alegría del decreto firmado por el Papa León XIV es tan grande que unimos nuestros labios a los de María para cantar la grandeza del Señor manifestada en la vida de Enrique Shaw. Hacemos nuestro el espíritu del Magníficat.

Ciertamente el Magníficat es un canto que revela con acierto la espiritualidad de los anawim bíblicos, es decir, “de los fieles que se reconocían “pobres” no sólo por su alejamiento de cualquier tipo de idolatría de la riqueza y del poder, sino también por la profunda humildad de su corazón, rechazando la tentación del orgullo, abierto a la irrupción de la gracia divina salvadora”.[1]

En este sentido, reconocemos el espíritu del Magníficat en el testimonio de la vida de Enrique Shaw. Consciente de la función social de la empresa que tenía que dirigir escribía en su diario acerca de la desproporción de su misión y la pequeñez de sus fuerzas: “Solo Dios es grande”, se decía a sí mismo, poniendo su trabajo en las manos de Dios e imitando así el ejemplo de María, su socia, como le gustaba llamarla.

Sin duda, el próximo beato, no se dejó confundir en su rol empresarial, no cedió a la tentación de ninguna idolatría, no cerró su interés a la expansión económica, la rentabilidad y la eficiencia, sino, más bien, con humildad supo reconocer una jerarquía de bienes donde Dios y su revelación ocupan el lugar central y desde allí decanta todo el orden de prioridades. De este modo, concibió su trabajo en la empresa como un espacio para servir y entregarse a Dios y al prójimo.

Pero no solo como empresario se abrió humildemente a la acción de Dios. En otra oportunidad, pensando sobre su tarea en los Hombres de la Acción Católica, dejaba ver la grandeza de su corazón humilde.

Cito: “Volviendo a la desilusión que tuve, tal vez sea bueno haberla vivido porque me ayuda a encarar adecuadamente mi actividad. No basta con ser católicos para que las cosas anden bien. Tenemos que ser muy, pero muy humildes, confiar en Dios y trabajar mucho; porque por ser una obra de Dios necesita más dedicación que si fuera nuestra. Me siento con más humildad y con más fuerzas que ayer: «Todo lo puedo en Aquel que me conforta», dicen las escrituras”.

Como vemos no solo en esta nota, sino en todos los apuntes de su diario personal, las palabras de Enrique Shaw se inscriben, por su estilo y su contenido, en el estilo y contenido propuesto por el Magníficat. Es una invitación a sumarnos a ser realmente miembros del Pueblo de Dios con pureza y sencillez de corazón.

Hay otro aspecto del Magníficat que se desprende precisamente de esta conciencia mariana de ser la humilde servidora del Señor. María, que en su primer movimiento entona su cantico con voz solista cuando dice “Mi alma canta”, inmediatamente su canto se torna comunitario, revelando que su testimonio no es solitario e intimista, puramente individualista, sino en favor de la humanidad. Así puede decir: “Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación”.[2]

La vida de nuestro futuro beato se espeja también con el Magníficat en este sentido, buscando en todo momento ser signo de unidad y comunión. Como esposo y padre al servicio de los suyos, uniendo la familia en torno a la eucaristía dominical y frente al altar de la Virgen de Lujan, donde descansan hoy sus restos mortales; en la Armada, atrayendo con el ejemplo; en su labor dentro de la fábrica, dialogando con los sindicalistas a quienes consideraba socios importantes para logar una eficaz gestión; al servicio de la Iglesia en ACDE, en la Acción Católica, en la UCA, y en el Movimiento Familiar Cristiano, reflejando que la fe no es únicamente un acto interior de la conciencia, sino que se encarna, se vive, se confiesa, se comparte, también informa instituciones, legislaciones y modos de organización; prueba de ello es la colaboración que prestó a los obispos argentinos en la preparación de la Pastoral Colectiva del Episcopado sobre la Promoción y la Responsabilidad de los Trabajadores, publicada en 1956. En fin, una vida que, como el Magníficat de María, no solo canta las grandezas del Señor en su historia personal sino en la historia de la salvación.

Celebraremos pronto la ceremonia de beatificación de Enrique Shaw: un hecho histórico y trascendente para la Iglesia que peregrina en la Argentina, en nuestra Arquidiócesis y muy especialmente en nuestra comunidad parroquial.

Le pedimos a la Virgen del Pilar, a la que tantas veces le rezó, que sea un momento de gracia y renovación para que en todos se reavive el llamado a la santidad. Dios da a todos y a cada uno gracia suficiente para la santidad, espera de todos la respuesta, la exige.

Porque como decía Madre Teresa de Calcuta: la santidad no es el privilegio de unos pocos sino el deber de todos. Dios quiere y necesita la santidad real de todos. De poco sirve a un grupo, a una nación, a una institución gloriarse de tener un santo en su historia, si la santidad no es el clima general.[3]

Que la próxima Navidad haga renacer en nosotros el anhelo de poder cantar, como María, la grandeza del Señor y así, con profunda humildad y convicción, hagamos presente de nuevo a Cristo en nuestro mundo.

Así sea.

[1] Benedicto XVI, Audiencia febrero 2006.

[2] Cf. Benedicto XVI, Audiencia febrero 2006.

[3] Cf. Ruiz Salvador, Los caminos del Espíritu.

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